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Página personal de Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA  

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MANUEL JESÚS CARRASCO TERRIZA

Rocío de Vida

PROGRAMA ICONOGRÁFICO
DEL RETABLO DE
NUESTRA SEÑORA DEL ROCÍO

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Publicado en El escultor Manuel Carmona y el retablo de la Virgen del Rocío, Catálogo de la exposición, Sevilla, Caja San Fernando, Septiembre-Octubre, 1998, págs. 27-60.

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Felizmente coinciden en 1998 el traslado de la Patrona de Almonte a su pueblo, siguiendo el ciclo septenario establecido por la Hermandad Matriz, y el Año del Espíritu Santo, segundo del trienio preparatorio para el gran Jubileo del Año 2.000 de la Encarnación del Verbo, convocado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II. La estancia de la Virgen del Rocío en Almonte va a permitir la instalación del retablo mayor del Santuario, cuyo simbolismo -Rocío de Vida- contribuirá a la mejor comprensión del misterio de María, bajo el título del Rocío del Espíritu Santo, y moverá a los fieles rocieros a pasar del asombro a la súplica.


1. CONSIDERACIONES PREVIAS

El programa iconográfico del retablo de Ntra. Sra. del Rocío, de Almonte, que se instalará en el Santuario, parte de unos condicionantes previos: por una parte, el simbolismo del templo y la morfología de la actual edificación; y, por otra, la iconología y evolución histórica de los retablos, y el diseño arquitectónico del retablo que se construye.

A. Iconología del santuario del Rocío, en la tradición barroca

Para elegir acertadamente los elementos complementarios de un edificio se ha partido de la misma concepción arquitectónica del edificio, que es el condicionante básico. La morfología del Santuario del Rocío se ve inmersa en la corriente de la tradición barroca, y, por lo mismo, viene a ser partícipe del universo simbólico subyacente a aquella arquitectura.

El templo barroco desarrolla una compleja puesta en escena, por medio de su estructura espacial y de los elementos complementarios o decorativos. Como ha afirmado Michel Menard, el retablo barroco establece una estructura dialogante, que favorece la oración y la relación de los fieles con Dios(1). Para conducir a los hombres a la actitud religiosa, al encuentro con Dios, desarrolla admirablemente el doble elemento de la fachada-retablo y el retablo-fachada. El primero tiene la misión de efectuar el paso de la calle al templo, el tránsito de lo profano a lo sagrado. El segundo invita a trascender el tiempo, y dar el salto a la eternidad. Para el viandante, la fachada es un anticipo del espacio sagrado que puede hallar en su interior. Para el fiel que entra en el templo, el retablo es un anticipo de la gloria, por cuyas puertas abiertas se puede acceder al cielo, por la intercesión de Cristo, de María y de los santos.

Una vez que, desde el ámbito profano de la calle, accedemos al espacio sacro del templo, la disposición longitudinal de la nave invita a recorrer un camino, evocación de la Iglesia que peregrina, para llegar a un fin, que es el altar, Cristo, y al retablo, puerta del cielo, en el que habitan los santos.

Aunque en el Santuario del Rocío no se produce el perfecto paralelismo entre la fachada y el retablo, que encontramos en algunos templos de la América Hispana, es obvio que este doble elemento se halla aquí presente. En efecto: la fachada adopta la forma de hornacina, cubierta con una gran venera. En la forma semicircular que alberga la puerta, puede verse la señal de acogida, de brazos abiertos. Pero es la gran concha la que hace alusión directa al sacramento del Bautismo, por que el que pasamos de la muerte a la vida, y entramos a formar parte de la familia de los Hijos de Dios que tienen en el templo su casa, y, como herencia, la morada celeste.

La nave principal establece un dinamismo itinerante, debido a las líneas de fuga de la perspectiva y al ritmo de los arcos divisorios de naves, acentuado por los arcos geminados o archetes de los triforios. Movidos por este sentido procesional, llegamos con la vista y con el corazón al núcleo central del templo, que es el altar de la eucaristía y la imagen de Nuestra Señora la Virgen del Rocío, en su camarín y retablo, ocupando el ábside también de planta semicircular. Elevados por el impulso ascensional de las líneas verticales del retablo y del ábside, los fieles dirigen su contemplación hacia la bóveda del crucero, representación de la esfera celeste.

B. Un gran retablo para un gran santuario

Entre las muchas soluciones que se podrían ofrecer para servir de marco y joyel a la imagen de la Reina de las Marismas, la Hermandad optó por situarse en la línea de la tradición popular andaluza, tanto en el edificio como en su ornamentación. A un templo barroco, debía corresponder un retablo barroco.

Los retablos se originan a finales del siglo XI, como derivación del culto a las reliquias de los santos (2). Algunas de ellas se adornaban con tablas pictóricas que narraban escenas de la vida de los bienaventurados. Estas tablas se situaban en la parte posterior de la mesa, por lo que recibieron el nombre de retro-tabula, y de ahí el nombre de retablo. Como todos los objetos de culto, tenían como fin ilustrar la fe y fomentar la piedad del celebrante y de los fieles asistentes a la liturgia. En determinadas épocas predominará el aspecto catequético y en otras el aspecto simbólico y devocional.

En los siglos XII al XVI, los retablos ponen el acento en lo narrativo. Los de mayor tamaño desarrollan ciclos, como los de la vida de Cristo o de la Virgen. Los retablos completaron la gran labor ilustrativa y catequética de los templos, en los que se desarrollaban las grandes lecciones de la Historia de la Salvación, por medio de las pinturas murales y de las grandes vidrieras. A finales del siglo XVI y en el siglo XVII la atención se va a centrar en un solo tema, que, obviamente, aumenta de tamaño. Los retablos del manierismo y del protobarroco llevarán a efecto los propósitos educativos y reformadores del Concilio de Trento:

"Enseñen con gran empeño los obispos y procuren que el pueblo sea ilustrado y confirmado en el recuerdo y asidua observancia de los artículos de fe por medio de las historias de los misterios de nuestra Redención, representados en pinturas o en otras formas de figuración"(3).

Un cambio de concepto iconológico del retablo se produce en la segunda mitad del siglo XVII y a lo largo de todo el siglo XVIII, cuando la escenografía de desarrolla hasta tal punto que deja en un segundo plano la figuración. Las tablas de los exquisitos pintores del Renacimiento fueron reemplazadas por enormes y efectistas maquinarias que dejaban sorprendidos y atónitos al pueblo sencillo(4). El marco arquitectónico va a adquirir todo el protagonismo: las columnas salomónicas o los estípites de orden gigante sustentarán grandes arquitecturas, que ocupan el testero de la capilla mayor, inundando de tallas y de pinturas incluso las bóvedas y los muros laterales. Los grandes retablos mostrarán a los fieles la apoteósica imagen de la Iglesia triunfante, a través de la gloria de los santos(5).

El arte religioso del barroco -como el drama musical, la ópera, otro hijo de su tiempo- va a gustar de las grandes escenografías, en la búsqueda del arte total. Consecuentemente, el retablo formará parte, no de un monumental libro, como el retablo gótico o renacentista, sino de una especie de theatrum sacrum, de una gran escena sacra, conjunción armoniosa de pintura, escultura y arquitectura ornamental, en la que se va a ver envuelto el fiel. No olvidemos que el teatro, en el barroco, fue uno de los medios más importantes en la educación del pueblo(6).

El retablo, verdadera escena teatral, se convierte en la fachada de la eternidad por medio del total recubrimiento de los elementos arquitectónicos y superficies de fondos con panes de oro, símbolo de la eternidad por sus cualidades de inalterabilidad y suma riqueza. En el centro del retablo se abre el camarín, que sirve de habitáculo a la imagen venerada, Jesucristo, la Virgen o algún Santo. Enriquecido con oros, telas y espejos, e iluminado interiormente con sorprendentes efectos de luz, el camarín es la apertura a la vida eterna, a la gloria de la que ya disfruta su ocupante.

En torno al camarín se sitúan diversas cajas, hornacinas o peanas, que albergan a los santos intercesores. La teología de Trento pone el acento en el valor, participado en Cristo, de la mediación y del mérito de la Virgen y de los Santos, como reacción por el total rechazo que de ello hace el luteranismo. Estas figuras están relacionadas con la figura central y con los fieles, por lo que ayudan a acercarse a ella con confianza.

Por otra parte, el retablo, siguiendo la gran tradición iconológica del medievo, ofrecen una lectura por niveles horizontales y por simetría vertical. Partiendo de la línea de tierra se produce un ascenso hasta llegar a la bóveda celeste, desde la Iglesia militante y a la Iglesia triunfante. La jerarquización de planos ascendentes se completa con la simetría vertical, situándose en el lado de la epístola, a la izquierda de la figura central, los personajes y temas del Antiguo Testamento, y en el lado del evangelio, a la derecha, los del Nuevo Testamento.

La Hermandad Matriz de Almonte, en su deseo de completar la decoración del Santuario, decidió en 1977 la construcción de un retablo y de un camarín digno de la venerada imagen de la Stma. Virgen, y encomendó a Juan Infante Galán la traza del mismo. La intención iconográfica del proyecto de Infante Galán ponía el acento en el aspecto catequético. El camarín de la Virgen se vería flanqueado por las efigies del profeta Isaías, en el lado de la epístola, que tendría como fondo la escena de la Anunciación, como cumplimiento de la profecía del Emmanuel. En el lado opuesto, la figura de San Juan Evangelista, en Patmos, acompañado por la visión de la Mujer Apocalíptica, con el Niño en brazos, venciendo al Dragón. Es decir, dos polos: el Antiguo y el Nuevo Testamento, la profecía y la victoria final. Sobre los ejes de las columnas, sendos ángeles músicos con instrumentos rocieros. Bajo el cuarto de esfera, una nube con la Paloma del Espíritu Santo. Toda la arquitectura se decoraría con profusión de elementos naturalistas, tomados de la flora de la campiña, del coto y de las marismas.

Las dificultades, que fueron surgiendo en la ejecución, aconsejó dar un nuevo rumbo a los trabajos, y se encargó a Antonio Martín Fernández llevar a término la construcción del retablo. El tallista presentó un nuevo diseño arquitectónico, que, necesariamente, alteraba el programa iconográfico establecido, al quedar poco espacio para el desarrollo de las escenas proféticas del Emmanuel y de la Mujer Apocalíptica.

El 15 de junio de 1989, la Hermandad me encomendó preparar un nuevo programa iconográfico, que se adecuara a la traza presentada por Martín Fernández. El anteproyecto quedó presentado el 24 de junio, y fue asumido por la Hermandad Matriz, reunida en El Rocío el 28 de agosto. Una vez escuchados los pareceres de los asistentes, elaboramos el programa definitivo, en el que incorporábamos las sugerencias recibidas, y que presentamos a la Hermandad el 2 de septiembre del mismo año(7).


2. ICONOGRAFÍA DEL RETABLO DE LA VIRGEN DEL ROCÍO

Teniendo en cuenta, pues, los antecedentes históricos y los condicionantes iconológicos de su arquitectura, se ha proyectado un retablo eminentemente simbólico y cultual, con un hondo contenido dogmático, centrado en el misterio de María y del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que desarrolla un discurso lógico, por medio de referencias iconográficas de fácil comprensión para los fieles.

Ante todo, el retablo pretende transmitir el sentido esencial de la dedicación del templo, consagrado a la Madre de Dios, la Virgen María, bajo la advocación del Rocío, cuya romería anual se celebra en la fiesta del Espíritu Santo.

A. La Santísima Virgen María, Madre de Dios

El núcleo central de la escenografía del retablo lo constituye el camarín, que hace como de puerta abierta al cielo, por donde aparece, en brazos de su Madre, Jesucristo el Señor. En la iconografía de la venerada imagen de Nuestra Señora del Rocío se condensan y se transmiten a los fieles los tres dogmas mariológicos definidos por la Iglesia: la Maternidad divina de María, la Concepción Inmaculada, y la Asunción corporal a los cielos. Elegida desde toda la eternidad para la misión de ser Madre de Dios, fue llena de gracia y preservada de toda mancha de pecado original. Terminado el curso de su vida mortal, en cuerpo y alma fue Asunta a los cielos, donde la Trinidad Beatísima la coronó como Reina y Señora de todo lo creado, Abogada e Intercesora nuestra, Medianera de todas las gracias.

a. Maternidad divina

Santa María, Virgen del Rocío, aparece como Theotokos, en su Maternidad divina, al sostener entre sus manos a un Niño, que es Dios. Expresa plásticamente el dogma definido en el Concilio de Éfeso, el año 431: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino que es de ella de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo, y de quien se dice que el Verbo nació según la carne"(8). En la escena de la Visitación, cuyo relieve aparecerá en este retablo, se recuerda que Isabel aclamó a María, bajo el impulso del Espíritu Santo, como "la Madre de mi Señor" (Lc 1, 43). Con razón la llama así, pues "Aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad"(9).

La imagen de la Virgen del Rocío, que originariamente respondía al modelo iconográfico de la Hodegetria, o Virgen Conductora, portando al Niño sobre el brazo izquierdo, fue transformada, posiblemente a finales del siglo XVI, en Kyriotissa, Virgen en Majestad, en actitud hierática, en perfecta frontalidad(10). Jesús Niño se muestra con caracteres deíficos, al llevar en su mano izquierda el orbe, creado y redimido por él, y en la derecha el cetro, símbolo de poderío. La corona real ciñe sus sienes. Jesucristo, eje de simetría de la imagen, es presentado como centro de la atención del fiel, y como verdadero Señor. Queda, así, reforzada la centralidad del misterio de Cristo en la vida de la Iglesia(11).

b. Concepción Inmaculada

María Santísima del Rocío aparece como Inmaculada, tal como es descrita en el libro del Apocalipsis(12), pues su atuendo es el propio de la "Mujer vestida de sol", expresado en los ricos bordados de la saya y el manto, y, sobre todo, en la ráfaga, tanto en la de rayos, de principios del siglo XIX, como en la más característica, la de puntas de plata de martillo, de perfil polilobulado, donada por el canónigo José Carlos Tello de Eslava en 1733. "Con la luna bajo sus pies", hermosísima pieza de plata repujada y dorada, que luce sobre la peana. "Coronada de doce estrellas", que brillan en las puntas de los rayos de la corona labrada por Ricardo Espinosa de los Monteros con motivo de su Coronación Canónica en 1919.

El misterio de la Concepción Inmaculada de María lleva consigo dos aspectos: la ausencia de pecado original y la plenitud de gracia(13). En 1854, Pio IX proclamaba que "la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano"(14). En la imagen queda expresado su aspecto más positivo, el de la plenitud de gracia, por medio de la belleza de su rostro y de su vestido. La Kejaritomene, la "llena de gracia"(15), es la Mujer elegida, que ha sido completamente transformada por la acción del Espíritu Santo. La gracia de Dios, que es electiva y transformante para cada persona(16), "abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la Mujer que es la Madre de aquel, al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación"(17). María ha sido colmada del don del Espíritu Santo, y ha sido completamente transformada por la gracia, que la ha convertido en Panagia, toda santa y siempre santa. Por eso, "nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo"(18). María es la culminación de la acción santificadora de Dios. El vuelo de la paloma del Espíritu sobre la Virgen del Rocío en su retablo, como en su palio, certifica la plenitud de gracia de María(19).

c. Asunción

La Virgen Inmaculada, "terminado el curso de su vida mortal, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte"(20). Pío XII, en 1950, la proclamaba Asunta a los Cielos(21). Lo acontecido en María representa una anticipación de lo que es la esperanza última del cristiano: se siembra un cuerpo psíquico y resucita un cuerpo pneumático(22), invadido por el Espíritu de Dios, incorruptible. Los atributos de la Asunción, que ya figuran por los rasgos glorificadores de los vestidos, se ven potenciados en el nuevo retablo, pues la imagen de la Virgen aparece elevada sobre un pedestal y sostenida por dos ángeles.

d. Maternidad espiritual

María, elevada en cuerpo y alma a los cielos, es constituida en "nuestra Madre en el orden de la gracia"(23). "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia [...] Con su asunción a los cielos no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna"(24). Por eso es invocada como Mediadora, con una mediación que "de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella, y de ella saca toda su eficacia"(25). La realeza de María y su Mediación universal de todas las gracias viene expresada por los atributos iconográficos de la corona y el cetro.

e. Tota Pulchra

Unos símbolos parlantes, tomados de la literatura bíblica y cercanos al paisaje rociero (flores, cielo y aguas), ensalzarán la belleza de la Madre de Dios, la Tota Pulchra. Algunas de estas metáforas, cantadas en las seguidillas de Muñoz y Pabón(26), tendrán su plasmación en los relieves de los seis medallones alternados, en la coronación o en las bases de las calles y entrecalles laterales. Estos, dispuestos simétricamente, serán: el lirio y la rosa, la estrella del mar y la estrella de la mañana, el pozo y la fuente.

El lirio de las marismas y de los valles es imagen utilizada por el Cantar de los Cantares: "-Yo soy el narciso de Sarón, el lirio de los valles. -Como el lirio entre los cardos es mi amada entre las jóvenes"(27). La rosa temprana, rosa mística invocada en la Letanía Lauretana, hace referencia al libro del Eclesiástico, que compara la Sabiduría con un plantel de rosas en Jericó(28), y que la Iglesia aplica a María. La estrella es uno de los atributos marianos por excelencia. La stella matutina(29), estrella reluciente de la mañana, encierra un rico simbolismo, tomado de la experiencia humana, como anuncio del día. San Isidoro de Sevilla decía que el nombre de María significa iluminadora o Estrella del mar, pues ella engendró la luz del mundo(30). El pocito del Rocío, siempre manando, es, a un tiempo, pozo y fuente: ambos símbolos iconográficos servirán para enlazar elementos ambientales del Rocío con imágenes bíblicas. "Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas", llama el Cantar de los Cantares a la Amada(31). Del seno de María brotará Cristo, que saciará nuestra sed. "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él"(32).

Por medio de los atributos iconográficos personales, con los que se reviste la imagen, y por las metáforas bíblicas y litúrgicas de los relieves secundarios, queda suficientemente expuesto el misterio de María.

B. El Espíritu Santo, Rocío, Blanca Paloma.

Lo específico y determinante de la advocación de la Patrona de Almonte es su referencia al Espíritu Santo, desde que, en la segunda mitad del siglo XVII, se trasladó el día de la fiesta anual desde la Natividad o Dulce Nombre de María, en septiembre, al lunes de Pentecostés. Desde entonces cambió su primitivo apelativo toponímico -de las Rocinas- por el título de Rocío, tomado de la oración postcomunión de la misa del Espíritu Santo(33).

Este título entraña profundos contenidos teológicos, al tiempo que proyecta interesantes perspectivas para la vida de la Iglesia, más patentes a la luz de la doctrina del Concilio Vaticano II y la del actual Pontífice Juan Pablo II. Por esta razón, los elementos que especifican el sentido del retablo inciden expresamente en la teología pneumatológica, propia de la devoción rociera.

a. El Espíritu Santo

Cuando proclamamos nuestra fe en el Espíritu Santo decimos de Él que es "Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria"(34), consubstancial al Padre y al Hijo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu divino está presente en todas las obras de Dios desde el comienzo de la creación, y deja entreverse, como en un preludio, en los escritos veterotestamentarios: "Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra"(35); "Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos"(36). Finalmente, es revelado formalmente a los hombres gracias a la Encarnación del Verbo. Por obra del Espíritu Santo, María concibió en su seno al Verbo del Padre; y el Verbo, que en Ella se hizo carne y habitó entre nosotros, nos dio a conocer los misterios íntimos de Dios(37). El Espíritu Santo, que habló por los profetas, nos hace oír la Palabra del Padre, nos desvela a Cristo, pero a él no le conocemos sino por sus obras. Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce(38). De Él decía Cristo: "El aire sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va"(39). Con razón, algunos autores espirituales le han llamado el Gran Desconocido(40). No es de extrañar, pues, que la iconografía cristiana haya tropezado con la dificultad de representar visiblemente al que es invisible e impalpable(41).

1. Iconografía del Espíritu Santo

Dos vías de figuración han servido para plasmar al Paráclito: bien sea en su ser personal, de forma conjunta con la Trinidad, o bien en su multiforme actuación, bajo las teofanías bíblicas.

Del mismo modo que las controversias trinitarias de los siglos III-IV oscilaron entre los extremos de acentuar unilateralmente la diversidad de personas o la unidad de esencia, así ocurre en las representaciones del Espíritu Santo en la Trinidad. Mostrarán la distinción de las personas, representándolas antropomórficamente, como tres individuos, exactamente iguales en su dignidad, o con atributos diferenciadores. O, por el contrario, optarán por figuraciones simbólicas que acentúen la unidad, como un cuerpo con tres cabezas (dreikopf), o una cabeza con tres rostros (vultus trifrons). En el primer caso, el peligro le viene por el extremo del triteísmo. La segunda opción, además de monstruosa, lleva al peligro del modalismo.

Es en un contexto trinitario donde aparece figurado el Espíritu Santo en forma humana. Basadas en la teofanía de Mambré, cuando Yahvéh se aparece a Abraham bajo la figura de tres jóvenes(42), se representan las tres divinas Personas, iguales en su apariencia, para indicar la igualdad de naturaleza, la homoousía. Otras escenas, en las que aparece sub specie hominis, son las deliberativas, que muestran a las Personas divinas conferenciando sobre los decretos de la acción trinitaria, la Creación y la Encarnación. En el arte de Oriente, el icono trinitario más famoso, el de Andrej Rublëv (h. 1415), sintetiza la escena de Mambré con la del Consejo eterno. Rublëv "recrea el ritmo mismo de la vida trinitaria, su diversidad única y el movimiento de amor que identifica las Personas sin confundirlas"(43) En otras representaciones, las Personas divinas tienen diferente aspecto, pero mantienen la igualdad de planos, para dar a entender que las tres Personas son iguales en dignidad, y reciben una misma adoración y gloria, la homotimía. Resulta especialmente acertado el cuadro de la Trinidad, del retablo de las carmelitas de Soria, posterior a 1581, compuesto como una sacra conversatio, en la que traza la economía de la salvación. El Padre, en el centro, aparece como el anciano de muchos días(44), de luenga barba, vestido como pontífice, con tiara y capa pluvial; el Hijo, como un hombre adulto, portando la cruz salvadora; el Espíritu Santo es figurado como un joven imberbe y rubio, que lleva la paloma en una mano(45). Un modelo iconográfico, que destaca las relaciones personales de generación y procedencia, es el llamado Trono de gracia, Gnadenstuhl: sitúa a las tres Personas en línea vertical descendente: el Padre, en pie, sosteniendo la cruz; el Hijo clavado en ella; y el Espíritu Santo en forma de paloma entre ambos(46).

Modos no antropomórficos de figurar al Espíritu Santo son los símbolos bíblicos, que, como metáforas, personifican la acción del Espíritu. Tales son el agua, la unción, el fuego, la nube y la luz, el sello, la mano, el dedo y la paloma(47). El Espíritu es el agua que brota del costado abierto de Cristo como de su manantial, y que se hace en nosotros una fuente que salta hasta la vida eterna(48). Es el agua del bautismo, en la que, por la acción del Espíritu, renacemos a la vida divina(49). El Espíritu es la unción que consagra a Jesús como Cristo o Mesías(50). El fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo: Juan Bautista anuncia a Cristo como el que bautizará en el Espíritu Santo y el fuego; bajo la forma de lenguas de fuego se posó sobre las cabezas de los discípulos y de María en la mañana de Pentecostés(51). Los símbolos de la nube y la luz van inseparablemente unidos en las manifestaciones del Espíritu Santo, tanto en la marcha del pueblo por el desierto, como en la Transfiguración de Cristo(52). La luz de la fe es comunicada por el Espíritu al bautizado, por lo que, desde San Justino, el neófito es el recién iluminado, y al bautismo se le llama iluminación, photismos(53). Señor y Dador de vida, desciende sobre la Virgen María, y la cubre con su sombra, para que ella conciba y dé a luz a Jesús(54). La marca, el sello, o la impronta es la sphragís, el carácter indeleble con que son marcados el bautizado y el ungido por la confirmación(55). La mano de Dios no sólo representa la acción del Padre, sino la transmisión del Espíritu: por la imposición de manos, el Espíritu consagra a los presbíteros, y transubstancia las especies del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo(56). El Espíritu Santo es invocado como digitus paternae dexterae, el dedo de la diestra del Padre, que escribe en corazones de carne la nueva Ley, como escribió la Antigua en tablas de piedra(57). Y, por último, la paloma, que ya aparecía al final del Diluvio como signo de la paz de Dios. Desciende en el Jordán y se posa sobre Cristo, cuando sale del agua del bautismo, mientras la voz del Padre proclama a Jesús como su Hijo muy amado(58).

Como plasmación, que es, de la doctrina teológica, la iconografía ha necesitado recibir las oportunas precisiones, por parte del Magisterio de la Iglesia. El Concilio de Trento, al tiempo que aprueba que el pueblo sea instruido y confirmado en el recuerdo de los artículos de la fe, por medio de las obras de arte, determina que "no se exponga imagen alguna de falso dogma o que dé a los rudos ocasión de peligroso error"(59). Como consecuencia de estas indicaciones, Urbano VIII prohibió, en 1628, toda representación de la Trinidad en forma de un cuerpo con tres rostros(60). Interian de Ayala, en 1730, reitera el rechazo de esta figuración, como gran desatino y monstruo intolerable; y expresa sus reservas a la representación inspirada en Mambré, "pues aunque, de este modo, se guarde la igualdad y la coeternidad de las tres Personas Divinas, falta, sin embargo, el carácter y distintivo (por decirlo así) de cada una de las Divinas Personas"(61). Finalmente, Benedicto XIV, en una carta al obispo de Augsburgo, de 1745, deja determinados los modos lícitos de representar al Espíritu Santo, en forma de paloma y de llamas de fuego, pues bajo esas formas apareció visiblemente en el Bautismo de Cristo y en Pentecostés. No reprueba la representación de la Trinidad bajo la figura de tres varones iguales y semejantes en todos los aspectos, aunque se muestra más favorable a la composición del Padre, como varón anciano; a Cristo como hombre, Hijo Unigénito; y, entre ambos, el Santo Espíritu Paráclito en forma de paloma; superpuestos o colocados en un mismo plano horizontal(62).

2. El Espíritu Santo en el retablo del Rocío

En el retablo de Ntra. Sra. del Rocío, el Espíritu Santo es representado por medio de las formas iconográficas más simples y más accesibles a los fieles. Para explicar la acción del Espíritu Santo en María y en la Iglesia, se ha elegido el acontecimiento de Pentecostés, que figurará en un gran medallón central, mientras que los símbolos pneumatológicos más conocidos -la paloma, la nube o el rocío, y los siete rayos de luz-, aparecerán superpuestos en un solo elemento, que coronará la bóveda del retablo, en un rompimiento de gloria. Otras escenas recordarán la intervención del Espíritu Santo en la vida de Cristo y de María: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento y el Bautismo de Cristo.

a. Pentecostés

La escena de Pentecostés, que ya aparecía en el primitivo retablo de la ermita, en el eje del retablo, en un gran medallón sobre el camarín de la Virgen(63), ocupará de nuevo su lugar preeminente. Al término de las siete semanas pascuales, el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego sobre el Colegio Apostólico, que esperaba el cumplimiento de la promesa, unidos en la oración con María, la Madre de Jesús(64). "Se produjo de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla impetuosamente, que invadió toda la casa. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse." Pedro salió y habló a la multitud que se había juntado a la puerta: "Esto que ocurre es lo dicho por el profeta Joel: Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas [...] Y todo el que invocare al Señor se salvará"(65).

Ese día se consuma el don de Dios con la comunicación del Espíritu Santo, revelándose plenamente el misterio trinitario. Desde ese día, queda constituida la Iglesia: el Reino, anunciado por Cristo, está abierto a todos los que creen en Él, y es conducido invisible pero palpablemente por el Espíritu Paráclito(66).

Con inspirada intuición teológica, el pueblo de Almonte asoció la romería de la Stma. Virgen con la Pascua del Espíritu Santo. Anualmente se renueva el fenómeno de la multitud de hombres y mujeres, "venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo"(67), que, admirados y contagiados por el fervor de los almonteños, reciben de María la invitación a la conversión.

b. Símbolos pneumatológicos: blanca paloma, nube y rocío, luz y fuego

Las pneumatofanías, o manifestaciones visibles del Espíritu Santo, que han sido elegidas para el retablo de la Virgen del Rocío, son las que más han calado en la devoción del pueblo, y que son atribuidas indistintamente a la Virgen y al Espíritu Santo: la blanca paloma y la nube. Junto con los siete rayos de luz, aparecerán sobre la línea del cielo, en un rompimiento de gloria, coronando el cuarto de esfera del retablo.

1. La blanca paloma

En la bóveda celeste, aparece el Espíritu Santo en forma de una paloma blanca. La pterofanía del Espíritu Santo en forma de paloma evoca la Creación, cuando "el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas"(68). El Santuario del Rocío se halla plantado al borde de la marisma, punto en que los límites entre lo húmedo y lo seco están aún indefinidos. La contemplación del paisaje, desde la puerta del Santuario, es una continua invitación a recordar los tiempos primordiales, en que Dios, por su Espíritu -Señor y dador de vida-, separó las aguas de la tierra, hizo brotar el verdor de las plantas, y pobló el campo de seres vivientes, aves, reptiles y ganados, y, finalmente, formó al hombre del barro, para que lo cuidara(69). La afirmación teológica de la creación en el Espíritu significa que lo creado está marcado por la bondad divina. El Espíritu Santo hace de lazo de unión amorosa entre el Padre y el Hijo, y entre la Trinidad divina y la creación, de modo que cada creatura pueda experimentar el misterio esencial de la vida: la comunión del hombre con Dios, por quien ha sido formado, y con los otros y con la realidad entera(70).

La paloma blanca evoca la paz establecida por Dios con los hombres después del Diluvio(71). La experiencia de devastación de la humanidad pecadora, producida por las aguas, y de la supervivencia de un linaje piadoso, sirvió de ocasión a Dios para revelar su designio salvador, y se convirtió en preanuncio del bautismo, cuyas aguas purifican y dan la vida, destruyen el pecado y originan la santidad. La paloma, soltada por Noé, vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo(72). El Espíritu sobre las aguas certifica la alianza de Dios con el hombre.

El arte cristiano ha representado innumerables veces la Anunciación y Encarnación del Verbo, y, en no pocas ocasiones, interpreta la acción fecunda del Espíritu Santo como una paloma que vuela sobre la cabeza de María y la cubre con su sombra. Ahora bien, la presencia intemporal y continuada de la blanca paloma del Espíritu en el retablo y en el palio procesional de la Virgen del Rocío, indica que la acción del Espíritu perdura a lo largo de toda la vida de la Virgen, guiándola en los momentos más sobresalientes de su existencia(73).

Después que Jesús, bautizado por Juan, salió del agua, "se abrieron los cielos, y vio que el Espíritu de Dios bajaba en forma de paloma y venía sobre él", al tiempo que se oía la voz del Padre: "Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido"(74). La paloma, sobrevolando el cuarto de esfera del ábside, desde el rompimiento de gloria, actualiza la revelación trinitaria al comienzo de la vida pública de Jesús, y proclama verdadero Hijo de Dios al Hijo de María.

La sombra del Espíritu cubre, finalmente, las ofrendas en la epíclesis de la Eucaristía, cuando el presbítero extiende sus manos sobre el pan y el vino, y pide al Padre que, con el rocío de su Espíritu, santifique las ofrendas y se conviertan en Cuerpo y Sangre de Jesucristo(75). Con la acción sacramental del Espíritu, la Iglesia recibe la vida y el alimento espiritual. La asociación del Espíritu a la Eucaristía fue simbolizada antiguamente por media de la columba, una paloma suspendida sobre el altar, que guardaba en su pecho las especies sacramentales.

2. La nube y el rocío

La nube es manifestación del Espíritu Santo en una revelación trinitaria ocurrida en el Monte Tabor, cuando Cristo se transfigura ante los testigos privilegiados, Pedro, Santiago y Juan. "Una nube resplandeciente los ocultó, y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle"(76). La nube, que cubrió el Sinaí cuando Yahvéh entregó el decálogo a Moisés, conducía al pueblo elegido a través del desierto, y se transformaba de noche en columna de fuego(77).

Un modo de expresar plásticamente la idea de rocío es la nube, que se forma por la condensación de la humedad. Así como Cristo comparó al Espíritu Santo, por su inmaterialidad, con el aire que sopla donde quiere y no se le ve(78), así también es el rocío, humedad de las marismas, que aparece al amanecer condensado en cristalinas gotas de agua sobre las hojas del helecho, del almoraduz y del romero. De este modo, el Espíritu Santo insensiblemente vitaliza y fecunda la Iglesia y las almas: "Seré como rocío para Israel: él florecerá como un lirio"(79).

3. Luz y fuego

"Envía desde el cielo un rayo de tu luz", pedimos al Espíritu Santo en la liturgia de Pentecostés(80). Desde la nube, emanarán los siete rayos o haces de luz, que son expresión del sacrum septenarium, los siete sagrados dones del Espíritu Santo(81): "Reposará sobre él el Espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad; y le inspirará en el temor de Yahvéh"(82). Los dones del Espíritu septiforme sostienen la vida moral del cristiano; son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos divinos; completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben(83).

Aunque las lenguas de fuego no figuran como símbolos independientes, deben aparecer sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo, en la escena de Pentecostés. Recordarán los doce frutos del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad. Son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu como primicias de la gloria eterna(84).

C. Los Ángeles

La bóveda del cielo es el lugar propio de los ángeles, que tienen como misión servir y alabar a Dios, y colaborar como enviados o mensajeros en la salvación de los hombres(85). "Veréis los cielos abiertos, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre", había proclamado Jesús, dando cumplimiento a la visión de la escala de Jacob(86). La escalera es anuncio de la naturaleza humana de Cristo, tomada de María, por donde Dios baja al hombre y el hombre sube hasta Dios. Por ello, el cuarto de esfera, adornado con motivos de roleos y tarjas propios del lenguaje barroco, se decorará con cabezas de querubines y con ángeles niños, que portan atributos marianos o guirnaldas de flores, como formando una corona sobre el trono de la Virgen.

A la altura del entablamento, sobre el eje de las cuatro columnas, se hallarán ángeles mancebos, tocando instrumentos musicales propios de la fiesta rociera: flauta y tamboril, guitarra y pandereta, en actitudes movidas y contrapuestas, como ya se preveía en el anterior proyecto.

D. Los Santos intercesores

El cuerpo central del retablo lo ocupan los santos, la Iglesia del Cielo. En el camarín, la Santísima Virgen del Rocío llevando en su regazo al Divino Pastorcito, y en las dos calles laterales, San José y San Juan Bautista, las personas que más cerca han estado de la Virgen Santísima, y que han sido testigos de la estrecha relación de María con el Espíritu Santo. Por su cercanía afectiva y por su parentesco, hacen de mediadores ante la Virgen y ante Jesús.

Tradicionalmente, el lado izquierdo del retablo, llamado también de la epístola, se dedica al Antiguo Testamento, mientras que el derecho, o lado del evangelio, se reserva para el Nuevo Testamento. San Juan Bautista, el último y el más grande de los profetas, ocupará el lugar de la Antigua Alianza, y San José, patrono de la Iglesia, el de la Nueva.

Los santos aparecen sobre peanas, en esculturas de bulto redondo. A ambos lados de cada uno de ellos, podrán verse, en sendos relieves, las escenas que justifican su relación con María y con el Espíritu Santo.

a. San Juan Bautista

San Juan Bautista, en escultura exenta, se yergue sobre la repisa del lado de la epístola, como último profeta de Israel y precursor del Mesías, enviado para prepararle el camino. Jesús le llama "más que profeta"(87), haciendo de él el más grande de los elogios: "Os digo que entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan"(88). Se le representa con un vestido de pelo de camello, enjuto de carnes, como un anacoreta, que vive en el desierto y se alimenta de saltamontes y miel silvestre(89). Con el dedo señala al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo(90): su índice se convierte en instrumento del Espíritu Santo, digitus paternae dexterae. Precede a Cristo con el espíritu y el poder de Elías, da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión, y, finalmente, con su martirio(91). El fuego del Espíritu lo habita y lo conduce. En él, el Espíritu Santo termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías; anuncia la inminencia de la consolación de Israel; es la voz del Consolador que llega; vino como testigo para dar testimonio de la luz(92). Al igual que el Espíritu no dice nada de sí mismo, sino que habla en nombre de Aquel que ha venido, así Juan "le acompaña y le oye [...] da testimonio de lo que ha visto y oído"(93). Comparte con el Espíritu Santo el título de precursor de Cristo, pues en la presente economía de la salvación, no puede haber presencia visible del Verbo sin previo descendimiento y actividad del Espíritu(94).

En dos escenas quedará plasmada su relación con María y con el Espíritu Santo: en la Visitación de María a Isabel y en el Bautismo de Cristo.

1. La Visitación

En un relieve en la entrecalle contigua al camarín, se representa la escena de la Visitación de María a Isabel(95). Al saludarse las primas, Juan saltó de alegría en el vientre de Isabel, viendo en ello la tradición cristiana su santificación prenatal. Ya lo había profetizado el ángel a Zacarías: "Estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre"(96). En aquel momento Isabel quedó llena del Espíritu Santo para pronunciar aquel saludo que es hoy plegaria de todo cristiano: "Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre"(97). María, a su vez, respondió bajo la inspiración del Espíritu Santo, con el canto del Magníficat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí [...]"(98). En alguna ocasión se ha representado al Espíritu Santo, en forma de paloma, volando sobre ambas mujeres(99).

2. El Bautismo de Cristo

En el relieve de la entrecalle opuesta, se representará, simétricamente, la escena del Bautismo de Cristo(100). El Precursor vio la paloma que descendía sobre Jesús, siendo testigo de la acción del Espíritu sobre Jesús, que lo ungía como Cristo y como Mesías(101): "He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía, pero el que me enviaba a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios"(102).

El descenso del Espíritu Santo en forma de paloma sobre Jesús en las aguas del Jordán establece una analogía con la creación y con el diluvio. El Espíritu Santo, planeando sobre las aguas primordiales ha suscitado la vida; sobrevolando las aguas diluviales, dio origen a una nueva humanidad; y, finalmente, aleteando sobre las aguas bautismales del Jordán, anuncia el segundo nacimiento de la nueva criatura(103).

La voz del Padre, dirigida a Jesús y a los oyentes, proclama la filiación divina de la persona del Verbo: "Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias / Tú eres mi Hijo amado: en ti me complazco"(104). En Juan Bautista, todos los hombres se reconocen hijos en el Hijo, los hijos amados en el Hijo amado. Por el bautismo, la filiación divina que recibimos es el origen de la filiación mariana: somos hijos de María, porque, por el agua y el Espíritu, fuimos convertidos en hermanos de Cristo, el Hijo de María. Como el fíat de la Virgen fue el de todos los hombres a la Encarnación; en Juan todos los hombres reciben a Jesús y dan su fíat al Encuentro de Dios con el hombre, a la amistad divina, la filantropía del Padre, Amigo de los hombres(105).

b. San José. Anunciación y Nacimiento

En la repisa del lado del evangelio, a la derecha de la Virgen, está su esposo, San José, testigo de que lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo. "Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados"(106). Se le representa, en escultura de bulto redondo, en edad joven, rodeado de las herramientas del oficio de la carpintería -el banco, la sierra, el cepillo-, su trabajo, por el que se santificó y sacó adelante a su Familia. Aparte de Jesús, nadie más cercano a María que aquel hombre elegido por Dios para hacer de padre del Hijo de Dios y de esposo de María, custodio de la virginidad de María, y protector de la Sagrada Familia, como lo es de la Iglesia, familia de los hijos de Dios.

José, hijo de David, fue llamado por Dios para que el engendrado en María por obra del Espíritu Santo heredara la descendencia mesiánica de David(107). Con María comparte la elección divina y el compromiso de la virginidad, que hace a ambos recibir, a cambio, una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar(108), es decir, los redimidos, los hermanos de Cristo.

San José fue proclamado Patrono de la Iglesia universal por Pio IX, en 1870(109). La liturgia aplica a José de Nazaret lo que se decía de José en Egipto: "fecit te Deus quasi patrem regis et dominum universae domus eius", el Señor te ha hecho como padre del rey y señor de toda su casa(110). A él se atribuyen los elogios del Faraón: "¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el espíritu de Dios? [...] Tú estarás al frente de mi casa, y de tu boca dependerá todo mi pueblo"(111). El hogar de Nazaret, que José gobernó con paternal potestad contenía los principios de la Iglesia naciente; por eso le ha sido encomendada toda la multitud de cristianos que forman la Iglesia(112).

La Hermandad de Ntra. Sra. del Rocío ha unido siempre la devoción a San José a la de la Virgen. En los Estatutos de 1757 consta que, además de la fiesta anual a la Patrona se dedicaba en la ermita una función religiosa con sermón al Patriarca San José el Domingo de Pascua de Pentecostés(113). En 1785, Juan Ignacio de Campos, confitero de Sevilla, solicitaba del Arzobispo de Sevilla la concesión de indulgencias para la Virgen del Rocío y para el Patriarca Señor San José(114). Se conserva en el Santuario del Rocío una escultura de San José, de madera policromada, de mediados del XVIII, del círculo de Duque Cornejo, donada al antiguo santuario del Rocío por el vecino de Almonte don Nuño Carlos de Villavicencio Sandiel y Pichardo, conde de Cañete del Pinar. En la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción, de Almonte, existía, al menos desde el siglo XVII, una capilla dedicada a San José, edificada de nuevo a mediados de la siguiente centuria(115), y que en 1917 se transformó en capilla sacramental(116). Cuando la Virgen del Rocío era trasladada a Almonte, era recibida por la imagen de San José, portada en andas(117). Actualmente, San José está presente en la devoción rociera: una de las campanas de la espadaña le está dedicada; su figura aparece en las tiras de imaginería del manto rico de la Virgen, bordado en 1956.

Las escenas que acompañan a San José son la Anunciación y el Nacimiento.

1. La Anunciación

En la entrecalle contigua al camarín, podrá contemplarse el relieve de la Anunciación. El Arcángel San Gabriel anuncia a María que concebirá por obra y gracia del Espíritu Santo, quien la cubrirá con su sombra(118). El relato evangélico nombra expresamente a José al narrar el acontecimiento, y toma como punto de referencia cronológica y como garantía el milagroso embarazo de Isabel. "En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David; la virgen se llamaba María". Seguidamente, el emisario divino la saluda, con palabras jamás oídas, y le comunica el mensaje: "Salve, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Por un momento, la creación entera pende de los labios de una frágil doncella: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, y será llamado Hijo de Dios. Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de la que era estéril, porque para Dios nada hay imposible. María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra"(119).

Jamás, en ningún otro momento de la historia humana, sucedió una tal implicación entre una creatura humana y el Espíritu Santo. Esta relación de María con el Espíritu Santo posee una intensidad particular, que ha sido expresada por la tradición cristiana con el título de Esposa del Espíritu Santo. San Francisco de Asís gustaba de llamarla así cuando oraba. Y Juan Pablo II le aplica el esponsal nombre, cuando dice de María en el Cenáculo de Pentecostés: "Su camino de fe es, en cierto modo, más largo. El Espíritu Santo ya ha descendido a ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la anunciación, acogiendo al Verbo de Dios Verdadero"(120). La expresión de María, Esposa del Espíritu Santo quiere significar esta unión mística, pero fecunda, entre la persona de María y el Espíritu que da la vida(121).

La Anunciación del ángel a María evocará el otro anuncio del ángel a José en que le es revelado el arcano secreto de que lo concebido en María es obra del Espíritu Santo. Es la escena conocida iconográficamente como Las dudas de José(122).

2. El Nacimiento de Cristo

En el lado opuesto, se contempla el relieve del Nacimiento de Jesús, según el modelo iconográfico de la Adoración de Jesús por María y por José, que, desde el siglo XV sustituye al motivo bizantino del Alumbramiento(123). Mientras que el evangelista San Mateo simplemente enuncia el hecho de que Jesús nació en Belén de Judá, para narrar a continuación el episodio de los Magos(124), San Lucas describe con detalle las circunstancias del nacimiento, otorgándole el protagonismo de cabeza de familia a José. Con motivo del edicto de empadronamiento de César Augusto, "José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí, se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en la posada"(125). El evangelista continúa narrando la anunciación del ángel a los pastores, cuyo mensaje vino acompañado por el canto de una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". Los pastores fueron con presteza a Belén, y "encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre"(126).

Por limitarnos al tema general del retablo, señalemos que María, dando a luz a Jesús, se hace Madre de los bautizados. Cuando la Virgen concibe y da a luz a Jesucristo por virtud del Espíritu, con Él y en Él concibe y genera a todos aquellos que vendrán, porque Cristo, desde el primer momento está destinado a ser la cabeza de la Iglesia(127). San Ildefonso de Toledo acude a la Virgen, que adora a Jesús como a Señor y lo contempla como a su hijo, pidiendo el nacimiento de Cristo en las almas a través del Espíritu: "Te pido, oh Virgen santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de quien tú misma lo has engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra de aquel Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús. Que yo ame a Jesús con aquel mismo Espíritu en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo"(128).

c. Los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Los cuatro Padres y Doctores de la Iglesia

En los ejes verticales de las calles y entrecalles, se sitúan seis tarjas con medallón central, en los cuales aparecerán, simétricamente y alternando con los símbolos bíblicos ya referidos, en los dos principales superiores, los bustos de San Pedro y San Pablo, y, en los cuatro laterales inferiores, las cabezas de los cuatro Padres y Doctores de la Iglesia latina: San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno.

En el conjunto del retablo, vienen a representar la acción del Espíritu Santo sobre la Iglesia, cimentada, como en doce rocas, sobre los Apóstoles en Pentecostés, y edificada a lo largo de la historia sobre sus sucesores. La solidez del edificio radica en la permanencia de la verdad, que está asegurada por el envío del Espíritu Santo, que "os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho"(129), y "os conducirá a la verdad plena"(130). La acción del Espíritu afecta a la Iglesia docente y discente: sigue inspirando la predicación del Evangelio y ayuda a comprender el significado del mensaje de salvación, "asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro"(131). Dios quiso que lo que había revelado para la salvación de los pueblos se transmitiera fielmente a lo largo de los siglos. La transmisión de la verdad revelada, la Parádosis, se efectúa por medio de la Escritura y de la Tradición, estrechamente unidas, pues brotan de la misma y única fuente, se unen en el mismo caudal y corren hacia el mismo fin. Si la Escritura goza de la inspiración del Espíritu Santo, la Tradición es garantizada por la asistencia del mismo Espíritu de la Verdad. La interpretación auténtica de una y de otra ha sido encomendada al Magisterio(132).

Pedro y Pablo representan a los Apóstoles y a los libros inspirados. Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio personifican al Magisterio, asistido por el Espíritu Santo. Los bustos del retablo enlazan, por su contenido y por sus formas artísticas, con las cuatro pechinas de la cúpula central, en las que aparecen los cuatro Evangelistas.

1. Los Apóstoles Pedro y Pablo

San Pedro y San Pablo están asociados por la misma misión apostólica. Cristo Jesús, que había confiado a Pedro el anuncio del Evangelio entre los judíos, encargó a Pablo el apostolado entre los gentiles(133). La tradición cristiana latina los ha unido, incluso celebrando su fiesta litúrgica el mismo día, 29 de junio, por su predicación en Roma, y por el martirio de ambos en aquella ciudad imperial. Al menos desde los siglos III y IV, se les representa juntos, de perfil, frente a frente, en ciertos medallones de bronce, que desempeñaban una función conmemorativa, como destinadas a los cristianos que venían a Roma a venerar la memoria de Pedro y de Pablo, en los lugares de su martirio(134).

a. San Pedro

Simón, hijo de Jonás, pescador de Cafarnaún, en Galilea, recibió de Cristo la llamada para ser pescador de hombres. Proféticamente le cambió el nombre por Cefas, piedra, preparándolo para la misión que había de encomendarle: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"(135). Pedro fue testigo excepcional de los momentos más trascendentales de la vida de Jesús, entre otros de la Transfiguración, en que el Espíritu, en forma de nube, envolvió a los presentes. Tras la resurrección de Cristo preside el Colegio Apostólico, recibe el encargo de Cristo de confirmar en la fe a sus hermanos, y es movido continuamente por el Espíritu Santo desde Pentecostés. Es, además, autor inspirado de dos epístolas canónicas del Nuevo Testamento. Murió mártir, crucificado cabeza abajo, en Roma, el año 67, durante la persecución de Nerón.

Se le representa como hombre de edad provecta, calvo, con un pequeño mechón en la frente, y barba rizada. Su atributo iconográfico es el de las llaves, símbolo de la potestad suprema sobre la Iglesia conferida por Cristo, de atar y de desatar(136). La facultad de absolver o de retener se especifica en el color oro o plata de las llaves(137).

San Pedro, como roca sobre la que se funda la Iglesia, y timonel de su barca de salvación, es símbolo de la acción del Espíritu Santo sobre su sucesor, el Papa, en el gobierno y en el magisterio ordinario. Para que las puertas del infierno no prevalezcan contra la Iglesia, Cristo ha conferido a su Esposa una participación en su propia infalibilidad, y garantiza la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica, dotando al Romano Pontífice del carisma de la infalibilidad, cuando habla ex cathedra, en magisterio solemne, sobre materias de fe y costumbres(138).

Su presencia en el retablo del Rocío sirve, también, como referencia local, pues no en vano San Pedro es considerado como Patrón de Almonte. Al tratar de San José, ya hemos hecho referencia a que, en 1705, el cardenal Arias mandó construir una nueva capilla dedicada a San Pedro, en la parroquial de Almonte, adosada a la nave del Evangelio, en el sitio ocupado por el altar de San José, aunque su ejecución se retrasó al menos hasta mediados de siglo(139). Es también testimonio de la veneración almonteña a San Pedro una pintura en tabla, del siglo XVIII, procedente de la antigua sillería de coro, que hace pareja con otra que representa a la Stma. Virgen del Rocío. San Pedro aparece efigiado con dos esferas, en las que se lee: «Quod ligaveris super terram / erit ligatum et in coelis», lo que atares sobre la tierra quedará atado en los cielos(140).

b. San Pablo

Saulo de Tarso, maestro de la Ley, recibió la llamada de Cristo, hacia el año 36, cuando se dirigía a Damasco con órdenes de encarcelar a los cristianos(141). Fue elegido por Cristo para ser el Apóstol de los gentiles(142). Cambió su nombre por el de Pablo. Es autor, inspirado por el Espíritu Santo, de trece epístolas del Nuevo Testamento, y se le atribuye, aunque no unánimemente, la Carta a los Hebreos. Realizó tres largos viajes apostólicos por el ámbito cultural helenístico-romano. Perseguido por los judíos, apeló al César, y fue conducido a Roma. Desde allí es muy probable que viniera a España, como lo había prometido en su Carta a los Romanos(143). En la persecución de Nerón, año 64, fue decapitado en Roma, en Tre Fontane, en el lugar en que luego se levantó su basílica.

Se le representa con barba, y con el atributo de la espada, instrumento de su martirio, y con el libro de las Epístolas(144).

En el retablo mayor del convento de la Encarnación, de MM. Dominicas, de Almonte, existía una imagen de bulto redondo de San Pablo(145). Su figura aparece, en una pintura mural de Rafael Blas Rodríguez, simétrica a la de San Pedro, en la cabecera de la iglesia parroquial de Almonte(146).

2. Los cuatro Padres y Doctores de la Iglesia

Tal vez por correspondencia con los cuatro evangelistas, el número de los Padres y Doctores de la Iglesia queda tipificado, ya en el siglo VIII, en el doble número de cuatro: Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio Magno, para la Iglesia latina; y Basilio, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo y Atanasio, para la griega(147). Benedicto XIV, siguiendo los criterios ya indicados por San Vicente de Lerins en el s. IV, establece los siguientes requisitos para la aplicación del título de Doctor de la Iglesia: insigne santidad de vida, doctrina eminente y reconocimiento o declaración expresa del Sumo Pontífice(148). Los cuatro Padres de la Iglesia latina recibieron el título de Doctores de la Iglesia, del papa Bonifacio VIII, el 20 de septiembre de 1295(149).

No es infrecuente que, en las representaciones individuales de San Jerónimo y San Gregorio, aparezca la paloma inspiradora del Espíritu Santo, posada sobre el hombro o volando sobre la cabeza, como signo de la iluminación espiritual de sus escritos.

a. San Ambrosio

Ambrosio nació en Tréveris, hacia el año 339. Después de sus estudios jurídicos en Roma, fue nombrado el año 370 consular y gobernador de las regiones de Liguria y Emilia. Cuando era sólo catecúmeno, fue aclamado y elegido como obispo de Milán; una vez bautizado, fue consagrado obispo el 7 de diciembre del 374. Su labor de gobierno y de magisterio teológico y litúrgico gozó de tal prestigio que, desde su pontificado, la sede de Milán es considerada como patriarcal. Falleció el 4 de abril del 395(150).

En relación con los temas centrales del retablo del Rocío, destaquemos que San Ambrosio escribió un tratado titulado De Spiritu Sancto ad Gratianum Augustum libri tres (381), en el que trata de la naturaleza divina del Espíritu Santo y su consustancialidad con el Padre y el Hijo. Por su contribución al culto y al conocimiento de los privilegios marianos, es considerado como Padre de la mariología latina(151). El Concilio Vaticano II lo cita a menudo en el capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium, que trata de María: "como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo"(152). La Iglesia, como María, guarda pura a íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera(153).

Se le representa con los atributos episcopales, -los ornamentos sagrados: alba, estola, capa pluvial, báculo y mitra-, y con el libro de doctor. En el busto del retablo, tan sólo se verá la mitra episcopal.

b. San Agustín

Agustín Aurelio nació en Tagaste de Numidia el 13 de noviembre del 354, hijo de Patricio y de Mónica. Él mismo nos relata en las Confesiones su alocada juventud, su conversión y su transformación interior. Recibió el bautismo de manos de San Ambrosio, en Milán, el 25 de abril del 386. Después de un tiempo de retiro, fue llamado por el obispo de Hipona para recibir el presbiterado. Hacia el 396 fue consagrado obispo de aquella sede, donde permaneció hasta su muerte, en el asedio vándalo del 430(154).

Es uno de los pensadores más grandes de todos los tiempos. En materia pneumatológica destaquemos el tratado De Trinitate libri quindecim (400-416), que dio lugar a la piadosa leyenda de la visión del ángel, que, jugando con una concha a la orilla del mar, le hacía ver la imposibilidad de comprender el insondable misterio trinitario(155). El Concilio Vaticano II se apoya en su autoridad al explanar las relaciones de la Santísima Virgen y la Iglesia: "María es verdadera madre de los miembros [de Cristo] por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza"(156)

Se le representa con los referidos atributos episcopales y magisteriales, y con su símbolo propio, el de la pequeña iglesia o casa sobre el libro, que hace referencia a su inmortal obra De civitate Dei(157). Como San Ambrosio, en el medallón del retablo sólo se verá el atributo pastoral de la mitra.

c. San Jerónimo

Nació en Estridón, entre Dalmacia y Panonia, hacia el año 347. Después de sus estudios de retórica en Roma, y de recibir el bautismo, se retiró al desierto de Calcis, como anacoreta. Volvió a Roma, donde recibió del papa San Dámaso el encargo de revisar el texto latino de la Biblia. Después de ciertos contratiempos, volvió a los Santos Lugares el año 386, y se instaló en Belén, donde pasó el resto de sus días escribiendo y comentando las Sagradas Escrituras. Falleció el 30 de septiembre del 419(158).

A causa de una polémica con Elvidio y Joviniano, que negaban la perpetua virginidad de María, compuso un tratadito Sobre la perpetua virginidad de la Bienaventurada Virgen María contra Elvidio, en el que refuta la argumentación de sus adversarios basándose en la interpretación de los textos escriturísticos.

Se le puede representar como asceta y penitente, acompañado de un león, como alusión a sus años en los desiertos de Siria. Como monje, con hábito de la orden jerónima, fundada en España bajo su advocación. Pero en el retablo del Rocío se ha elegido la iconografía magisterial, el capelo cardenalicio.

d. San Gregorio Magno

Gregorio nació hacia el año 540, en el seno de una familia de la nobleza romana. Tras la muerte de su madre transformó su palacio en un monasterio benedictino. Fue llamado por el papa Pelagio II para ejercer la misión de Apocrisario ante la corte imperial de Constantinopla, entre los años 579 y 586. Fue elegido Obispo de Roma el año 590. Por su brillante pontificado, en el gobierno, en el magisterio, en la liturgia y en las misiones con los pueblos anglosajones, recibió el apelativo de Magno. San Leandro de Sevilla gozó de su amistad personal, desde que se conocieron en Constantinopla, amistad que se mantuvo por medio de frecuente correspondencia. Murió el 12 de marzo del 604(159). Aunque sobre la Virgen sólo escribió ocasionalmente, sus afirmaciones tienen el peso de la tradición.

Se le representa con los atributos papales: alba, estola, capa pluvial y tiara pontificia(160).


E. La Eucaristía y el Presbiterio

Albergado por el retablo, se sitúa el ámbito del presbiterio, donde se desarrollará la sagrada liturgia, en especial el Sacrificio de la Misa, que es el verdadero centro y cumbre del culto cristiano(161). En la Eucaristía, lo que es simbolizado en el retablo se da en realidad sacramental. Cristo, el Hijo Eterno del Padre, hecho hombre en las entrañas de María por obra del Espíritu Santo, se hace presente y se da en alimento y comida, cuando, por la epíclesis, la acción y el rocío del Espíritu Santo transubstancia el pan y vino en el cuerpo y sangre que engendró María en su seno(162). "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua"(163).

El peregrino que llegue al Rocío, encontrará a María, que muestra a su divino Hijo en sus brazos, y lo ofrece en las manos del sacerdote que distribuye la sagrada comunión.

F. Las Referencias cronológicas e institucionales

En el banco del retablo, ya en la línea de tierra, y ejecutado en ricos mármoles con motivos heráldicos en bronce, se situarán las referencias cronológicas e institucionales. En el centro, en un medallón, el escudo de la Hermandad de Almonte. En las puertas del retablo, en sendos óvalos, el escudo del Papa Juan Pablo II, en la parte del evangelio, y el de S.M. el Rey de España, Juan Carlos I, en la de la epístola. Ambos escudos hacen referencia a los títulos de Pontificia y de Real de que goza la Hermandad Matriz, y a las históricas visitas que ambas personalidades han hecho a la Santísima Virgen del Rocío. Otras dos tarjas mostrarán, en posiciones simétricas, los emblemas de la Diócesis de Huelva y del Ayuntamiento de Almonte.


3. CONCLUSIÓN

Con el plan trazado, creemos que el retablo recoge suficientemente la doctrina mariológica y pneumatológica que encierra la advocación de Nuestra Señora del Rocío. Aparecen las verdades comunes del dogma mariano expresadas en el propio porte y atuendo de la Virgen. Y se explana la estrecha relación del Espíritu Santo con María y con la Iglesia, como lo propio y específico de la advocación rociera.

Por todo ello, el Retablo de la Virgen del Rocío podría recibir el subtítulo de "Rocío de Vida: la acción vivificante del Espíritu Santo sobre María y la Iglesia".

Otros muchos aspectos de la fe y de la piedad mariana y rociera han quedado por tratar en la iconografía del retablo. Éstos quedan pendientes para un proyecto iconológico global, que distribuya los temas por las distintas partes del templo, para que decoren la arquitectura, ilustren la fe y muevan la piedad de los fieles de Almonte, y de los devotos todos de la Santísima Virgen del Rocío.


Manuel Jesús Carrasco Terriza

 

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NOTAS

1. MENARD, Michel, Une histoire des mentalités religieuses aux XVIIe et XVIIIe siécles. Milles retables de l'Ancien diocèse du Mans. Paris, 1980, págs. 149-150.

2. RIGHETTI, Mario, Historia de la Liturgia, t. I, Madrid, BAC, 1955, págs. 467-472.

3. CONCILIO DE TRENTO, Sesión XXV, 3 diciembre 1563: (D)ENZINGER, Henricus, Adolfus (S)CHÖNMETZER, Enchiridion Symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Barcelona, Herder, 1965, nº 1824. PALOMERO PÁRAMO, Jesús M., El retablo sevillano del Renacimiento, Sevilla, Diputación Provincial, 1983, págs. 69-70.

4. PLAZAOLA, Juan, Historia y sentido del arte cristiano, Madrid, BAC, 1996, págs. 816-818.

5. RAYA RAYA, María Ángeles, El retablo en Córdoba durante los siglos XVII y XVIII, Córdoba, 1980, pág. 23. Id., Retablo barroco cordobés, Córdoba, 1987, págs. 301-306

6. PLAZAOLA, Juan, Historia y sentido del arte cristiano, o.c., págs. 819-823.

7. CARRASCO TERRIZA, Manuel Jesús, "Proyecto de programa iconográfico para el Retablo Mayor del Santuario de Nuestra Señora del Rocío. Huelva, 2 de septiembre de 1989".

8. CONCILIO DE ÉFESO, 22 junio 431: DS 251. (C)atechismus (E)cclesiae (C)atholicae, Roma, 1992, trad. cast. Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid, 1992, nº. 466.

9. CEC 495.

10. CARRASCO TERRIZA, Manuel Jesús, Guía para visitar los Santuarios marianos de Andalucía Occidental, o.c., pág. 192. RÉAU, Louis, Iconografía del arte cristiano, t. 1, v. 2. Barcelona, Ed. del Serbal, 1996, pág. 78.

11. CARRASCO TERRIZA, Manuel Jesús, "Aspectos cristológicos en la iconografía de la Theotokos", en III Simposio Internacional de Teología, Pamplona, Universidad de Navarra, 1982, págs. 579, 583-584: cfr., págs. 573-586.

12. Ap 12, 1

13. CEC 490-493.

14. PIO IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 diciembre 1854: DS 2803.

15. Lc 1, 28.

16. Ef 1, 3-7.

17. JUAN PABLO II, Encicl. Redemptoris Mater, Roma, 25 marzo 1987, nº 7

18. CONCILIO VATICANO II, Const. (L)umen (G)entium, 21 noviembre 1964, nº 56; PABLO VI, Marialis Cultus, Roma, 2 febrero 1974, nº 26.

19. Cfr. Inmaculada de Tiépolo, en el Museo del Prado: FOURNÉE, Jean, "Inmaculata Conceptio", en (L)exikon der (c)hristlichen (I)konographie, t. 2, Freiburg, Herder, 1970, cols. 338-344.

20. LG 59. CEC 966.

21. PIO XII, Const. Ap. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903

22. I Cor 15, 44.

23. LG 61. CEC 968.

24. LG 62, CEC 969.

25. LG 60, CEC 970.

26. MUÑOZ Y PABÓN, Juan Francisco, "La Blanca Paloma", en Obras de D. Juan Francisco Muñoz y Pabón, Edic. Ayuntamiento de Hinojos, Impr. Graf. Santa María, Coria del Río, Sevilla, 1991, págs. 206- 210.

27. Cant 2, 1-2

28. Eccli 24, 18.

29. Ap 2, 28.

30. SAN ISIDORO DE SEVILLA, Etymologia, 7, 10.

31. Cant 4, 15.

32. Jn 7, 37-38.

33. INFANTE GALÁN, Juan, Rocío. La devoción mariana de Andalucía, o.c., pág. 64.

34. CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO I, mayo 381, Símbolo Constantinopolitano: DS 150.

35. Salmo 103, 29-30.

36. Ez 36, 25-27.

37. CEC 685-686.

38. Cfr. Jn 14, 17. CEC 687.

39. Jn 3, 8.

40. DEL VALLE, Francisca Javiera, Decenario al Espíritu Santo, Madrid, Rialp, 3ª ed., 1972, pág. 31. BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, "El Gran Desconocido", en Es Cristo que pasa, Madrid, Rialp, 1973, nn. 127-138.

41. BRAUNFELS, Wolfgang, "Heiliger Geist", en LCI 2, 228-229. RÉAU, Louis, Iconografía del arte cristiano, o.c., t. 1, vol. 1, págs.33-52. ÍÑIGUEZ HERRERO, José Antonio, "La iconografía del Espíritu Santo en la Iglesia latina", en Scripta Theologica, 30 (1998/2) 559-586.

42. Gn18, 1-21.

43. EVDOKIMOV, Paul, El arte del icono. Teología de la belleza. Madrid, Publicaciones Claretianas, 1991, pág. 247.

44. Dan 7, 9

45. PAMPLONA, G., Iconografía de la Santísima Trinidad en el arte medieval español, Madrid, CSIC, Instituto Diego Velázquez, 1970, pág. 26, fig. 12.

46. ÍÑIGUEZ HERRERO, José Antonio, o.c., pág. 578.

47. CEC 694-701.

48. Cfr. Jn 19, 34; I Jn 5, 8. Jn 4, 10-14; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; I Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17. CEC 694.

49. Cfr. I Co 12, 13. CEC 694.

50. Cfr. Lc 4, 18-19; Is 61, 1. CEC 695.

51. Cfr. Lc 3, 16; Lc 12, 49; Hch 2, 3-4. CEC 696.

52. Cfr. Ex 24, 15-18; 33, 9-10; 40, 36-38; I Co 10, 1-2; Lc 9, 34-35. CEC 697.

53. SAN JUSTINO, Apología, 1, 61, 12. CEC 1216. DANIÉLOU, Jean, Sacramentos y culto según los Santos Padres, Madrid, Guadarrama, 1964, pág. 111.

54. Cfr. Lc 1, 35. CEC 697.

55. Cfr. Jn 6, 27; 2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30. CEC 698.

56. Cfr. Hch 8, 17-19. CEC 699. DANIÉLOU, Jean, o.c., págs. 70-86.

57. Cfr. Himno Veni Creator. Ex 31, 18; 2 Co 3, 3. CEC 699.

58. Cfr. Gn 8, 8-12; Mt 3, 16. CEC 701.

59. CONCILIO DE TRENTO, Sesión XXV: DS 1824-1825.

60. MACRI, D., "Icona", en Hierolexicon sive Sacrum Dictionarium in quo ecclesiastice voces... elucidantur, Venecia, 1765, pág. 378. ÍÑIGUEZ HERRERO, José Antonio, o.c., pág. 580.

61. INTERIAN DE AYALA, J., El Pintor Christiano y erudito, o tratado de los errores que suelen cometerse freqüentemente en pintar y esculpir las Imágenes Sagradas, Madrid, 1782, págs. 110-111. La edición latina data de 1730. ÍÑIGUEZ HERRERO, José Antonio, o.c., pág. 580-581.

62. BENEDICTO XIV, Bullarium, Prato, 1839-1847, págs. 250-255. ÍÑIGUEZ HERRERO, José Antonio, o.c., págs. 581-582.

63. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel, Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, Escultura mariana onubense, o.c., pág. 293, lám. 148.

64. Hch 2, 1-41.

65. Hch 2, 2-4, 16-21.

66. CEC 731-741. JUAN PABLO II, Encicl. Dominum et vivificantem, Roma, 8 mayo 1986, nº 25.

67. Hch 2, 5.

68. Gn 1, 2.

69. Cfr. Gn 1, 9-13, 20-31; 2, 15.

70. COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor, Madrid, BAC, 1997, pág. 41. Cfr. Dominum et vivificantem, 34.

71. Gn 8, 8-12.

72. CEC 701.

73. El Espíritu del Señor, o.c., pág. 94.

74. Mt 3, 17.

75. "Vere Sanctus es, Domine, fons omnis sanctitatis. Haec ergo dona, quaésumus, Spíritus tui rore sanctífica, ut nobis Corpus et Sanguis fiant Domini nostri Iesu Christi", Misal Romano, Ordo Missae, Prex Eucharistica II, Coeditores Litúrgicos, 1989, págs. 1141-1142. Literalmente dice: "santifica con el rocío de tu Espíritu"; en cambio, la traducción litúrgica oficial castellana emplea el sustantivo abstracto efusión, en vez del concreto rocío. En la Plegaria de la Reconciliación II se ha respetado el sustantivo rocío: "Por eso, celebrando este misterio de reconciliación, te rogamos que santifiques con el rocío de tu Espíritu estos dones, para que sean el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo mientras cumplimos su mandato", ibid. págs. 1066-1067.

76. Mt 17,5.

77. Ex 19, 16; Núm 14, 14.

78. Jn 3, 8.

79. Os 14, 6.

80. Secuencia Veni, Sancte Spíritus, et emitte coelitus lucis tuae radium.

81. SEELIGER, Stephan, "Gaben des Geistes", en LCI, 2, 71-73.

82. Is 11,2-3.

83. CEC 1830-1831.

84. Gal 5, 22-23. CEC 1832.

85. CEC 328-336.

86. Jn 1, 51; Gn 28, 12.

87. Mt 11, 9.

88. Lc 7, 28.

89. Mt 3, 4.

90. Jn 1, 29.

91. CEC 523.

92. CEC 717-720.

93. Jn 16, 13; 3, 29. 32.

94. El Espíritu del Señor, o.c., pág. 97.

95. Lc 1, 39-56. RÉAU, Louis, Iconografía del arte cristiano, o.c., t. 1, v. 2, págs. 203-213.

96. Lc 1, 15.

97. Lc 1, 39-45.

98. Lc 1, 46-55.

99. LECHNER, Martin, "Heimsuchung Mariens", en LCI, 2, 229-235.

100. RÉAU. Louis, Iconografía del arte cristiano, o.c., t, 1, v. 2, págs. 307-316

101. Mt 3, 17.

102. Jn 1, 32-34.

103. SAN JUAN DAMASCENO, De fide ortodoxa, III, 16. EVDOKIMOV, Paul, o.c., pág. 295.

104. Mc 1, 11 / Lc 3, 22.

105. EVDOKIMOV, Paul, o.c., pág. 292.

106. Mt 1, 20.

107. CEC 437. Cfr. Mt 1, 16; Lc 3, 28; Rom 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16.

108. Cfr. Gn 22, 17.

109. PIO IX, Decr. Sacr. Congr. Rit., Quemadmodum Deus, 8 diciembre 1870.

110. Breviario Romano de San Pio V, Responsorio breve de la III lectura del I nocturno de la fiesta de San José.

111. Gn 41, 38-43.

112. LEON XIII, Enc. Quamquam pluries, 15 agosto 1889.

113. CRUZ DE FUENTES, Lorenzo, Documentos de las Fundaciones Religiosas y Benéficas de la villa de Almonte y Apuntes para su Historia, Huelva, 1908, pág. 212, nota 368.

114. ADH, Justicia. Almonte, Caja 11, nº 1.6.24.

115. ADH, Justicia. Almonte. Caja 4, nº 1.2.63.

116. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel, Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, Catálogo monumental de la provincia de Huelva, Huelva, Universidad, en prensa.

117. CRUZ DE FUENTES, Lorenzo, o.c., pág. 212.

118. Lc 1, 35.

119. Lc 1, 26-37.

120. JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, 26.

121. El Espíritu del Señor, o.c., págs. 98-99.

122. RÉAU, Louis, Iconografía del arte cristiano, o.c., t. 1, v. 2, págs. 214-216

123. Ibidem, págs. 235-240.

124. Mt 2, 1; cfr. Mt 2, 1-12.

125. Lc 2, 1-7.

126. Cfr. Lc 2, 8-20.

127. El Espíritu del Señor, o.c., pág. 100.

128. SAN ILDEFONSO DE TOLEDO, De perpetua virginitate Mariae, 12. Citado ibid., pág. 104.

129. Jn 14, 26.

130. Jn 16, 13

131. JUAN PABLO II, Dominum et vivificantem, 3-4. El Espíritu del Señor, o.c., págs. 80-81.

132. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Dei Verbum, 18 noviembre 1965, nº 7-10.

133. Gal 2, 7-8.

134. GRABAR, André, Las vías de creación en la iconografía cristiana, Madrid, Alianza, 1985, págs. 71-74.

135. Mc 3, 16; Mt 16, 18.

136. Mt 16, 19.

137. REAU, Louis, Iconografía del arte cristiano, o.c., t. 2, v. 5, págs. 50-51.

138. Cfr. CEC 888-892.

139. ADH, Justicia. Almonte. Caja 4, nº 1.2.63.

140. Mt 16, 19. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel, Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, Catálogo monumental de la provincia de Huelva, o.c.

141. Hch 9, 1-30; 22, 4-16; 26, 9-18.

142. Gal 2, 7-8.

143. Rom 15, 24. 28.

144. RÉAU, Louis, Iconografía del arte cristiano, o.c., t. 2, v. 5, págs. 10-11.

145. ADH, Gobierno. Almonte. 1849, octubre, 15, "Inventario de las Imágenes, Altares, Ornamentos, Vasos Sagrados, Pinturas, y demás enseres del Culto, que se hallan en la Iglesia, Sacristía y Coro del Convento de Religiosas Dominicas de esta Villa, y que, en virtud de orden del Escmo. é Ilmo. S. Arzobispo de Sevilla, se practica por el Sr. Vicario de este partido Eclesiástico de Niebla, y por ante mi el infrascrito Notario eclesiástico, y testigos que abajo firman".

146. GONZÁLEZ GÓMEZ, Juan Miguel, Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, Catálogo monumental de la provincia de Huelva, o.c.

147. JÁSZAI, Géza. "Kirchenlehrer, Kirchenväter", en LCI, 2, 529-538.

148. BENEDICTO XIV, De servorum Dei beatificatio et canonizatione, libr. IV, 2, c. 11, nº 8-16.

149. Corpus Iuris Canonici, libr. VI, 3, 22. TURRADO TURRADO, A., "Doctor de la Iglesia", en (G)ran (E)nciclopedia (R)ialp, Madrid, Rialp, 1981, t. 8, págs. 38-39.

150. MARA, María Grazia, "Ambrosio de Milán", en INSTITUTO PATRÍSTICO AUGUSTINIANUM, Patrología. III, Madrid, BAC, 1981, págs. 166-211. GORDINI, Gian Domenico, "Ambrogio di Milano", en (B)ibliotheca (S)anctorum, Roma, Città Nuova, 1983, t. I, cols. 945-965.

151. SIMONETTI, Manlio, Bonaventura PARODI D'ARENZANO, Renato APRILE, "Ambrogio di Milano", o.c., cols. 965-990.

152. LG, 63. SAN AMBROSIO, Expos. Lc., II, 7: PL 15, 1555.

153. LG 64. SAN AMBROSIO, Expos. Lc.,II, 7; X, 24-25: PL 15, 1555 y 1810.

154. TRAPÈ, Agostino, "San Agustín", en Patrología. III, o.c., págs. 405-553.

155. TRAPÈ, Agostino, "Agostino Aurelio", en BS, 1, 428-596.

156. SAN AGUSTIN, De s. virginitate, 6: PL 40, 399. LG 53.

157. CROCE, Elena, "Agostino Aurelio", o.c., 596-600.

158. GRIBOMONT, Jean, "San Jerónimo", en Patrología. III, o.c., págs. 249-290.

159. MONACHINO, Vicenzo, "Gregorio I", en BS, 7, 222-278.

160. CANNATA, Pietro, "Gregorio I", o.c., 278-287.

161. LG 11.

162. Cfr. CEC 1322-1419.

163. CONCILIO VATICANO II, Decr. Presbyterorum ordinis, 7 diciembre 1965, nº 5.

 

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