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Página personal de Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA  

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1.Publicaciones

1.1. Por años

1.2. Por temas

1.3. Por lugares

2. Inéditos o en prensa

3. Cargos y actividades

4. Mis fotos con San Juan Pablo II

5.Obra pictórica

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PORTA FIDEI

 Exposición sobre el Año de la Fe

Monasterio de Santa Clara, Museo Diocesano de Huelva

16 de febrero a 25 de junio de 2013

Boletín Oficial del Obispado de Huelva.
Número extraordinario
Año LX - Nº 411
2013

 

 

 

 Organiza:                          Diócesis de Huelva. Secretariado Diocesano de Patrimonio
                                        Monasterio de Santa Clara de Moguer.

Comisario y Catálogo:          Manuel Jesús Carrasco Terriza

Comisarios Adjuntos:           Juan Bautista Quintero Cartes
                Juan Manuel Moreno Orta

Guía y Diseño                   Francisco J. Rodríguez Reyes

Seguros:                            UMAS

Fotografías:                        Manuel Jesús Carrasco Terriza
                Martín García Pérez

Montaje:                            Fabián Camacho Rincón,
                David García-Ortiz Clemente y Marcos Brioso Ruiz

Restauradora:                    Isabel Magro Lorenzo.

 

 * * *

 

PRESENTACIÓN

                El Santo Padre, Benedicto XVI, en su carta Porta Fidei, ha subrayado la necesidad de "un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe" (Porta fidei, 11) , y de recorrer el camino de la historia de la salvación, reconociendo a los grandes testigos de la fe: María, los apóstoles, los mártires y todos los hombres y mujeres que "han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús" (Porta fidei, 13).

                En las orientaciones pastorales sobre las iniciativas que debe desarrollar la Iglesia en este año de gracia, se dice que el mundo contemporáneo es sensible a la relación entre la fe y el arte. Y, en este sentido, se encomienda a los obispos que fomenten el aprecio por "el patrimonio artístico que se encuentre en lugares confiados a su cuidado pastoral" (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, nº 6, 6-I-2012). Acogiendo estas sugerencias, nuestra Diócesis de Huelva quiere ofrecer una exposición, titulada PORTA FIDEI, que muestre a los fieles, y a todas las personas de buena voluntad, que quieran visitarla, un recorrido a través del cual podrán descubrir las huellas que ha dejado la fe, y sigue dejando, en nuestra cultura. Los santos, los libros, los vasos sagrados, la pintura y la escultura, que a lo largo de nuestra historia han ayudado a transmitir, celebrar y testimoniar la fe entre nosotros, podrán ser contemplados para estimular nuestra propia fe, descubrirnos su belleza y ayudarnos a mostrarla a nuestros contemporáneos.

                Es importante subrayar, como ha destacado el Papa Benedicto XVI, que la fe cristiana "no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia" (Porta fidei, 11). En esta exposición se podrá descubrir cómo los instrumentos para transmitir la fe, como son los catecismos, etc., desembocan en la presentación de los elementos de la liturgia, y cómo de la fuerza recibida en la liturgia se nutren los testigos que hacen vida la fe en el servicio a los hermanos y en ámbito de la cultura. Como dice el Papa: "Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos" (Porta fidei, 11).

                En el marco espléndido del Monasterio de Santa Clara, de Moguer, esta exposición manifestará la via pulchritudinis, "el camino de la belleza", para descubrir mejor a Dios, autor de todo bien, que ha querido revelarnos su misterio de amor y reclama de nosotros la acogida en la fe, que Él, tan generosamente, nos ha mostrado a través de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, en el que habita la plenitud de la divinidad (Cfr. Col 2, 9).

                Agradezco sinceramente a nuestro Departamento Diocesano de Patrimonio Cultural, y al Monasterio de Santa Clara, el esfuerzo que han realizado con competencia, austeridad e ilusión, para recoger las piezas más significativas y cumplir este objetivo de nuestro Plan Diocesano de Pastoral. Mi agradecimiento, igualmente, a todas las parroquias, instituciones y personas que han colaborado para hacer realidad esta exposición.

                Deseo terminar con las palabras del Papa: «La puerta de la fe», que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros (Porta fidei, 1).

                + José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva

               

* * *                     

 

PREÁMBULO

 

                S. S. el Papa Benedicto XVI ha convocado a toda la Iglesia a celebrar el Año de la Fe, desde el 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre de 2013. El  11 de octubre de 2011 fechaba la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Porta Fidei, en la que explica los motivos de la convocatoria, el vigésimo aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica, y el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, al tiempo que nos marca los objetivos y contenidos que se pretende obtener de este acontecimiento.

«Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año» (PF 9).

                La Diócesis de Huelva, secundando los deseos del Santo Padre, ha organizado, entre otros actos, una exposición didáctica que contribuya a reavivar la fe a través de la imagen y de la belleza de las obras de arte, desarrollando los tres puntos que indica en PF 9:

– confesar la fe con plenitud
– intensificar la celebración de la fe en la liturgia
– el testimonio de vida de los creyentes

                Tres puntos que coinciden con los tres ministerios de Cristo y de la Iglesia: munus docendi, munus sanctificandi, munus regendi, y que en nuestra Diócesis tiene su concreción orgánica en las tres vicarías: del Anuncio de la Fe, de la Celebración de la Fe, del Testimonio de la Fe.

                Pues bien, el Departamento de Patrimonio del Obispado, junto con el Monasterio de Santa Clara de Moguer, ha preparado una sencilla exposición basándose en estos tres puntos. De alguna manera, la belleza artística es también una puerta de la fe. Es la llamada vía pulchritudinis, un camino hacia Dios por las obras de los hombres, que así participan del poder creador de Dios, y contribuyen a ensalzar a quien tales facultades otorgó a los humanos.

                Los objetivos que se pretenden son:

        1. Contribuir, en la Diócesis de Huelva, a la celebración del Año de la Fe y del Cincuentenario del Concilio Vaticano II.

                2. Poner al servicio de la comunidad diocesana y de todos los hombres de buena voluntad, el mensaje de la Iglesia, que no es otro que el anuncio, la celebración y el testimonio de la fe.

                3. Dar a conocer y a valorar una pequeña parte del patrimonio histórico-artístico de la Diócesis de Huelva, como un medio para fomentar la conciencia de su conservación y de su utilización en la evangelización, así como a través del mismo, hacer llegar el anuncio del Evangelio a los alejados.

                4. Seguir poniendo en valor el Monasterio de Santa Clara, como centro cultural  y evangelizador, desde el diálogo entre la fe y la cultura.

                Teniendo en cuenta los espacios disponibles en el Monasterio, y dentro de la más estricta austeridad de medios, la exposición se articula de tres partes y en cuatro espacios, dividida la tercera parte en dos secciones:
 

        1. El anuncio de la fe (Sala Capitular).
1.1. La belleza de la creación habla de su Creador.
1.2. La Sagrada Escritura, autorrevelación de Dios
1.3. Nuestros Padres en la Fe.
1.4. La fe de los Apóstoles en Cristo Resucitado.
1.5. Los Padres de la Iglesia.
1.6. El Bautismo, puerta de la fe.
1.7. La fe de la Iglesia.
1.8. El Magisterio, guía de la fe de la Iglesia.
 

                2. La celebración de la fe (Sala de ornamentos).
2.1. El Obispo, ministro de los Sacramentos
2.2. Los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo y Confirmación.
2.3. La Eucaristía, Misterio de la Fe.
2.4. Los sacramentos de curación: La Penitencia y la Unción de Enfermos.
2.5. Los sacramentos al servicio de la Comunidad: El Orden Sacerdotal y el Matrimonio.

                3. El testimonio de la fe

                3.1. Sección primera (Claustrillo mudéjar).
Los testigos de la fe y de la caridad en la Diócesis de Huelva.

3.2. Sección segunda (Enfermería baja).
La pintura de Teresa Peña, la vida de fe y el compromiso humano de una artista de nuestro tiempo.

 * * *

 

RTICO: PORTA FIDEI

 

«La puerta de la fe (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida» (Benedicto XVI, Porta fidei [=PF] 1).

Ingresa el espectador en la muestra a través de una reproducción fotográfica de la portada de la iglesia parroquial de Almonaster [1], de estilo manuelino, de hacia 1531-1538, que contiene un discurso iconográfico sobre la Cruz y la Fe.

En él se desarrolla, de manera no sistemática, el tema de la lucha agónica del hombre contra las fuerzas adversas del mal (mundo, demonio y carne) con las armas de le fe, lucha en la que algunos son derrotados, pero en la que la mayoría puede vencer si emplea los medios hasta alcanzar la salvación y la paz por la cruz.

Las cardinas vegetales representan el ámbito natural del hombre, el paisaje de espinas y abrojos, fruto del pecado original. Los animales son representaciones teriomórficas del diablo, que acosa al hombre para devorarlo; diablo que adopta formas híbridas, falsas, antinaturales, como padre de la mentira y del engaño. La soberbia del mundo, los vicios del hombre y de la sociedad se hallan figurados en los locos juglares.

En ese combate de la fe por vencer al diablo y por alcanzar la vida inmortal están comprometidos todos los hombres, que se enfrentan al enemigo con el dramatismo de la propia desnudez.

La Cruz es la clave del arco. Es el equi­librio en esa conflagración caótica e incierta entre el hombre y las fuerzas telúricas, dañadas por el pecado original, las potencias infernales del ángel caído, y la presión de los pecados del mundo. La Cruz de Cristo es la victoria y la esperanza de la resurrección1.

Franqueando esta puerta, la puerta de la fe, visibilizamos el paso de la cruz a la luz, per crucem ad lucem.


 

PARTE PRIMERA: EL ANUNCIO DE LA FE

Sala Capitular

«La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida» (Catecismo de la Iglesia Católica [=CEC] 26).

En la primera sala, esta afirmación se desarrolla mostrando, en primer lugar, la revelación de Dios por medio de sus obras -la creación-, y de su palabra, -la Sagrada Escritura-.

A esa manifestación divina, la respuesta humana tiene unos grandes modelos, a los que llamamos Nuestros Padres en la Fe, Abraham, José y María. La revelación se completa en Jesús, el Cristo, la Palabra de Dios encarnada, que se comunica a los apóstoles, enviados a predicar la Buena Nueva a todo el mundo, a pesar de sus personales dudas y debilidades.

La Iglesia recibe y transmite el contenido y las actitudes de la fe, especialmente a través de obispos, sucesores de los Apóstoles, que garantizan la autenticidad de la fe. Algunos de ellos, por su especial ciencia y autoridad, son reconocidos como Padres y Doctores de la Iglesia.

La puerta de ingreso en la Iglesia es el Bautismo, en el que se nos da el don de la fe, una fe que profesamos por medio del Credo, o símbolo de la fe, y que se explicita en el Catecismo, y que garantiza el Magisterio de la Iglesia.

 

1.1. La belleza de la creación habla de su Creador.

 

«Lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras» (Rom 1, 20).

«Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras» (CEC 50).

«Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas» (Conc. Vat. II, Dei Verbum [=DV 3], CEC 54).

Comienza la exposición con una invitación a contemplar a la belleza del mundo crea­do, captada en los paisajes de Eugenio Lobo [2] [3].

El sacerdote Eugenio Lobo Conde (Santa Olalla, 1939) ha cultivado su afición pictórica, con evidente éxito, bajo la influencia de Ignacio Alcaría, eximio pintor de la naturaleza. Como su maestro, Eugenio se deleita en cada pincelada, en cada tallo y en cada espiga, en cada flor, en el ave que planea, o en las pequeña nubes que modelan el horizonte, como se deleita el Creador en cada una de sus más pequeñas criaturas. El deleite por la amorosa morosidad de la pincelada en el mundo vegetal, se ve enriquecida por la presencia / ausencia de la mano del hombre, representada en el carro, de finos y elegantes trazos. El hombre aparece como colaborador de la creación, jardinero del Edén.

 

1.2. La Sagrada Escritura, autorrevelación de Dios

«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina» (DV 2, CEC 51).

«Dios, que habita una luz inaccesible quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas» (CEC 52).

«En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13, CEC 101).

Continuaba diciendo Benedicto XVI en la Audiencia del 6 de febrero pasado: «El creyente puede leer el gran libro de la naturaleza y comprender su lenguaje; el universo nos habla de Dios, pero es necesaria su Palabra de revelación, que suscita la fe, para que el hombre pueda alcanzar la plena conciencia de la realidad de Dios en cuanto Creador y Padre. En el libro de la Sagrada Escritura la inteligencia humana puede encontrar, a la luz de la fe, la clave interpretativa para comprender el mundo».

La palabra divina expresada en lenguas humanas se pone por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, en los libros sagrados de la Biblia. Se exponen dos facsímiles de la Biblia: el Beato de Liébana, de la J. P. Morgan Library, de Nueva York, y la Biblia de San Luis, de la Catedral de Toledo.

El Beato de Liébana de la J. P. Morgan Library [4] es uno de los más antiguos códices ilustrados y el más célebre de los manuscritos que contienen el Comentario al Apocalipsis. El nombre del autor, Maius o Magius, tal vez procedente de Córdoba, aparece por dos veces citado, una en el extenso colofón y otra al final del texto del Comentario.

Fue encargado por el monasterio de San Miguel de Escalada, aunque fue confeccionado en el scriptorium del monasterio de San Salvador de Tábara, al que pertenecía Magius. Una de las principales novedades que aporta es la introducción de los retratos de los Evangelistas. De gran interés para el sentido de estas ilustraciones es el colofón en el que el ilustrador nos da a conocer su propósito al pintarlas: Verba mirifica storiarumque depinxi per seriem ut scientibus terreant iudicii futuri adventui. En él se indica igualmente la fecha del manuscrito que ha dado lugar a diversas interpretaciones, siendo hoy la más comúnmente aceptada la del año 962.

La Biblia de San Luis [5], de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo, es una Biblia moralizada escrita en latín, que por su extraordinaria belleza se conoce también con el nombre de Biblia rica de Toledo.

En el testamento de Alfonso X el Sabio se describe como una Biblia «de tres libros, historiada, que nos dio el Rey Luis de Francia» y como «una de las cosas más nobles que pertenecen al Rey». Por los estudios realizados sobre sus distintos aspectos, y por el análisis interno de la misma se puede asignar con mucha aproximación la fecha de composición, y el tiempo en que fue copiada e iluminada. Estos trabajos se realizaron entre los años 1226 y 1234. Esta ingente obra, tan precisa y minuciosa, exigió la dedicación paciente de muchos expertos de las más variadas materias, propias de teólogos, copistas e iluminadores.

Los dos tomos de la Biblioteca Capitular de Huelva fueron donados por D. Luciano González Álvarez (1912-2007), Vicario General de la Diócesis, Rector del Seminario y Deán del Cabildo de Huelva, y, desde 1979, Canónigo de la Catedral Primada de Toledo.

 

1.3. Nuestros Padres en la Fe.

La fe es la respuesta del hombre a la revelación de Dios por la naturaleza creada y por la autorrevelación por medio de hechos y palabras a lo largo de la Historia de la Salvación. Los grandes modelos de obedientia fidei son Abraham, José y María.

1.3.1. Abraham.

A Abraham se le llama nuestro Padre en la fe (Plegaria Eucarística I; cf. Rom 4, 12). En él se personifica todo el itinerario de la fe. Dios toma la iniciativa, le llama y le hace una promesa. Es una llamada que reclama obediencia y renuncia: Sal de tu tierra, de tu patria, de la casa de tu padre (Gén. 12,1), para ponerse enteramente a disposición de los planes de Dios. Se le exige mucho, pero se le promete más: Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra (Gén 12, 2-3). La Carta a los Hebreos comenta: Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba (Heb 11,8).

La promesa requiere un acto de fe y confianza, pues, siendo él anciano y su esposa estéril, de entrada parece inviable. Abraham creyó, esperando contra toda esperanza (Rm 4, 18) Gracias a su fe, Dios cumple su promesa con el nacimiento de Isaac.

Una nueva prueba, casi sobrehumana, se le impone, para probar su fe: Dios le exige el sacrificio de su hijo único Isaac, el depositario de la promesa (Gén 22). Abraham obedece y se fía de Dios. Una vez más, en silencio y sin oponer ninguna resistencia, se fía de Dios y obedece ciegamente. En pago de esta fe y de esta obediencia, Abraham es colmado de bendiciones. Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda ... Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos (Heb 11,17-19). Es la fe desnuda, despojada de todo apoyo o seguridad humana, pendiente sólo de Dios y de su palabra.

Exponemos el Sacrificio de Isaac [6], de la Ermita de Montemayor. El autor, del círculo de  Sebastián de Llanos Valdés, de hacia 1665, nos presenta a Abraham como eje de la composición, sosteniendo por la cabellera a Isaac que se arrodilla ante él en actitud sumisa. Un ángel, con las alas enhiestas, detiene al Patriarca sujetándole la mano derecha, que empuña el cuchillo. Detrás de la figura de Abraham puede verse el carnero, que suplirá la víctima del sacrificio.

El lenguaje ecléctico de esta pintura se adapta a la moda imperante en la escuela sevillana del segundo tercio del siglo XVII. La composición solemne, el acertado dibujo y las cálidas tonalidades, sobre un fondo neutro, logran la apetecida ambientación del relato bíblico2.

1.3.2. San José

José también recibe, y con todo derecho, el título de Nuestro Padre en la fe, digno heredero de Abraham. José creyó el anuncio del ángel, que la criatura que iba a nacer de su joven esposa, la Virgen María, había sido engendrada por el Espíritu Santo. José acepta la misión de hacer de padre, vinculando al hijo de María con la estirpe de David, e imponiéndole el nombre de Jesús (Mt 1, 18-25).   José y María los primeros creyentes que han recibido la Palabra de Dios hecha carne en su casa y en sus corazones. A José podemos aplicar las palabras de elogio que Isabel dijo de su prima María: ¡Dichoso eres José, hijo de David, porque has creído que lo que se te ha dicho de parte del Señor se cumplirá! (cfr. Lc 1, 45). La fe de José va creciendo al mismo tiempo que la fe de María, meditando y guardando en su corazón todos los acontecimientos y vicisitudes de la infancia, adolescencia y juventud de Jesús.

La escultura de San José con el Niño [7], de la parroquial de Trigueros, es obra cercana al círculo de Benito Hita del Castillo, posiblemente la imagen mandada hacer por Fernando de Campos en 1760, que se veneraba en la iglesia de los jesuitas. San José lleva túnica y manto dorado con rocallas y vueltas plateadas; luce aureola de plata con decoración de rocallas y vara de azucenas, también de plata. El Niño lleva potencias de plata con rayos agudos y flameantes del XVIII, y un sonajero de campanilla y cascabeles, también de plata3.

1.3.3. Santa María siempre Virgen

«Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)» (PF 13).

La imagen de la Madre del Amor Hermoso [8], del siglo XVI, procedente de Galaroza, representa a la Virgen, erguida, viste túnica marfil y manto rojo. Sostiene al Niño en el brazo izquierdo, y en la derecha porta una rosa, símbolo de su maternidad divina. La composición presenta el contrapposto propio del manierismo. La caída vertical de paños por la espalda y perfil izquierdo, imprimen en el total un gran estatismo y quietud clásica. El Hijo, de anatomía robusta, sostiene en la mano izquierda el orbe y bendice a la griega con la diestra4.

 

1.4. La fe de los Apóstoles en Cristo Resucitado.
 

«Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles» (PF 13).

«La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz» (CEC 638)

Estamos ante el tema central de la exposición y del cartel que resume su contenido: Cristo Resucitado; más en concreto: el costado abierto de Cristo Resucitado. Cristo comparó su cuerpo con el Santuario: Destruid este templo y en tres días lo reedificaré (Jn 2, 19). Pues bien, al tiempo que su costado era abierto por la lanzada, se rasgaba el velo del templo, que hacía inaccesible al pueblo la presencia de Dios.

De algún modo, la naturaleza humana de Cristo era como el velo que ocultaba su divinidad, que, al ser rasgado por la lanza, abre las puertas del cielo. Así comenta la Carta a los Hebreos: Así pues, teniendo libertad para entrar en el santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne [...] acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe (Heb 10, 19-21).

Los Apóstoles vieron, palparon y creyeron en Jesús resucitado, y, tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, se convirtieron en testigos de todo lo que el Maestro había hecho y enseñado, proclamándolo como Señor, en quien se cumplen las promesas.

1.4.1. Dichosos los que crean sin haber visto

«Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la meno en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Jesús le dijo: “Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20, 24-29).

«Si, pues, Tomás vio y tocó, ¿por qué se le dice Porque me viste, creíste? Porque una cosa vio y otra creyó; vio al hombre, y confesó a Dios. Mucho alegra lo que sigue: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. En esta sentencia estamos especialmente comprendidos, porque Aquel a quien no hemos visto en carne lo vemos por la fe, si la acompañamos con las obras, pues aquel cree verdaderamente que ejecuta obrando lo que cree» (San Gregorio Magno, In Evang. hom. 26).

Alejo Fernández (h. 1475-1545), a quien atribuimos la Incredulidad de Santo Tomás [9], de Hinojos, ha situado la escena no en el interior del Cenáculo, sino en el exterior de una gran arquitectura abierta, abovedada, decorada con casetones, que descansa sobre doble cornisa y columnas pareadas sobre podio, de mármol jaspeado y capiteles metálicos corintios. Apoya el efecto de perspectiva en las líneas del enlosado, en la colocación de los personajes secundarios a diversa altura, y en la gradación tonal de la atmósfera que envuelve los edificios y las montañas de fondo.

La figura de Cristo aparece con la iconografía propia del Resucitado, con el torso en su mitad derecha desnudo y cubierto con un amplio manto dorado con vueltas rojas. Su mano izquierda sostiene la cruz salvadora, mientras que la derecha atrae la mano de Tomás hacia la abertura del costado. Tomás, de rodillas, reconoce a Jesús vivo y glorioso, y proclama su fe en el hombre Dios. A la derecha, los apóstoles contemplan sorprendidos la lección del Maestro: Bienaventurados los que crean sin haber visto (Jn 20, 29)5.

1.4.2. Confirma en la fe a tus hermanos

Simón Pedro, a la pregunta de Jesús, proclamó: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Confesión que Jesús corroboró diciendo: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 16-17). «Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos» (CEC 552), tal como Jesús lo había anunciado: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma en la fe a tus hermanos » (Lc 22, 31-32).

Por esto, Pedro y sus sucesores tienen el carisma de garantizar la unidad de la Iglesia, conforme al deseo de Cristo: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre» (Ef 4, 5), «un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10, 16). La Iglesia de Roma «preside en la caridad» (San Ignacio de Antioquía, Ep. ad Rom. 1, 1). «Desde la venida a nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas partes han tenido y tienen a la gran Iglesia [de Roma] como única base y fundamento porque, según las mismas promesas del Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás contra ella" (San Máximo Confesor, Op. theol.: PG 91, 137-140)» (CEC 834)

La imagen de San Pedro [10] ocupa la hornacina derecha del retablo mayor de la parroquia de Chucena, presidida por la Virgen de la Estrella. La autoría de Julián Jiménez aparece detrás del retablo: «Este retablo lo yso don Julián Jiménez», «En el año 1788. Soi de María Santísima de la Estrella», descubierta en el proceso de la restauración llevada a cabo en 1992-1993. Se trata de uno de los más altos representantes del retablo rococó6. Contaba habitualmente con Benito Hita del Castillo (1714-1784) para la esculturas, pero ya para estas fechas había fallecido.

La figura del Apóstol, movida tanto en su composición como en las ricas telas, viste túnica verde azulada y manto rojo, ricamente estofados en oro. Lleva en su izquierda el libro de las Escrituras, como autor de dos cartas del Nuevo Testamento, y en la derecha las llaves del Reino de los Cielos, símbolo del poder conferido por Cristo (cf. Mt 16, 18-19). Su cabeza repite la iconografía habitual, de edad madura, calvo y con barba corta y rizada. Desconocemos, hasta el momento, la identidad del escultor que colaboró con Julián Jiménez en las figuras de este retablo.

1.4.3. A toda la tierra alcanza su pregón

«Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo [...] Uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues ‘todo el que invoque el nombre del Señor será salvo’. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?, ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?, ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie?, y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rom 10, 11-15).

Pablo fue llamado para ser Apóstol de los Gentiles. Con la visión de Jesús resucitado  camino de Damasco, Pablo alcanzó la plenitud de la revelación del Dios en el que ya creía, descubriendo a Jesús en su Iglesia. Primero habló a los judíos, intentando hacerles ver el cumplimiento de las Escrituras, y cuando se le cerraban las puertas, se dirigía a los gentiles, convencido de que lo que justifica no es la razón de nacimiento ni las obras de la ley de Moisés, sino la fe en Cristo. «El justo por la fe vivirá» (Rom 1, 17).

La imagen de San Pablo [11] ocupa la hornacina del lado izquierdo del referido retablo de Ntra. Sra. de la Estrella, de Chucena. Presenta los mismos caracteres formales que la figura de San Pedro. Lo identifica como el Apóstol Pablo el libro, como autor de varias cartas del Nuevo Testamento, y la espada con que fue martirizado en la persecución de Nerón, el año 67. Su fisonomía sigue la tradición, de representarlo con largas barbas, de movidas guedejas, y pelo abundante, si bien en la iconografía bizantina acostumbran a figurarlo semicalvo, con un mechón de pelo en la frente.

Pedro y Pablo son celebrados simultáneamente en la liturgia romana como los Príncipes de los Apóstoles, las columnas de la Iglesia universal: «Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; el pescador de Galilea fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel; el maestro y doctor la extendió a todas las gentes» (Misal Romano, Prefacio de la fiesta de San Pedro y San Pablo, 29 de junio).

 

1.5. Los Padres de la Iglesia.

«Entre los diversos títulos y funciones que los documentos del Magisterio atribuyen a los Padres, figura en primer término, el de testigos privilegiados de la Tradición. En la corriente de la Tradición viva, que desde los comienzos del cristianismo y continúa a través de los siglos hasta nuestros días, ellos ocupan un lugar del todo especial, que los hace diferentes respecto de los protagonistas de la historia de la Iglesia. Son ellos, en efecto, los que delinearon las primeras estructuras de la Iglesia junto con los contenidos doctrinales y pastorales que permanecen válidos para todos los tiempos.

«En nuestra conciencia cristiana, los Padres aparecen siempre vinculados a la tradición, habiendo sido ellos al mismo tiempo protagonistas y testigos. Ellos están más próximos a la pureza de los orígenes; algunos de ellos fueron testigos de la Tradición apostólica, fuente de la que la Tradición trae su origen; especialmente a los de los primeros siglos se les puede considerar como autores y exponentes de una tradición constitutiva, la cual se tratará de conservar y explicar continuamente en épocas posteriores. En todo caso los Padres han transmitido lo que recibieron, han enseñado a la Iglesia lo que aprendieron en la Iglesia, lo que encontraron en la Iglesia eso han poseído; lo que aprendieron han enseñado; lo que han recibido de los Padres han transmitido a los hijos»7.

1.5.1. San Leandro, Patrono de la Diócesis

Leandro nació en Cartagena entre el 535 y el 540. Su padre, Severiano era un distinguido personaje hispanorromano de la región. Su madre, Túrtura, era goda, inicialmente arriana convertida luego al catolicismo. Era el mayor de los hermanos, también santos, Fulgencio (obispo de Écija), Florentina (priora de un monasterio) e Isidoro (sucesor de Leandro en la sede de Sevilla). En 554, la familia emigró a Sevilla. Muertos sus padres, el joven Leandro se hace cargo de la tutela y educación de sus hermanos. Abraza la vida monástica, hasta que en el año 578 es nombrado obispo metropolitano de Sevilla.

Por aquellos años, Leovigildo, siguiendo el modelo bizantino de Justiniano, pretende unificar la península, no sólo en lo político, anexionando los territorios de otros pueblos –suevos, bizantinos, cántabros, hispanorromanos más o menos independientes–, sino también en lo religioso, bajo la forma del cristianismo arriano. El rey asocia al trono a sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo. El año 579 encomienda a Hermenegildo la Bética, región profundamente romanizada y cristianizada. Movido por el celo apostólico de su esposa, Ingunda, francogótica católica, Hermenegildo se convierte del arrianismo al catolicismo, y se hace bautizar por el obispo Leandro. Como consecuencia, se resiste al proyecto de unificación religiosa, y, contando con el apoyo de los habitantes de la Bética, se rebela contra su padre, aliándose con el prefecto imperial bizantino, y declarando a la Bética como reino independiente, lo que le costaría la vida el año 585.

Por su parte, el obispo Leandro sale para Constantinopla a negociar una paz entre padre e hijo con ayuda del Emperador bizantino, pero no obtiene éxito en lo político. En cambio, su estancia en Bizancio fue provechosísima: Leandro conoce allí al apocrisario o embajador del papa Pelagio II, el futuro papa San Gregorio Magno, que a petición suya escribe y le dedica –h. 595, en una preciosa carta– la Expositio in librum Job, o Moralia in Job, tratado de ascética moral estudiado en toda la Edad Media. Con Gregorio trabó una estrecha amistad, manifestada en una abundante correspondencia. Allí, Leandro enriquece sus conocimientos litúrgicos y ceremoniales, en especial el Ordo celebrandi concilii, que luego se aplicará a los concilios nacionales de Toledo.

Leovigildo muere en el año 587 y le sucede su otro hijo Recaredo. Se dice que Leovigildo, en el lecho de muerte, aconsejó a Recaredo que, a la vista del fracaso del proyecto arriano, hiciera la unificación religiosa de la península hispánica bajo el cristianismo católico-romano. A los diez meses de su coronación, Recaredo es bautizado por Leandro, ya reincorporado a su sede episcopal. Ayudado del abad Eutropio, Leandro preparó el Concilio III de Toledo, en el que se formalizó la conversión de los visigodos del cristianismo arriano al cristianismo católico ortodoxo, lográndose la tan ansiada unidad religiosa.

La primera sesión se celebró en Toledo el 1 mayo 589 y, después del ayuno penitencial, se reanudó tres días más tarde. Lo presidía Másona, obispo de Mérida, como prelado más antiguo, asistido de Eufimio, obispo de Toledo, y Leandro de Sevilla. Asistieron sesenta y cuatro prelados (entre ellos, Basilio, obispo de Niebla) y siete clérigos en representación de los ausentes. En este Concilio III de Toledo abjura oficialmente del arrianismo el rey Recaredo, su esposa, Bada; ocho obispos arrianos y cinco nobles godos. Leandro, que fue el alma del concilio, pronuncia su Homilia in laude Ecclesiae, que muestra la clara conciencia que San Leandro tenía de la trascendencia histórica de aquel acontecimiento para la unidad de la Iglesia en la fe ortodoxa:

«Regocíjate y alégrate, Iglesia de Dios, gózate porque formas un solo cuerpo para Cristo. Armate de fortaleza y llénate de júbilo. Tus aflicciones se han convertido en gozo. Tu traje de tristeza se cambiará por el de alegría. Ya queda atrás tu esterilidad y pobreza. En un solo parto diste a Cristo innumerables pueblos. Grande es tu Esposo, por cuyo imperio eres gobernada. Él convierte en gozo tus sufrimientos y te devuelve a tus enemigos convertidos en amigos [...].

«Fíate de tu cabeza, que es Cristo. Afiánzate en la fe. Se han cumplido las antiguas promesas. Sabes cuál es la dulzura de la caridad y el deleite de la unidad. No predicas sino la unión de las naciones. No aspiras más que a la unidad de los pueblos. No siembras más que se semillas de paz y caridad [...]».

Leandro probablemente muere el 13 de marzo de 600 (o 601). Su hermano San Isidoro dijo de él que «era hombre de condición apacible, de extraordinaria inteligencia y de preclarísima moralidad y doctrina. La conversión de los visigodos, de la herejía arriana a la fe católica, fue fruto de su constancia y prudencia».

La imagen-relicario de San Leandro ha sido realizada expresamente para esta exposición, al carecer la Diócesis de una imagen de culto de su Patrono. El Breve pontificio Ut recens sati, de Pío XII, de fecha 14 de junio de 1954, comienza así: «De la misma manera que los campos recién sembrados necesitan de un especial cultivo y atención, así es conveniente que las nuevas diócesis creadas por esta Sede Apostólica gocen de un singular patrocinio celestial, a fin de que florezcan y produzcan más abundantes frutos». La razón que movía a Mons. Cantero para elegir a San Leandro como patrono era la de ser obispo de Sevilla, iglesia madre de la de Huelva. La razón que mueve a Mons. Vilaplana para destacar su figura, en este Año de la Fe, es su ejemplo de lucha por la verdad y por la unidad de la Iglesia.

La imagen-relicario de San Leandro [12] fue encargada el 1 de octubre de 2012, expresamente para figurar en esta exposición, y quedar luego al culto en la S. I. Catedral de Huelva. Puntualmente, el 13 de noviembre, Martín Lagares presentaba al Sr. Obispo la obra terminada, antes de ser llevada a su ubicación definitiva, la Catedral onubense, donde fue bendecida aquella misma tarde.

La escultura, de tamaño natural, ha sido realizada en resina, policromada con suaves tonos pastel. El santo arzobispo aparece de pie, revestido de alba, tunicela y casulla, con el palio, en cuyo centro se ha situado un relicario circular, obra de Orfebrería Herpoplat, de Córdoba. Lleva la mitra, el báculo y el libro abierto, con un texto, fragmento de la homilía pronunciada en el III Concilio de Toledo: «ALÉGRATE, IGLESIA DE DIOS, PORQUE FORMAS UN SOLO CUERPO PARA CRISTO». En la base se halla la firma: «MARTÍN LAGARES. LA PALMA CDO. 11-12».

Como en todas sus obras, Martín Lagares (La Palma del Condado, 1976) imprime un movimiento interior a la figura, rompiendo la frontalidad y ofreciendo variados puntos de vista. Sus formas rezuman frescura y espontaneidad. No se entretiene morosamente en los detalles, con lo que destaca aún más la composición en su conjunto. Pero sobre todo destaca la mirada que invita al diálogo orante, y la expresión del rostro, de una persona fraguada en el sufrimiento y esforzada con esperanzado tesón, hasta lograr la tan deseada unidad de la Iglesia bajo el único pastor8.  

1.5.2. Los cuatro Padres y Doctores de la Iglesia

Si Pedro y Pablo representan la fe de los Apóstoles y a los libros inspirados, Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio personifican a los grandes pastores de la Iglesia, asistidos por el Espíritu Santo en la transmisión autorizada de la fe. Los cuatro Padres de la Iglesia latina recibieron el título de Doctores de la Iglesia, del papa Bonifacio VIII, el 20 de septiembre de 1295. Se expone un conjunto de óleos, del siglo XIX, pertenecientes a la parroquial de Santiago de Bollullos, por donación de Dª María Solís, viuda de Chaves9.

San Ambrosio (339-395) [13], después de sus estudios jurídicos en Roma, fue nombrado el año 370 consular y gobernador de las regiones de Liguria y Emilia. Cuando era sólo catecúmeno, fue aclamado y elegido como obispo de Milán. Una vez bautizado, fue consagrado obispo el 7 de diciembre del 374. Su labor de gobierno y su magisterio teológico y litúrgico gozó de tal prestigio que, desde su pontificado, la sede de Milán es considerada como patriarcal.

El santo obispo aparece en un interior, revestido con ornamentos pontificales, capa pluvial blanca con bandas rojas y mitra. Apoyado en una mesa cubierta de terciopelo rojo, en la que se encuentran varios tomos, escribe con una pluma de ave en un gran libro. Un rayo de luz le sobreviene desde la esquina superior del cuadro, hacia donde dirige su mirada.

«Al igual que el apóstol san Juan, el obispo san Ambrosio —que nunca se cansaba de repetir:  Omnia Christus est nobis, Cristo lo es todo para nosotros— es un auténtico testigo del Señor. [...] "Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo a la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz." (De virginitate 16, 99)» (Benedicto XVI, Audiencia general,  24 de octubre de 2007).

San Agustín [14] nació en Tagaste de Numidia el 13 de noviembre del 354. Él mismo nos relata en las Confesiones su alocada juventud, su conversión y su transformación interior. Recibió el bautismo de manos de San Ambrosio, en Milán, el 25 de abril del 386. Después de un tiempo de retiro, fue llamado por el obispo de Hipona para recibir el presbiterado. Hacia el 396 fue consagrado obispo de aquella sede, donde permaneció hasta su muerte, en el asedio vándalo del 430.

Es uno de los pensadores más grandes de todos los tiempos. Se le suele representar con los atributos episcopales y magisteriales, y con su símbolo propio, el de la pequeña iglesia o casa sobre el libro, que hace referencia a su inmortal obra La Ciudad de Dios. A veces, también, con el corazón atravesado por una flecha, aludiendo a la teología del corazón, que caracteriza a sus obras. En este caso se le representa con hábito negro, agustiniano, pectoral y báculo, en actitud de escribir en un libro, sobre atril.

Benedicto XVI, en la Carta Apostólica Porta Fidei, se refiere a él con frecuencia. «Como afirma san Agustín, los creyentes se fortalecen creyendo. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios. Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la puerta de la fe» (PF 7).

San Jerónimo [15] nació en Estridón, entre Dalmacia y Panonia, hacia el año 347. Después de sus estudios de retórica en Roma, y de recibir el bautismo, se retiró al desierto de Calcis, como anacoreta. Volvió a Roma, donde recibió del papa San Dámaso el encargo de revisar el texto latino de la Biblia. Después de ciertos contratiempos, volvió a los Santos Lugares el año 386, y se instaló en Belén, donde pasó el resto de sus días escribiendo y comentando las Sagradas Escrituras. Falleció el 30 de septiembre del 419.

Se le representa como monje, viste el hábito de la orden jerónima, fundada en España en el siglo XIV bajo su advocación. A sus pies, un león alude a sus años en los desiertos de Siria, y el capelo cardenalicio recuerda su colaboración con el papa San Dámaso. En el ángulo superior izquierdo se aprecia el clarín de la llamada al juicio final.

De él decía Benedicto XVI: «Verdaderamente enamorado de la Palabra de Dios, se preguntaba: ¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer a Cristo mismo, que es la vida de los creyentes? (Ep. 30, 7). Así, la Biblia, instrumento con el que cada día Dios habla a los fieles (Ep. 133, 13), se convierte en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para todas las personas. Leer la Escritura es conversar con Dios: Si oras –escribe a una joven noble de Roma– hablas con el Esposo; si lees, es él quien te habla (Ep. 22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (cf. In Eph., prólogo). Ciertamente, para penetrar de una manera cada vez más profunda en la palabra de Dios hace falta una aplicación constante y progresiva. Por eso, san Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que el Libro santo no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar (Ep. 52, 7)». En síntesis, San Jerónimo «puso en el centro de su vida y de su actividad la palabra de Dios, que indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los secretos de la santidad.» (Benedicto XVI, Audiencia general, 14 de noviembre de 2007).

San Gregorio [16] nació hacia el año 540, en el seno de una familia de la nobleza romana. Tras la muerte de su madre transformó su palacio en un monasterio benedictino. Fue llamado por el papa Pelagio II para ejercer la misión de apocrisario o nuncio ante la corte imperial de Constantinopla, entre los años 579 y 586, donde conoció y trabó una estrecha amistad con San Leandro de Sevilla, amistad que se mantuvo por medio de frecuente correspondencia, y que quedó eternizada en la dedicatoria de una de sus obras más importantes, las Moralia, o Comentarios al Libro de Job. Fue elegido Obispo de Roma el año 590. Por su brillante pontificado, en el gobierno, en el magisterio, en la liturgia y en las misiones con los pueblos anglosajones, recibió el apelativo de Magno, el Grande. Sin embargo, el título que él acuñó y se aplicó a sí mismo fue el de servus servorum Dei, el siervo de los siervos de Dios.

Es caracterizado como un anciano de blanca barba, revestido con vestimentas pontificales, con el palio. A la altura de su cabeza, aletea la paloma del Espíritu Santo, que le inspira la elevada doctrina de sus escritos.

En su labor de transmisión de la fe destaca por su impulso a la evangelización de los sajones (non sunt angli, sunt angeli, no son anglos, son ángeles), y por su obra Regla Pastoral. En ella «ilustra la importancia del oficio de pastor de la Iglesia y los deberes que implica [...] El obispo es ante todo el predicador por excelencia; como tal debe ser ante todo ejemplo para los demás, de forma que su comportamiento constituya un punto de referencia para todos. Una acción pastoral eficaz requiere además que conozca a los destinatarios y adapte sus intervenciones a la situación de cada uno:  san Gregorio ilustra las diversas clases de fieles con anotaciones agudas y puntuales» (Benedicto XVI, Audiencia general, 4 de junio de 2008).

 

1.6. El Bautismo, Puerta de la Fe.

El camino de la fe «empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)» (PF 1).

«El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). [...] Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!"» (CEC 1253; cf. 168). «– ¿La fe qué te da? – La vida eterna» (Ritual del Bautismo)10.

« El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu (vitae spiritualis ianua) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos » (CEC 1213).

El rito bautismal tiene dos signos fundamentales, el agua y la luz, que se completan con otros, como la unción prebautismal del óleo de los catecúmenos, la unción del santo crisma y la vestidura blanca. Exponemos dichos signos sacramentales.

Comenzamos poniendo nuestros ojos en el Bautismo de Cristo [17], en el cuadro expuesto en Santa Clara, procedente de Escacena del Campo.

«Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”» (Mc 1, 9-11).

«Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17) ». (CEC 1224)

El episodio, narrado por los cuatro evangelistas, es representado por el anónimo autor en una escena, de composición un tanto irregular. Jesús se encuentra en el lecho del Jordán, destacando su ausencia de pecado por la blancura de su piel y por el paño de pureza. Un ángel, sobre una nube, le sostiene sus vestiduras, simbolizando que Cristo «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre pro su presencia, se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-11). Sobre un risco, Juan, sosteniendo el cayado en forma de cruz, con la cinta del Ecce Agnus Dei, derrama el agua el agua sobre la cabeza resplandeciente del Salvador. En un rompimiento de gloria, con ángeles entre nubes, aparece el Espíritu Santo en forma de paloma, y el Padre Eterno, que, con su mano, testifica a favor de su Hijo, «el Amado, el Predilecto» (Lc 3, 22).

Por la visita canónica efectuada a la parroquial de Escacena en 1688, sabemos que se ordenó colocar en la pila bautismal una taza de piedra y un sumidor, y decorar la capilla bautismal con una pintura del Bautismo de Cristo11. Ya debía estar realizado el cuadro en 1693, pues en la visita de dicho año se dispone hacer una taquilla en el ángulo del Baptisterio, pero ya no menciona el tema de dicha pintura12. El cuadro figuró en la Exposición Del Siglo de Velázquez. Arte religioso en la Huelva del XVII13.

Mostramos, seguidamente, algunos de los elementos litúrgicos del sacramento del Bautismo: la pila bautismal, el cirio pascual, el acetre y el ánfora del óleo de los catecúmenos. Es oportuno recordar el empeño de Jaime de Palafox y Cardona (1642-1701), arzobispo de Sevilla de 1684 a 1701, por dignificar la administración del sacramento del Bautismo, en las visitas pastorales de alrededor del año 1688. Como en el caso de Escacena, mandó decorar las capillas bautismales, con cuadros del Bautismo de Cristo; retirar las pilas de cerámica, la mayoría muy deterioradas, y labrar pilas de mármol; confeccionar crismeras, conchas y saleros; mejorar las tacas de los óleos, etc.

El agua da nombre al sacramento: bautizar significar sumergir, introducir dentro del agua purificadora. « La inmersión en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como nueva criatura (2 Co 5,17; Ga 6,15) » (CEC 1214).

El agua bautismal es consagrada mediante una oración en la noche pascual, en la que «la Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella nazcan del agua y del Espíritu (Jn 3,5)» (CEC 1238).

Las pilas bautismales de barro vidriado fueron muy frecuentes en la época de los Reyes Católicos, en toda la península, especialmente en los centros de mayor influencia del arte mudéjar, como Aragón, Andalucía y Canarias. Triana fue uno de los grandes centros productores de esta pieza litúrgica. La taza se suele decorar con estampillados en relieve de estrellas, rosetas, cuerda con nudos, piñas, etc.; y el pie con adornos del trigrama IHS, figuras de San Juan y de la Virgen, caballitos y estrellas de mar, en alusión al agua Exponemos el pie de la Pila bautismal [18] de Almonte14.

La unción prebautismal con el óleo de los catecúmenos significa la fortaleza que el bautizando va a recibir para verse libre del poder del enemigo, como hacían los luchadores que bajaban a la arena, o los buscadores de perlas o de corales que se sumergían en el mar, que se untaban antes con aceite.

El óleo es bendecido cada año por el Obispo en la Misa Crismal, al igual que el crisma y el óleo de los enfermos. Los tres se contienen en sendas ánforas, cuyo contenido es luego distribuido por todas las parroquias.

Las tres ánforas, mas la balsamera a juego, fueron realizadas en Madrid, en los talleres de joyería de José Puigdollers O. Vinader, situados en la calle Barquillo 10. La factura, extendida a Mons. Cantero Cuadrado, importaba la cantidad de 70.000 pts15. El ánfora del óleo de los catecúmenos [19], por su directa relación con las aguas bautismales, tiene en el anverso, en bajorrelieve, la escena de Jesús caminando sobre las aguas (Mt 24, 22-23). Como Cristo salvó a Pedro de las aguas (Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?) así salva a los bautizados, que, por el agua y la fe en Cristo, pasan de la muerte a la vida.

Cuando se publicó la noticia de la adquisición de las tres ánforas, se resaltaba la calidad de la ejecución, y de ésta se decía: «En el centro de la misma, y en su anverso, lleva un fino y alto trabajo de repujado y cincelado, [... la escena] llevada al cincel con gran maestría para dar vida, expresión y movimiento a las figuras y paisajes. El realce de las figuras del Señor y de San Pedro en un primer plano de la obra, al que acompaña en su segundo la barca con los demás apóstoles y al fondo el paisaje suave que enmarca la escena evangélica. Y todo ello, sobre un mar embravecido, como corresponde al versículo 30 del citado capítulo XIV».

A continuación, describe la heráldica de Mons. Cantero: «En el reverso, el escudo de S. E. Reverendísima el Sr. Obispo. En él se ve, la casita y estrella de Belén, título de la Santísima Virgen de Belén, Patrona de la Ciudad en donde nació el Prelado. El símbolo de la Unidad cristiana, en las dos manos que se estrechan, y sobre ellas la Cruz que representa el faro y ruta para conseguir y mantener la unidad y la paz entre los hombres. Las dos columnas rotas de plata sobre un mar, emblema que representa el Universalismo cristiano dogma de nuestra fe. Y en el centro de su escudo, dando vida y significación simbólica al realismo sobrenatural de su Pontificado, la figura de Cristo entregando las llaves a San Pedro. Y como lema el Veritas liberabit vos, la verdad os hará libres»16. Debajo aparece el escudo de la ciudad de Huelva.

La tapadera culmina en la escultura de la Inmaculada Concepción, «modelada de exprofeso por un buen escultor, y ajustada en su traza a la escuela Sevillana», según dice la factura. Toda la superficie, al igual que las asas, se decora con hojas de acanto y otros elementos vegetales.

El bautismo no es sólo lavado, sino que es también iluminación, photismós. El recién bautizado es un neófito, un recién iluminado por luz de la fe que es recibida como un don sobrenatural por el bautismo. La luz viene de Cristo resucitado, simbolizado en el cirio, bendecido en la Vigilia Pascual.  «El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son la luz del mundo (Mt 5,14; cf Flp 2,15)» (CEC 1243). Recordamos este objeto litúrgico, que se renueva cada año, con un Cirio pascual de la parroquial de Moguer, sobre un pie de hierro forjado, obra de un artesano local.

El cirio está presente en las celebraciones litúrgicas a lo largo de todo el ciclo pascual. En las exequias tiene el significado de la victoria de Cristo sobre la muerte: Lux aeterna luceat eis, Domine, Brille, Señor, sobre ellos la luz eterna (Ritual de Exequias). Como ya hemos recordado, El camino de la fe «se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)» (PF 1). En las exequias, se sitúa junto al féretro el cirio pascual, y el acetre con el agua bendita, que recuerda el agua bautismal.

 «Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col 2,12)» (CEC 1227).

Exponemos el acetre y el hisopo [20] de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, de Bollullos del Condado, de Vicente Gargallo, del último tercio del siglo XVIII, a juego con la cruz parroquial y los ciriales17.

 

1.7. La Profesión de Fe de la Iglesia, el Credo.

«Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor» (PF 1).

Benedicto XVI exhorta a «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada». El Papa trae a colación la disciplina antigua de aprender de memoria el Credo en el momento del bautismo: «No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: “El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón”» (PF 9).

El misterio trinitario está representado por el cuadro de La Santísima Trinidad coronando a Santa María [21], de escuela sevillana de 1715, de la Parroquia de la Inmaculada Concepción, Villanueva de los Castillejos. En el marco figura la inscripción: "Alonso Sánchez doró esta obra", "Año de 1715".

El autor compone una escena con estructura romboidal, de cálidos tonos. En la mitad superior, sobre fondo dorado, tachonado de querubines, aparece la Santísima Trinidad. El Padre, caracterizado como el Anciano de muchos días, nimbado con el triángulo trinitario, lleva el orbe y el cetro en la izquierda, apoyados sobre la rodilla. A la derecha, Jesucristo, el Hijo, Resucitado, con el torso semidesnudo, portando la cruz. Ambos sostienen la corona imperial –rematada en cruz trinitaria, con los colores azul y rojo– que colocan sobre las sienes de María. En el eje superior, el Espíritu Santo, en forma de paloma. La Virgen, la Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, ocupa el centro de la atención, vestida de túnica jacinto y manto azul, conforme a la iconografía tradicional de la Inmaculada. Cruza piadosamente las manos, de las que pende un rosario. Un gran número de ángeles voladores acompañan a la Señora de os cielos, portando diversos símbolos marianos: la palma, la rosa, el lirio y la azucena.

Este magnífico lienzo da pie para recordar la profesión de fe bautismal, más conocida como el Credo de los Apóstoles18 :

Creo en Dios,
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.

        Amén.

 

1.8. El Magisterio y la Catequesis, guía de la fe de la Iglesia.

«Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre (cf. Ef 4,4-6). San Ireneo de Lyon, testigo de esta fe, declara: "La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe [...] guarda diligentemente la predicación [...] y la  fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca" [..]. "Porque, aunque las lenguas difieren a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otro fe u otra Tradición, ni las que están entre los iberos, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están establecidas en el centro el mundo... [..] El mensaje de la Iglesia es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo camino de salvación a través del mundo entero" (Adversus haereses, 1, 10,1-2 Ibíd. 5,20,1)» (CEC 172-175).

Bajo la acción del Espíritu de Dios y con su asistencia, el Magisterio conserva la fe de la Iglesia, garantiza la integridad del depósito recibido de Cristo y de los Apóstoles, y lo transmite con fidelidad a todas las generaciones (DV 10).

El Magisterio ordinario lo ejerce la Iglesia por medio de los obispos, heraldos de la fe, que tienen como misión prioritaria el anuncio del Evangelio. La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de las tareas primordiales del obispo, «ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado. Él les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a los hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con sus manos, acerca del Verbo de vida. Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión» (Catechesi tradendae, 1).

Exponemos algunos ejemplos de la labor evangelizadora de los obispos y de sus colaboradores. Como fruto de la preocupación pastoral del Concilio de Trento (1545-1563), se compuso el Catecismo de San Pio V, Catecismo Romano o Catecismo para Párrocos [22]. A instancia de algunos padres, el Concilio decretó, en su sesión XXIV, de 11 de noviembre de 1563, la necesidad de que los fieles fueran instruidos al recibir los sacramentos: «Para que los fieles se presenten a recibir los Sacramentos con mayor respeto y devoción, manda el Santo Concilio a todos los obispos que no sólo expliquen, según la capacidad de los que los hayan de recibir, la eficacia y el uso de los mismos Sacramentos, cuando los administren por sí mismos al pueblo, sino que también procuren que todos los párrocos observen lo mismo con devoción y prudencia, aun en lengua vulgar, si fuera necesario y pudiera hacerse convenientemente, según la forma que el Santo Concilio ha de prescribir respecto de todos los Sacramentos en su catecismo, el que cuidarán los obispos se traduzca fielmente d lengua vulgar y que todos los párrocos le expliquen al pueblo; como también que en todos los días festivos ó solemnes expongan en la misma lengua vulgar, en la Misa mayor, o cuando se celebran cultos, la Sagrada Escritura y máximas saludables; y que se esfuercen en grabar estas verdades en todos los corazones, dejando á un lado cuestiones inútiles, y en instruirlos en la ley del Señor».

En la sesión XXV, de 4 de diciembre de 1563, mandó que se terminara la redacción del Catecismo. Se adelantó en la publicación San Carlos Borromeo, para la diócesis de Milán, en 1565. Finalmente, Pio V ordena su publicación en 1566, por el breve Pastorali officio. En 1761, Clemente XIII, por la bula In Dominico agro, ordenó de nuevo su publicación con el título de Catecismo para los Párrocos, según el decreto del Concilio de Trento, mandado publicar por Pío V y después por Clemente XIII.

Así como aquel catecismo fue fruto del Concilio de Trento, el Concilio Vaticano II, que se proponía «mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe», ha dado como fruto el Catecismo de la Iglesia Católica. Fue promulgado el 11 de octubre de 1992 por Juan Pablo II, quien, el 15 de agosto de 1997, aprobaba la edición típica latina. Significativamente, la constitución apostólica de la promulgación, comienza con las palabras Fidei Depositum: «Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo. El Concilio Ecuménico Vaticano II [...] tenía como propósito y deseo hacer patente la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, y conducir a todos los hombres, mediante el resplandor de la verdad del Evangelio, a la búsqueda y acogida del amor de Cristo que está sobre toda cosa (cf. Ef 3, 19) . A esta asamblea el Papa Juan XXIII le fijó como principal  tarea la de custodiar y explicar mejor el depósito precioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Para ello, el Concilio no debía comenzar por condenar los errores de la época, sino, ante todo, debía dedicarse a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe » (Const. Ap. Fidei Depositum 1).

A partir del Catecismo para Párrocos se compusieron catecismos breves, que tuvieron una enorme difusión hasta casi nuestros días. Las más conocidos son los compuestos por los jesuitas Gaspar Astete (1537-1601) en 1591, y Jerónimo Martínez de Ripalda (1536-1618), en 1618. Ambos comienzan con unas letrillas, con las que se hacía la señal de la cruz: «Todo fiel cristiano / es muy obligado / a tener devoción / de todo corazón / con la Santa Cruz / de Cristo nuestra luz». Millones de ejemplares en miles de ediciones han salido de las imprentas de España y América. Han estado en uso hasta 1958, en que comenzó a publicarse el texto nacional del Catecismo Nacional, de la Comisión Episcopal de Enseñanza, dividido en tres grados.

Otros muchos catecismos se compusieron a partir del Catecismo de Trento. Mostramos el Catecismo de San Antonio María Claret [23], «explicado y adaptado a la capacidad de los niños y adornado con muchas estampas» por el entonces arzobispo de Santiago de Cuba, en 1848, del que se han hecho 185 ediciones, con más de cuatro millones de ejemplares.

Por su parte, la Diócesis de Huelva tiene como timbre de gloria haber contribuido en los últimos años a la acción catequética de la Iglesia, por medio del Catecumenado Infantil, de adolescentes y de adultos; el primero, compuesto de cuatro etapas, Empezamos a caminar, El encuentro, Haced lo que Él os diga, y Vosotros sois mis amigos; el Catecumenado de Adolescentes, en dos cursos, Confirmados en la fe por el Espíritu y Guiados por el Espíritu; y el Catecumenado de Adultos, con cinco etapas: I. ¿Cuál es mi fe?, II. Experiencia de un pueblo creyente, III. Jesús Camino, Verdad y Vida, IV. Llamados a vivir en comunión, y V. Hombres nuevos.

«La actividad del Secretariado Diocesano de Catequesis fue, sin duda, uno de los aspectos más notables del pontificado de González Moralejo. La capacidad organizativa y la competencia de sus responsables, don Francisco Echevarría y don Baldomero Rodríguez, consiguió poner en marcha a miles de catequistas, que se reunían anualmente en multitudinarios encuentros de catequistas. El Secretariado preparó un moderno y original material catequético, que abarcaba todo un proceso catecumenal, desde la infancia a la preadolescencia. La colección, editada por Paulinas, se convirtió en el material común en España y Portugal, y hasta en Hispanoamérica»19.

D. Baldomero Rodríguez Carrasco resume la historia de los materiales del Secretariado de Huelva: «El lanzamiento de los primeros materiales catequéticos fue a multicopistas en el curso 75-76. A partir de entonces, el proceso de creación y publicación fue continuado hasta 1990 en que sale publicado el último libro del Catecumenado de Adultos. Quince años de gran esfuerzo y trabajo del Secretariado de Catequesis de la Diócesis. Tales instrumentos catequéticos suman un total de 22 libros, 11 para el catequizando y 11 para el catequista, amén de otros servicios como la incorporación de canciones propias. Quedaban atendidas las edades de la infancia, adolescencia y juventud-adultos.

«Este servicio de pastoral catequética, que ofrecían los materiales de Huelva, trascendió no sólo las fronteras diocesanas, sino también las del país. Con su traducción al portugués, fue utilizado en Portugal y en Brasil; cubrió, con más o menos implantación, las demandas de habla hispana en Norteamérica; fue presentado en toda Sudamérica; y, además, era el material utilizado en bastantes centros de atención a emigrantes españoles en Centroeuropa».

El número total de ejemplares editados es abrumador: 230.400 guías del catequista, y 3.127.480 libros del catequizando.

 

 

PARTE SEGUNDA: LA CELEBRACIÓN DE LA FE

Sala de ornamentos del Monasterio

 

«A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15).

«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum 2).

La fe es una respuesta confiada a la revelación hecha por Dios por medio de su Hijo Jesucristo. En el Jordán se rompieron los cielos y la voz del Padre testificó en favor de su Hijo, mientras el Espíritu lo ungía en su misión mesiánica. Por el agua bautismal, al creyente se le abren los cielos, Dios Padre lo adopta como hijo en el Hijo, y el Espíritu Santo lo consagra como otro Cristo. De esta manera, el bautizado penetra en la intimidad de Dios: por la gracia santificante recibida en el bautismo, participa de la misma vida divina, consorte de la divina naturaleza ( (cf. Eph 2,18; 2 Pe 1,4).

La vida divina, de la que se participa por la gracia, se nutre y perfecciona por medio de los sacramentos, instituidos por Jesucristo y dispensados por la Iglesia. «Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual » (CEC 1210)

Siguiendo la analogía con las etapas de la vida, expondremos en primer lugar los sacramentos de la iniciación cristiana, luego los sacramentos de la curación, finalmente, los sacramentos que están al servicio de la comunión y misión de los fieles.

2.1. El Obispo, ministro de los Sacramentos

El Obispo, como pastor y núcleo vital de la Iglesia local es el principal ministro de los sacramentos: exclusivo, en el Orden sacerdotal; prioritario, en la Confirmación; y principal en los demás, Bautismo, Eucaristía, Penitencia, Matrimonio y Unción de Enfermos. «El obispo,  por estar revestido de la plenitud del sacramento del orden, es el administrador de la gracia del supremo sacerdocio» (Lumen Gentium, 26). El servicio de los obispos al anuncio del Evangelio (munus docendi) está ordenado al servicio de la gracia de los santos sacramentos de la Iglesia (munus sanctificandi).

Exponemos, en primer lugar, algunas de las insignias episcopales: la mitra y el báculo. La mitra es una insignia episcopal, de uso estrictamente litúrgico, cuya forma actual, derivada del camelauco, ya aparece documentada en el siglo XII20. La mitra del Beato Spínola [24] es, realmente, una reliquia. Bordada en oro y sedas, y aplicaciones de lentejuelas, sobre tisú de oro, se decora con sendos corazones de Jesús y de María, y unas cenefas con textos bíblicos, exquisitamente seleccionados. En el anverso, en un tondo, muestra el Corazón de Jesús, coronado de espinas y radiante, rodeado de la inscripción: OMNIA POSSUM IN EO, Todo lo puedo en aquel que me conforta (Flp 4, 13); una cenefa bordea todo el rededor, con el texto: IGNEM VENI MITTERE IN TERRA ET QUID VOLO NISI UT ACCENDATUR, He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que esté ya ardiendo! (Lc 12, 49). En el anverso, el tondo central lo ocupa el Corazón de María, con el texto: MATER DEI MATER MEA EST, La Madre de Dios es mi madre. Y en la cenefa exterior se lee: DILECTUS MEUS MIHI ET EGO ILLI QUI PASCITUR INTER LILIA, Mi amado es mío y yo suya, ¡se deleita entre las rosas! (Cant 2, 16). Fue un regalo de las Esclavas del Divino Corazón al Monasterio de Santa Clara de Moguer, donde durante tantos años tuvieron su colegio y su noviciado.

De gran interés histórico y artístico es el Báculo pastoral de Mons. Muniz de Pablos y de Mons. Cantero Cuadrado [30]. Perteneció a D. Tomás Muniz de Pablos, arzobispo de Pamplona y de Santiago de Compostela, y posteriormente adquirido para D. Pedro Cantero, primer obispo de Huelva, quien, a su vez, lo donó a la Catedral21.

El astil se compone de seis cañones, con ornamentación helicoidal de laurel y encina, que continúa por la voluta, de la que salen pequeños roleos vegetales en tres esquinas. El cayado o voluta se enriquece con un tema simbólico, realizado con calidad escultórica. El nudo lo forma la nave de la Iglesia, cuyo mascarón de proa adopta la forma de gallo, al que le fue adosado la heráldica de Mons. Cantero Cuadrado. Por la borda de la nave corre la inscripción ESTO VIGILANS / ET CONFIRMA CETERA (sé vigilante y reanima lo que te queda), tomada de Ap 3,2. Una figura femenina simboliza la Iglesia, que gobierna el timón de la nave. Se ve atacada por un lobo con piel de oveja, representando el error y la división de los falsos hermanos, que es dominado por el pastor, que le descubre en su engaño.

Nos detendremos un poco en esta pieza, debido a su rico simbolismo, tan a propósito para el contenido de nuestra exposición. El prototipo de este báculo fue una de las primeras obras del P. Félix Granda, diseñado poco antes de 191022.

Este modelo de báculo fue denominado por D. Félix Granda como Báculo de la Iglesia. Así lo describe su propio autor, en un catálogo de 191123: «Báculo de la Iglesia. Attendite a falsis prophetis qui veniunt ad vos in vestimentis ovium, intrinsecus autem sunt lupi rapaces24. Dentro de la voluta del cayado un pastor arranca la piel de oveja a un lobo; la fiera trata de desgarrar el pecho de una mujer, que de pie sobre una nave empuña el timón. En la proa un mascarón con una cabeza de gallo (1) cobija el escudo episcopal; a los costados, el lema Esto vigilans et confirma cetera, recuerda la exhortación de San Juan al Ángel u Obispo de la Iglesia de Sardis (Apocalipsis, cap. III, v. 2)».

En la nota (1), recoge el simbolismo del gallo en los Emblemas de Andrea Alciato, en el nº 15 titulado Vigilantia et custodia, en el que aparece un gallo en lo más alto de una iglesia, y un león recostado a la puerta. Alciato dice que estos dos símbolos, según antigua disposición de los Padres de la Iglesia, se suelen colocar en los templos, a saber, el gallo en lo más alto de la torre, y el león en el exterior del templo, para representar el doble oficio pastoral del Obispo, la vigilancia y la custodia. Dichos emblemas fueron divulgados y comentados en España por Diego López, en su obra Declaración magistral de los Emblemas de Alciato, de 1615. Comenta así Diego López: «En esta Emblema habla Alciato con los Obispos y Prelados, avisándolos del cuydado que han de tener, para que ninguna cosa falte a sus súbditos, la qual convenga para la perfección de la fee, para que ninguno se aparte del buen camino, ni salga fuera de los términos de la verdadera dotrina... [el gallo] significa la vigilancia, y para dar a entender la que deven tener los Prelados, pintaron gallos en las torres de las Iglesias... Por el león significa la custodia, y guarda, que ha de aver en los Obispos y Prelados, el qual como ya avemos dicho, vela con los ojos cerrados, y duerme con ellos abiertos... Por el gallo se entienden los Predicadores, porque como a su canto se despiertan y levantan, ni más ni menos con las vozes de ellos se levantan los hombres de sus vicios, y pecados, y por esto lo pintan en las torres de las Iglesias»25

Alciato añadía una cita de San Gregorio Magno, sobre Ez 3, 17: «Hijo de hombre, te he puesto por centinela en la casa de Israel. Es de notar que se declara que es centinela aquel a quien el Señor envía a predicar. Aquel, pues, a quien se le encomienda cuidados ajenos es llamado guardián o centinela, a fin de que se mantenga en la altura de la mente y con el obrar conserve la razón del nombre. Por tanto, no es centinela quien no está en lo alto, porque el centinela siempre está en lo alto, para que pueda ver desde lejos lo que ha de venir; así que quienquiera que está puesto por centinela del pueblo, debe estar en lo alto en cuanto a la vida, a fin de que pueda ser útil por su providencia»26.

Concluye el P. Félix Granda con una cita de San Pio X, de la encíclica Editae saepe de 26 de mayo de 1910, que recuerda algunas recomendaciones del San Carlos Borromeo a los Obispos: «El primero y el mayor de los cuidados de los Pastores debe estar en los asuntos que tocan a la conservación íntegra e inviolada de la fe católica, que la Iglesia Romana cultiva y enseña, sin la cual es imposible agradar a Dios» (Conc. Provinc. I).

Con esta y otras obras, D. Félix Granda participó en la Exposición Nacional de Arte Decorativo, organizada por el  Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1911, en la que ganó la Medalla de Oro, único premio de la exposición27. Fue un momento clave en su carrera, ya que lo consagró como artista ante el gran público.

El mismo diseño aparece llevado por San Eloy, en el retablo que Félix Granda hizo, hacia 1915, para una fábrica de Mieres (Asturias). El retablo representa a Cristo a su llegada a Betania, cuando le comunican la muerte de Lázaro. Cristo, con lágrimas en los ojos, se ve rodeado por Marta y María y varios santos, que estaban relacionados con la familia propietaria de la fábrica y sus santos patronos, en este caso, santa Bárbara y san Eloy.

En la Fundación Granda se conserva un diseño original (nº 1458), con la misma idea de la voluta, aunque con diferentes variantes en la base de la estatuilla de la figura de la Iglesia, en el enlace con el astil, y con otra inscripción.

D. Tomás Muniz de Pablos nació en Castaño de Robledo el 29 de enero de 1874. Estudió en el seminario de Sevilla y obtuvo el doctorado en teología y en derecho. Fue profesor de derecho, párroco de Santa Cruz y teniente fiscal en Sevilla (1897-1905), provisor y vicario general en León (1905-10), canónigo arcipreste en Jaén (1910-24), auditor de la Rota y profesor de derecho en Madrid (1924-28); considerado uno de los mejores canonistas de España. Preconizado obispo de Pamplona el 10 de marzo de 1928, y ordenado en Madrid el 3 de junio, hizo su entrada el 24 de junio. Destaquemos, en el contexto de esta exposición, su labor en el anuncio de la fe. Para hacer frente a la prensa anticlerical creó la hoja parroquial "La Verdad". Fomentó fuertemente la catequesis: erigió en todas las parroquias la cofradía de la doctrina cristiana, se editaron más de 250.000 ejemplares del Astete en castellano y vascuence28. El 13 de agosto de 1935 fue trasladado al arzobispado de Santiago. Una de sus primeras intervenciones fue urgir la formación religiosa. Como en Navarra, fomentó las vocaciones y el Seminario.

Falleció el 15 de marzo de 1948, reposando sus restos a la sombra del Pórtico de la Gloria29.

 

2.2.  Los Sacramentos de la Iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.

Ya hemos adelantado lo esencial del Bautismo. Nos ocupamos ahora de la Confirmación, sacramento que, por la imposición de manos y la unción con el santo crisma, confirma el don del Espíritu Santo, recibido por primera vez en el Bautismo. De esta forma, el cristiano es un ungido como Cristo. La efusión especial del Espíritu Santo confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal, nos introduce más profundamente en la filiación divina, en la amistad con Cristo y en el trato con el Espíritu Santo, y nos une más a la Iglesia. En lo que respecta a la fe, «nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz» (CEC 1302).

Exponemos el Ánfora del Crisma [26], de la Catedral, del mismo orfebre, José Puigdollers, Madrid, 1955. En la cartela del anverso se representa el Buen Pastor (cfr. Jn 10, 1-16), conforme al modelo del Museo Pio Clementino del Vaticano, también conocido como Buen Pastor del Laterano. En origen era un altorrelieve de un sarcófago, que representa un joven pastor, imberbe, con túnica sin mangas y una cesta en bandolera que carga sobre sus hombros un cordero. En el Setecientos fue restaurado y transformado en figura de bulto redondo. El Boletín del Obispado comentaba así este relieve: « Ninguna otra representación ha podido igualar a la figura del Buen Pastor de las Catacumbas. Llena de candor, dulzura y al mismo tiempo la de un zagal varonil, que carga sobre sus hombros la oveja descarriada»30. En el medallón del anverso está repujado el escudo de Mons. Cantero, y debajo de él, el emblema de la Acción Católica. El Catecismo de Ripalda dice: «272. P/. ¿Qué diferencia hay entre un Bautizado, y un Bautizado-Confirmado? R/. La que hay entre un niño de pecho y un varón fuerte y robusto». La figura el Buen Pastor es la imagen del varón fuerte y robusto en que se convierte el confirmado.

El Santo Crisma es consagrado por el Obispo en la Misa Crismal. En cada parroquia se dispone de unas crismeras para su administración en el Bautismo, en la Confirmación y en el Orden sacerdotal. Como ejemplo, traemos las crismeras [27] de la parroquia de San Antonio Abad de Trigueros, de hacia 1600. Tiene base circular, cruz plana con su crucifijo, y dos vasos globulares. Se decora con cartelas bajorrenacentistas y relieves de las virtudes, la fe, la esperanza, la justicia y la fortaleza31

 

2.3. La Eucaristía, Misterio de la Fe.

«Nosotros creemos que la misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial » (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 24).

«La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe» (CEC 1327). Con razón llamamos a este sacramento Mysterium fidei, pues en él confluyen el misterio de la encarnación del Verbo; el misterio de Cristo, Dios y hombre verdadero, verum corpus natum de María Vírgine; el misterio de la Redención, conseguida en el único e irrepetible sacrificio de la cruz para la remisión de los pecados; el misterio del sacerdocio de Cristo y del sacerdocio ministerial, capacitado para impersonar a Cristo; el misterio eucarístico, presencia real y permanente de Cristo bajo las especies sacramentales; y el misterio de la Iglesia, presente en este «sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad» (San Agustín, In Ioh.  26, 13), en la esperanza de la gloria futura. «Éste es el misterio de la fe. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús!» (Plegaria eucarística; CEC 1402).

Una amplísima muestra del arte motivado por el sacramento eucarístico tuvo lugar en Huelva en 2004, en la exposición Ave verum Corpus, con motivo del cincuentenario de la creación de la Diócesis. A su catálogo nos remitimos32.

El cáliz, el más importante de los vasos sagrados, tiene su origen en la misma santa cena, siendo variadísimas sus formas y sus materiales a lo largo de los siglos33. En esta ocasión exponemos el cáliz del Obispo Infante [28], de Moguer, del s. XIX, de formas heredadas del último barroco, sin caer en mimetismos del repertorio ornamental rococó. Tanto en la base como en el astil y la copa, se organiza en un esquema tripartito. La base curvilínea presenta las escenas en relieve de la Santa Cena, la Oración en el Huerto y el Encuentro de Jesús con su Madre en la Vía Dolorosa, separadas por tres serafines. La ornamentación se hace a base de hojas y racimos de vides y espigas, y tres cartelas con espejo central. En el nudo, tres querubines y hojas de parra. La copa, campaniforme, con hojas, vides y serafines, tiene sendos óvalos con los bustos de Jesucristo, Santa María y San José. Bajo la pestaña del pie, corre la siguiente inscripción, en letra cursiva inglesa: « Yldefonso Joaquín Ynfante y Macías, Obispo de Tenerife A la Yglesia Parroq.l de Moguer su Pueblo natal 1877».

Mons. Ildefonso Infante y Macías nació en Moguer en 1813. Monje benedictino en 1829, estudió filosofía y teología en el colegio de San Andrés de Espinareda en la diócesis de Astorga. Tras la exclaustración de 1835 pasó a residir en el Convento - Hospital del Pozo Santo de Sevilla. Ya miembro del clero secular, cursó el doctorado de Teología en el claustro central de Madrid pasando a ostentar el cargo de Rector del seminario de San Bartolomé de Cádiz hasta el año 1857.

En 1860 fue nombrado Secretario de Cámara del obispado de Segovia, canónigo maestrescuela de su catedral; en 1869 procurador de aquella diócesis en el Concilio Vaticano I; y gobernador eclesiástico, sede vacante, de la misma diócesis castellana.

Fue nombrado administrador apostólico de Ceuta en 1876, y el mismo año consagrado en Cádiz como obispo de Claudiópolis34, trasladado al año siguiente a la diócesis de Tenerife.  La Diócesis nivariense fue creada en 1819, pero de hecho no se consolida la Sede de La Laguna hasta 1877, con la llegada del Mons. Infante. Fue nombrado por el Papa Pío IX como Obispo de Tenerife, el 20 de marzo de 1877 tomando posesión el 6 de julio de 1877. El 15 del mismo mes llegó a Tenerife, comenzando en el mes de agosto su primera visita pastoral. El 21 de septiembre de 1877 creó el Seminario en el antiguo Convento de Dominicos. Ordenó 17 sacerdotes diocesanos.

En 1882, al hallarse muy quebrantada su salud, se traslada a la península, presentando la renuncia, que le fue aceptada el 25 de abril. Falleció en Moguer 2 de julio de 1888, siendo enterrado en la Ermita de Montemayor.

La Eucaristía se administra a los fieles por medio del copón o píxide, destinado a contener las hostias consagradas. Sus formas también han variado mucho, siendo en lo sustancial un recipiente, hexagonal o redondo, con pie o sin él, y con tapadera, normalmente coronada por una cruz35. Mostramos el copón de Santa Clara [29], de estilo barroco, fechado en 1784. En la pestaña del pie dice así: « + Se izo siendo Guardián el Reverendo Padre Guardián fray Juan Bareda. Solizitud. de F. Luis Delxiero. Lo costearon los bienhechores año de 1784». Entre la decoración de rocallas, ángeles sostienen símbolos eucarísticos36.

A la adoración del Santísimo en la noche del Jueves Santo, le siguió la piadosa costumbre de adorar el Sacramento eucarístico fuera de la misa, como prolongación contemplativa de la misma. Para exponerlo a la vista y a la adoración de los fieles, se crearon los ostensorios. Adoptan formas variadas, partiendo siempre de unos elementos comunes: la base, el astil y el ostensorio propiamente dicho. Éste puede tener la forma de edificio, torre o cimborrio poligonal gótico o neogótico; de un gran sol radiante, de rayos agudos y flameantes o terminados en bisel, que son las formas comunes en el renacimiento y barroco; modernamente pueden tener otras formas, como la de cruz, de corazón o de polígono37. En la exposición Ave verum Corpus figuró, y de nuevo lo hace en esta muestra,  con todo honor, el ostensorio de Santa Clara [30], de estilo gótico flamígero, de hacia 1525. Salvo el sol, que es posterior, la pieza tiene una marcada estructura arquitectónica, semejando el cimborrio de una gran catedral. Destaca, sobre todo, el astil y  el nudo: en cada flanco hay un ventanal, de tracería gótica calada. La arquitectura apoya su fingido peso en los arbotantes con sus pináculos38.

La comunión eucarística es llevada a los enfermos en forma de viático. La procesión pública era una auténtica manifestación de fe. Puede tener también formas muy variadas. Exponemos un altar o manifestador portátil [31], que, cerrado, tiene forma de libro encuadernado. Al llegar al domicilio del enfermo, se abría y se desplegaba adoptando la forma de altar o expositor, con sus fondos en terciopelo rojo y aplicaciones de plata repujada recortada. El fondo se decora con un ostensorio adorado por dos ángeles; dos alas también decoradas servían para sostener el doselete; sobre el techo, se remataba con un penacho. Recordamos el altar portátil de Trigueros (h. 1780-1800), y el de Santa Clara de Moguer39. El que se expone es de propiedad particular.

 

2.4. Los sacramentos de curación: La Penitencia y la Unción de Enfermos.

Jesús curó a los enfermos aquejados de diversas dolencias, manifestando así que había llegado la salvación a los hombres. Llama la atención la prioridad que concedió a la enfermedad del alma, el pecado, sobre la del cuerpo. Cuando unos amigos le presentan a un paralítico, «viendo la fe de ellos, dijo: ‘Hombre, tus pecados están perdonados’» (Lc 5, 20).

El proceso de conversión queda descrito maravillosamente en la parábola del Hijo pródigo (Lc 15, 11-24; CEC 1439). Para ilustrar este pasaje evangélico, exponemos El abrazo del Hijo pródigo [32], de Teresa Peña, escultura en que padre e hijo se funden en un bloque.

«La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse a lo que es. Con frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él» (CEC 1501). Para conseguir la sanación de la enfermedad, y para fortalecer la fe en momentos tan duros, la Iglesia administra el sacramento de la Unción de Enfermos, como lo hicieron ya los Apóstoles: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con el óleo del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado» (Sant 5, 14-15; CEC 1509-1510).

El óleo de los enfermos se bendice, como el de catecúmenos y el santo crisma, en la Misa Crismal. Para este uso se fabricó el ánfora correspondiente, en los talleres de joyería de José Puigdollers. El ánfora del óleo de los Enfermos [33] representa la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 30-37). En el relieve aparece el hombre tendido en el suelo, al pie de un árbol, después de haber sido agredido por unos ladrones, y el buen samaritano se le inclina sobre él para curar las heridas con vino y aceite. Al fondo se adivinan el sacerdote y el levita que se pierden en la lejanía. El comentario del Boletín del Obispado destaca que «se han estudiado composiciones análogas, y de unas placas florentinas del siglo XVI, hoy en el Museo de Nueva York»40. En el reverso, el escudo de Mons. Cantero y el de la Acción Católica. Como remate de la tapadera, la Inmaculada Concepción.

 

2.5. Los sacramentos al servicio de la comunidad: El Orden Sacerdotal y el Matrimonio

«Los que reciben el sacramento del Orden son consagrados para "en el nombre de Cristo ser los pastores de la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios" (Conc. Vat. II, Lumen Gentium 11). Por su parte, "los cónyuges cristianos son fortalecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este sacramento especial" (Conc. Vat. II, Gaudium et Spes 48)» (CEC 1535).

Mientras que los sacramentos de la iniciación cristiana y los de curación afectan a cada persona, otros dos sacramentos destinan al servicio de la Comunidad.

De entre los ornamentos sacerdotales que habitualmente se exhiben en Santa Clara, hemos seleccionado el juego de casulla y dalmáticas de Santa Clara [34], de principios del siglo XVII. Aunque el brocatel es posterior a la fecha de la confección del terno, destacan las bandas bordadas, con eje central de candelieri, bordados al romano, y medallones figurados, a punta de matiz: la Virgen con el Niño, San Pablo, San Juan Evangelista, San Andrés y San Pedro. Las dalmáticas lucen el escudo de los Portocarrero, señores de Moguer41.

Ilustramos el sacramento del Matrimonio con una bandeja de cobre plateado, de la Catedral onubense, que representa las Bodas de Caná [36]. En aquella ocasión, Jesús santificó con su presencia la unión matrimonial, y con el milagro de la conversión del agua en vino, gracias a la intervención de la Virgen, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él (Jn 2, 1-11).

Solía haber en el salón comedor de las casas de las familias cristianas una representación de la Santa Cena, bien sea en litografía, bien sea en un relieve estampillado y cincelado en chapa de cobre plateado por electrolisis.

Menos frecuente es que se relacionara la comida familiar con el banquete de las Bodas de Caná, de ahí el interés en exponer esta pieza, no tanto por su valor material, que es escaso, sino por su significado iconográfico. La bandeja tiene forma oval, de perfiles ondulados, bordeado por una cenefa con motivos decorativos del rococó.

El relieve reproduce el cuadro del veneciano Paolo Veronese, de la Gemäldegalerie Alte Meister, de Dresde (1570), en el que, con menos opulencia que en la misma escena del Louvre, destaca al maestresala mostrando la copa del vino nuevo, quedando en segundo plano las figuras de Jesús y de los novios.

 

PARTE TERCERA: EL TESTIMONIO DE LA FE

Sección primera: Claustrillo mudéjar

3.1. Los testigos de la fe y de la caridad en la Diócesis de Huelva.

«Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.

«Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).

«Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban» (PF 13).

En el claustrillo mudéjar, exponemos, en paneles fotográficos, los testigos de la fe y de la caridad que han nacido, o han vivido en nuestra tierra onubense. Primero, los mártires de la antigüedad, Walabonso, María y Vicente de San José; luego, los santos y mártires contemporáneos, de la familia salesiana, Eusebia Palomino, Carmen Moreno y Manuel Gómez Contioso; y, por último, los que encarnan la labor religiosa, social y educativa en la Huelva de principios del s. XX, Ángela de la Cruz, Marcelo Spínola, Manuel González y Manuel Siurot, laico que esperamos un día ver en los altares.

3.1.1.      San Walabonso y Santa María [37] [38].

Fue en el gobierno de Abd-al-Rahmán II cuando surgió acuciante el problema mozárabe. Los jóvenes eleplenses Walabonso y María fueron víctima de una cruenta represalia, en Córdoba, el año 85142. Ambos era hijos de un noble godo de Niebla, casado con una mujer mahometana convertida al cristianismo. La prohibición que pesaba sobre estos matrimonios mixtos, les obligó a abandonar su ciudad, peregrinando por diversos lugares. Por fin se asentaron en Froniano, población situada en la sierra de Córdoba, a tres leguas al oeste de la capital.

La madre falleció a poco de establecerse en Froniano. Entonces, el noble cristiano encomendó la educación de Walabonso, el más pequeño, al presbítero Salvador, que regía el monasterio de San Félix, fundado en aquel lugar; y la de María al cenobio de Cuteclara, que era dirigido por una dama, famosa en santidad, llamada Artemia.

No mucho después falleció el sacerdote Salvador, por lo que el padre recogió de nuevo en su casa a Walabonso. Ambos hijos crecían, por la gracia del Espíritu Santo, en el temor de Dios. Walabonso fue subiendo por los grados eclesiásticos hasta alcanzar el diaconado. Y no fue ajena a ello su hermana, que le apoyaba con sus oraciones y su santa conversación. María, al ser mayor que él, le miraba como madre y le cuidaba como a un hijo. El notable aprovechamiento de Walabonso animó a su padre a enviarlo a estudiar a Córdoba las disciplinas liberales y teología con el abad Frugelo, en el monasterio de Santa María.

La muerte del sacerdote Isaac, ocurrida el 3 de junio de 851, provocó una cadena de martirios. Muchos cristianos, lejos de amedrentarse por este hecho, enardecieron sus ánimos y se presentaron espontáneamente al juez para hacer confesión de su fe. Así lo hicieron el diácono Walabonso, el laico Sancho, Pedro sacerdote de Ecija, Sabiniano monje de Froniano, Wistremundo de Ecija, el anciano Habencio, y Jeremías, de avanzada edad, fundador del monasterio de Tábanos. Todos a una declararon ante el tribunal la verdad de Cristo Dios y la mentira del Anticristo. Tras lo cual, fueron decapitados, derramando su sangre valientemente por Cristo.

Esta noticia conmovió profundamente a María, suspirando por alcanzar también la palma martirial. Una religiosa le comunicó que en sueños había sabido que ella pronto entregaría también su vida. Enardecida, salió de su monasterio y se unió en San Acisclo a otra virgen, Flora, que se preparaba para la suprema confesión de fe.

Con no menos valentía que los varones que les precedieron, manifestaron su fe ante el juez. En la cárcel fueron confortadas Flora y María con la palabra de San Eulogio, para quienes escribió el Documentum Martyriale. Por fin, ambas, decapitadas, triunfaron el día 24 de noviembre de aquel año de 851. El cuerpo de María fue arrojado al río, de donde fue sacado para ser trasladado al monasterio de Cuteclara. Su cabeza recibió sepultura en San Acisclo.

La Diócesis de Huelva celebra litúrgicamente el natalicio de San Walabonso de Niebla el 7 de junio, y el de Santa María, con Santa Flora, el 27 de noviembre. San Walabonso, cuya creciente devoción es testificada en Niebla a partir de su inclusión en el calendario litúrgico de la archidiócesis en 1624.

Las imágenes de San Walabonso y Santa María ocupan sendas hornacinas de la iglesia de la Merced, Catedral de Huelva. El templo sufrió bastante en el terremoto de 28 de febrero de 1969, lo que obligó a cerrarla al culto, y a emprender a una importante restauración. La ceremonia de reapertura del templo al culto tuvo lugar el 12 de febrero de 1977. Para ocupar las hornacinas, se encargó a Antonio León Ortega la realización de cinco imágenes, en barro cocido, que ocuparían las respectivas hornacinas existentes. El programa iconográfico fue marcado por el Sr. Obispo, Mons. González Moralejo, tomándolo del santoral local. Las esculturas quedaron colocadas en marzo de 198043.

3.1.2.     Beato Vicente de San José [39].

Vicente Ramírez, nació en Ayamonte en 1595, y fue bautizado en la Iglesia de las Angustias. Sus padres emigraron a América, estableciéndose en la ciudad mexicana de Puebla de los Ángeles. En 1615, ingresó como lego en la Orden Franciscana de Hermanos Menores, en el convento de Santa Bárbara, tomando el nombre de fray Vicente de San José. Destacó por la observancia de la regla y el ejercicio fiel de los más humildes oficios. En 1617 pasó, con fray Luis de Sotelo y fray Pedro de Ávila, a la provincia de San Gregorio, en Filipinas. En 1619 marchó a Japón, a evangelizar, aún conociendo la prohibición severísima contra los misioneros extranjeros de desembarcar en las islas japonesas. Su labor misionera se extendió por la Isla de Kiushu, por las poblaciones de Nagasaki, Vomura y poblaciones y aldeas próximas.

En diciembre de 1620, el gobernador de Nagasaki traía órdenes de no tolerar a los cristianos. En la noche de Navidad fue prendido en casa de Domingo Vochonzo, con Fray Pedro de Ávila y otros misioneros. Permaneció en la cárcel cerca de dos años, desde donde escribió algunas cartas. Fue trasladado a Nagasaki, junto con otros 33 cristianos europeos y japoneses.

El 10 de septiembre de 1622 partieron de la cárcel cantando el Te Deum y otras alabanzas a Dios. En la falda de un monte, junto a la orilla del mar, cerca de Nagasaki, cada uno fue atado a un palo, con leña preparada para encenderse. Con el fin de que el suplicio fuera más duro, la muerte más espantosa y la agonía más larga, la leña que debía arder fue colocada a cierta distancia de los postes donde estaban colocados los mártires y así, el fuego a distancia hizo más cruel el martirio. Las cenizas de los mártires fueron esparcidas por el mar, para evitar que fuesen utilizadas como reliquias.

Fray Vicente de San José tenía 26 años cuando recibió la corona del martirio. Fue beatificado por el beato Pío IX, el 7 de julio de 186744. Su fiesta litúrgica se celebra en la Diócesis de Huelva el día 10 de septiembre.

Al igual que los mártires de Niebla, reproducimos la escultura en barro cocido realizada por Antonio León Ortega en 1980, situada en una hornacina de la fachada-retablo de la Catedral de Huelva.

 

3.1.3.     Beata Eusebia Palomino Yenes [40]

Nació en Cantalpino (Salamanca), el 15 de diciembre de 1899. Perteneció a una familia de escasos medios económicos, pero con mucha fe. Su padre, Agustín, fue un hombre de una gran bondad y dulzura, que trabajaba como bracero temporal al servicio de los terratenientes de los alrededores de su pueblo. Su madre, Juana Yenes, atendía y cuidaba la casa, con los cuatro hijos.

Durante los inviernos, el trabajo faltaba y el padre se veía obligado a pedir la caridad en otros pueblos de la zona. Casi siempre lo acompañaba la hija más pequeña, Eusebia, que tenía escasos siete años, pero no conociendo lo que suponían aquellas humillaciones para su padre, disfrutaba de aquellos caminos por los senderos del campo y alegremente saltaba y correteaba. Su padre le hacía valorar y admirar las bellezas de la creación, la luminosidad del paisaje de Castilla y así le iba impartiendo catequesis.

Fue grande y sorprendente para Eusebia su primer encuentro con Jesús Eucaristía, a sus ocho años. Muy pronto tuvo que dejar la escuela para ayudar a la familia, dando prueba de una madurez impropia de su edad, al tener que cuidar a niños de algunas de las familias del pueblo, mientras sus padres iban a trabajar. A los doce años se trasladó a Salamanca con su hermana mayor y se puso a servir como niñera.

Los domingos  por la tarde iba al oratorio festivo de las Hijas de María Auxiliadora y las religiosas la invitaron a ayudar a la comunidad, aceptando Eusebia gustosamente. Y así dio comienzo el contacto con aquella Comunidad, a la que, no pasando mucho tiempo llegó a formar parte.

El 5 de agosto de 1922 inició el noviciado, alternando horas de trabajo, estudio y oración. Fue destinada a la casa de Valverde del Camino y en este colegio ofreció el aroma de su santidad y de su espíritu salesiano, como destacada hija de su fundador San Juan Bosco y de María Auxiliadora.

Era Sor Eusebia para todos y para todo, sencilla, alegre, humilde, servicial y muy dispuesta. Aprovechaba todos los momentos libres del día para enseñar a las niñas de su querido colegio valverdeño, todas las virtudes cristianas, pero fundamentalmente, que la verdadera sabiduría es la paz y unión con Dios.

También aprovechaba los domingos y días festivos, en los "oratorios", para enseñarles el Catecismo y hablarles del amor a la Santísima Virgen y a Nuestro Señor Jesucristo.

Destacó su veneración hacia las Santas Llagas de Nuestro Señor Jesucristo, rezando muy a menudo el Rosario de las Santas Llagas. Pasaba largas horas en el Sagrario, haciendo compañía al Señor y a la Virgen Santísima. Tenía por costumbre rezar muy a menudo el Vía Crucis. Insistía mucho en la necesidad de confesarse y comulgar frecuentemente para ser buenos católicos y que, al pasar por una Iglesia, procurásemos entrar para hacer un rato de compañía a Jesús Sacramentado.

Cuando, a principios de la década de 1930 se vislumbraba en España una situación difícil para la religión católica, Sor Eusebia no dudó en llevar hasta el extremo su disponibilidad, ofreciéndose al Señor como víctima para la salvación y libertad de la religión.

Fue aceptada por Dios como víctima y en agosto de 1932 tuvo el primer aviso. Le siguió el asma, agravada con otros males, que iban apareciendo y atentaban contra su vida. En este tiempo, algunas visiones de sangre afligen a Sor Eusebia aún más que los dolores físicos. El 4 de octubre de 1934, mientras algunas hermanas rezaban con ella, palideció y dijo: "Rezad mucho por Cataluña". Era el principio de la sublevación obrera de Asturias y Cataluña. Visión de sangre también para su querida directora sor Carmen Moreno Benítez, que sería fusilada, con otra hermana, el 6 de septiembre de 1936 y que también ha sido declarada beata, después del reconocimiento del martirio.

En tanto se iba agravando su enfermedad, que le acartonaba todos los miembros, convirtiéndola en un ovillo. Quienes la visitaban sentían la fuerza moral y la luz de santidad que irradiaban aquellos pobres miembros doloridos, dejando absolutamente intacta la lucidez del pensamiento, la delicadeza de los sentimientos y la amabilidad del trato. A las hermanas que la asistían les prometió: "Daré mis vueltecitas".

Murió serenamente en la madrugada del 10 de febrero de 1935.  Sus restos mortales fueron visitados durante todo el día por la población de Valverde, que repetía: "Ha muerto una santa".

El papa Juan Pablo II declaró a Sor Eusebia venerable el 17 de diciembre de 1996 y el 25 de abril de 2004 la declaró Beata. Su memoria litúrgica se celebra el 9 de febrero45.

Reproducimos el cuadro de Manuel Parreño Rivera, pintado en 1983, que se convirtió en parte fundamental en el proceso de beatificación, por las circunstancias extraordinarias de su realización.

 

3.1.4.     Beata Carmen Moreno Benítez [41]

Nació en Villamartín (Cádiz, España) 24 de agosto de 1885 y murió mártir en Barcelona el 6 septiembre de1936. En 1892 tuvo la desgracia de perder a su padre y entonces su familia se trasladó a Utrera (Sevilla), donde la familia entró en contacto con el Colegio Salesiano. Siguiendo el ejemplo de su hermana mayor, ingresó en la Congregación de Hijas de Maria Auxiliadora, pronunciando los primeros votos el año 1908.

En 1925 fue destinada como superiora a la casa-colegio que las Hijas de María Auxiliadora de Valverde del Camino (Huelva). Allí supo descubrir la santidad de aquella humilde y singular religiosa que formaba parte de la comunidad, la hoy beata Sor Eusebia Palomino, a la que atendió hasta su muerte. Por ello, durante su enfermedad, fue poniendo por escrito cuanto ésta le confiaba acerca de la obra que Dios iba realizando en su alma, escritos que fueron de notable valor para el proceso de beatificación de sor Eusebia. La labor de Sor Carmen en Valverde como directora fue fecunda y todos los que frecuentaban el colegio, así alumnas como familiares, la querían entrañablemente, recordándola como una religiosa alegre, simpática, discreta, bondadosa, de educación exquisita, de sólida piedad y de ejemplar espíritu de sacrificio. Sor Carmen Moreno supo dar un testimonio de serenidad y presencia de ánimo envidiable, durante la persecución religiosa que afectó a las Hijas de María Auxiliadora de Valverde del Camino en mayo de 1931.

En 1935 sor Carmen fue destinada al Colegio de su congregación en Barcelona-Sarriá, con el cargo de vicaria. Los históricos acontecimientos que tuvieron lugar en España en julio de 1936 coincidieron con la concentración en la Casa-Colegio de Barcelona-Sarriá, de 66 religiosas Hijas de María Auxiliadora (54 profesas y 12 novicias). Los milicianos incautaron la Casa y el Colegio de las Hermanas.

Ante esta situación se consiguió un permiso de salida de las hermanas para Italia. Sor Carmen Moreno y de Sor Amparo Carbonell se ofrecieron a quedarse, aún conscientes del peligro de muerte que corrían, para cuidar a otra religiosa, recién operada de cáncer. Los temores y zozobras padecidos a lo largo del mes de agosto, tuvieron su final el 1 de septiembre, fecha en la que apresadas, interrogadas por un tribunal popular, y al no negar su condición de religiosas, fueron condenadas a muerte.

Fueron fusiladas la madrugada del día 6 de septiembre de 1936, en el paredón del Hipódromo de Barcelona. La fama de martirio de las dos religiosas comenzó inmediatamente después de su muerte, que sufrieron en aras de su fe y de su gesto heroico de caridad. La Iglesia reconoció la fuerza testimonial de su martirio al proclamarlas beatas el 11 de marzo del 200146.

La Diócesis de Huelva celebra su memoria litúrgica el 6 de septiembre.

 

3.1.5. Beato Manuel Gómez Contioso [42] .

Procedente de una familia numerosa y de padres labradores, a pequeña escala, nació Manuel en Moguer, el 13 de marzo de 1877. Sintió la llamada de Dios, a los 17 años y así, como vocación tardía, ingresó el 25 de julio de 1894 en la Sociedad de San Francisco de Sales (Salesianos), en el Colegio de Utrera y dos años después pasó al noviciado de Barcelona. Su ordenación sacerdotal fue en Sevilla el 23 de marzo de 1903.

Su primer encargo fue el de consejero en el colegio de Utrera. De 1904 a 1917 ejerció varios cargos en el Colegio de San Bartolomé de Málaga, confesor, prefecto y director. Estuvo luego cinco años (1917-1922) de confesor en Córdoba y el siguiente sexenio de director en Écija. Los restantes veinte años de su vida religiosa (1929-1936) los desarrolló de nuevo en Málaga. El 12 de agosto de 1935 fue elegido director de la comunidad de Málaga, que la componían catorce salesianos. Siempre se distinguió por su bondad, llaneza, celo y unción sacerdotal.

Ejemplar en todas las virtudes religiosas, era amado de todos por su bondad paternal. Su ejemplo atrajo otras vocaciones de la provincia de Huelva. Se distinguió siempre por su sencillez, por su bondad, por su celo a favor de las almas que se le confiaban. Cuando predicaba, sabía poner en sus palabras todo el fuego de amor de Dios encerrado en su corazón.

Don Manuel era la bondad personificada, cualidad tan necesaria en el colegio de San Bartolomé de Málaga, cuyos alumnos entraban a los siete u ocho años y permanecían allí hasta el servicio militar. Durante el directorado de don Manuel, los Cooperadores y la Archicofradía de María Auxiliadora realizaron una extraordinaria labor apostólica y asistencial. En tiempos de don Manuel comenzó a funcionar la Asociación de Antiguos Alumnos, por lo que puede ser considerado su fundador.

Como compendio sirve la radiografía que de él hace uno de la comunidad: Era el clásico salesiano. A pesar de su edad estaba a la altura de todo. Recuerdo que en el fervorín de una fiesta de 1931 exclamó: "Nosotros defenderemos a Cristo y derramaremos hasta la última gota de sangre y estaremos a la máxima altura que haya que estar"… ¡Y cumplió la promesa!

El 24 de septiembre de 1936 fueron martirizados los cuatro últimos salesianos -dos sacerdotes y dos coadjutores- que aún permanecían en la Prisión Provincial de Málaga, entre ellos, don Manuel Gómez. Hoy sus restos mortales reposan en la catedral.

El día 28 de octubre de 2007 fue beatificado por Benedicto XVI en Roma. Huelva celebra su memoria litúrgica el 9 de noviembre.

3.1.6.     Santa Ángela de la Cruz [43]

Nació en Sevilla el 30 de enero de 1846. Su familia era muy modesta; su padre, Francisco Guerrero, era natural de Grazalema y había emigrado a Sevilla; su madre, Josefa González, era sevillana, hija de padres emigrantes. Sus padres trabajaban al servicio del convento de los frailes de la Trinidad, él como cocinero, y ella como lavandera y costurera. Su instrucción escolar fue escasa, como era habitual por aquel entonces. A los 12 años entró a trabajar en un taller de zapatería, donde permaneció hasta los 29 de forma casi ininterrumpida.

A los 16 entró en contacto con el padre José Torres Padilla, que tendría una influencia decisiva en su vocación religiosa, como confesor y director espiritual. No pudiendo conseguir ser admitida en las Carmelitas, ni perseverar por motivos de salud en las Hijas de la Caridad de San Vicente, formuló, en 1873, votos perpetuos fuera del claustro. Al poco tuvo la idea de fundar la Compañía de la Cruz. El 17 de enero de 1875 encontró a tres compañeras, que se unieron a su proyecto. En un piso alquilado comenzaron su vida apostólica y caritativa. Organizaron un servicio de asistencia a los necesitados a lo largo del día y de la noche.

En 1876, se declaró una epidemia de viruela en Sevilla. Las Hermanas de la Cruz intensifican sus esfuerzos de ayuda a pobres y enfermos, causando su labor gran admiración en todos los estamentos de la ciudad. En este mismo año, Sor Ángela consiguió la admisión y bendición de su obra por el arzobispo de la diócesis, el hoy Beato Marcelo Spínola.

Su obra se extendió rápidamente, creando numerosos conventos localizados principalmente en Andalucía occidental y el sur de Extremadura, centrando siempre su actividad en la asistencia material y espiritual a pobres, enfermos, necesitados y niños huérfanos o sin hogar. Una de sus primeras fundaciones fue la de Ayamonte, en 1878. Santa Ángela fundó la casa de Huelva en 1910.

Falleció el 2 de marzo de 1932. Personas de todas las clases sociales rindieron homenaje a la hoy Santa que, por privilegio del Gobierno de la Segunda República Española, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre en Sevilla.

El Papa Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1982. Fue canonizada por Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003 en la madrileña Plaza de Colón, con el nombre de Santa Ángela de la Cruz. Su memoria litúrgica se celebra el 5 de noviembre.

El Papa Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1982. Fue canonizada por Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003 en la madrileña Plaza de Colón, con el nombre de Santa Ángela de la Cruz. Su memoria litúrgica se celebra el 5 de noviembre.

3.1.6. Beato Marcelo Spínola Maestre [44]

Nació en San Fernando, Cádiz, 14 de enero de 1835, en una aristocrática familia, hijo de los marqueses de Spínola. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla, estableció un bufete de abogado en la ciudad de Huelva, en el que prestaba servicio gratuito a los pobres. Luego se trasladó a Sanlúcar de Barrameda, donde su padre el Marqués de Spínola estaba destinado como Comandante de Marina.

Fue ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1864, en Sevilla y celebra su primera misa en la iglesia de san Felipe Neri de la misma ciudad, el 3 de junio, festividad del Corazón de Jesús, del que fue un gran devoto y apóstol. Durante sus primeros años de sacerdocio es capellán de la Iglesia de la Merced en Sanlúcar de Barrameda, así como Padre Mayor de la Hermandad de San Pedro y Pan de los Pobres, dedicada a obras benéficas, con sede en la parroquia de la Iglesia Mayor de la O. Fue párroco de la San Lorenzo de Sevilla en 1871, y en 1879 canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla.

Nombrado obispo, por el papa León XIII para la diócesis de Coria (Cáceres), ocupó esta diócesis del 7 de marzo de 1885 al 5 de agosto de 1886. Allí fundó la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón, junto con Celia Méndez y Delgado, Marquesa de la Puebla de Obando. Fue luego obispo de Málaga, entre el 16 de septiembre de 1886 y el 8 de febrero de 1896. Siendo Senador por Granada (1891-99), intervino activamente en defensa de la enseñanza católica.

Posteriormente fue preconizado a la sede arzobispal de Sevilla, cargo que ocupó desde el 11 de febrero de 1896 a 19 de enero de 1906. El Martirologio Romano destaca de su figura que «fundó círculos de obreros para mejorar la sociedad humana, trabajó por la verdad y la equidad, y abrió su casa a los menesterosos». Fue llamado en su tiempo El Arzobispo mendigo por su amor y su trabajo inagotable a favor de los pobres. Su preocupación por la buena prensa le llevó a fundar el periódico El Correo de Andalucía en 1899. En su pontificado hispalense fundó el colegio de las Esclavas del Divino Corazón en Corteconcepción, en 1896, y en Moguer en 1898, establecido en el Monasterio de Santa Clara de Moguer en 1902.  Fue nombrado cardenal por Pío X en 1905.

Falleció en Sevilla el 19 de enero de 1906. Fue beatificado por Juan Pablo II en Roma el 29 de marzo de 1987. Su memoria se celebra el 9 de enero.

3.1.7       Beato Manuel González García [45].

Don Manuel González, como se le llama en Huelva, nació en Sevilla el 25 de febrero de 1877 y murió en  Madrid, el 4 de enero de 1940. Es conocido como el Arcipreste de Huelva, el Obispo del Sagrario abandonado o el Apóstol de los Sagrarios Abandonados. El 1 de marzo de 1902 fue nombrado párroco de parroquia de San Pedro de Huelva, tomando posesión el 9 de marzo, cargo que desempeñó durante once años, hasta que fue preconizado obispo auxiliar de Málaga. En Huelva fundó las escuelas del Sagrado Corazón de Jesús junto con el abogado y maestro Manuel Siurot.

Como relata Pepita Garfias, en aquellos fríos días de enero de 1916, los últimos de su estancia en Huelva, escribió una emotiva y humilde carta a los católicos onubenses, era su despedida y al final de ella lanzaba la petición: «¡Un poquito más de auxilio, por amor de Dios, para la educación de los niños pobres de Huelva!»

¡Qué importantes fueron para nuestra Ciudad aquellos once años de su permanencia entre nosotros! Decía D. Manuel: Huelva, pueblecito andaluz y como todos ellos, sencillo, noble, cristiano, quedóse absorbido y desfigurado con las personas y cosas que le trajo la capitalidad otorgada en tiempos aciagos… desaparecieron tradiciones de religión y de familia y sencillez de costumbres y cayó sobre ella una nube de explotadores de minas extranjeros y nacionales…

Para mitigar todos estos sufrimientos injustos y para educar a los niños pobres, emprendió una serie de obras, impulsadas por su corazón y ayudado por una serie de accionistas, como él les llamaba.

Dio un fuerte impulso al Centro Católico Obrero, que creara D. Pedro Román Clavero en 1904 y al que acudían más de 300 obreros. En sus dependencias había: salas para lectura, actos públicos y teatro. Contaba, además, con:
                -Caja de Ahorros y Monte de Piedad, como protección a los obreros,
                -Escuela Nocturna de Adultos, como medio para combatir el analfabetismo,
                -Secretariado Popular, para recolocar y defender a los obreros en paro o a aquellos que eran injustamente despedidos,
                -Reparto de vales para la compra de pan y medicinas con menor coste, tratando de auxiliar a enfermos y ancianos,
                -Búsqueda y entrega de viviendas higiénicas,
                -Construcción de la panadería católica de San José, creada para abaratar los costos de este alimento de primera necesidad y que supuso una inversión de 80.000 ptas, y también una pequeña fábrica de harina,
                -Creación de las Escuelas Católicas del Sagrado Corazón de Jesús, de los barrios de San Francisco, el Polvorín y la Cinta.
                -Patronato de Aprendices, donde se formaban los alumnos del Sagrado Corazón de Jesús, para ponerlos en condiciones de afrontar un trabajo,
                -Creación del Orfeón y dos Bandas musicales: una de cornetas y tambores, para anunciar y animar los actos solemnes que se organizaban en las Escuelas y la Banda de Música, que además era contratada para salir por los pueblos de la provincia y ello suponía un pequeño beneficio económico para las familias de los pequeños músicos.

En definitiva, se propuso regenerar social y moralmente a los más desfavorecidos, ¡Gran labor en los en los ámbitos social, religioso y educativo! Hay que destacar la suerte que tuvo esta nuestra tierra y tantos y tantos onubenses con este gran pastor. Yo creo que no se puede hacer más en tan corto espacio de tiempo.

« …Señores, que el pueblo no sólo tiene hambre de pan, que la tiene de muchas cosas que valen más que el pan. Tiene hambre de verdad, de cariño, de bienestar, de justicia ,de cielo y, quizás, sin que se dé cuenta, de Dios; y si las lágrimas de sus ojos nos impulsan a movernos a su favor, ¿las lágrimas de su corazón, las desgarradoras de su alma, nos han de dejar en una neutralidad impasible? »

En su libro Oremos en el Sagrario como se oraba en el Evangelio, encontramos un subcapítulo  titulado "El reino de Dios por la gracia de la fe" y entre otras cosas interesantes, afirma: «¡Qué bien se le pedía la gracia de creer, en aquella súplica que le hacían sus apóstoles!: Auméntanos la fe ».

Decía D. Manuel, refiriéndose a aquel Sagrario de Palomares del Río, a principios del siglo XX: «Allí, de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba… y allí cambió mi vida… y de ahí salieron el buscar esa compañía a los dos grandes abandonados: Dios y el pueblo».  Y termina D. Manuel con estas palabras: « Aumenta nuestra fe haciéndola cada vez más viva no sólo en tu real presencia, sino en tu acción callada, en tu influencia visible, en tu misericordia sin fin, en tu incansable amor… ¡Aumenta la fe de nuestra vida y la vida de nuestra fe! ».

Falleció en el Sanatorio del Rosario, en Madrid, el 4 de enero de 1940. Fue sepultado en la Catedral de Palencia en la capilla del Santísimo, bajo la inscripción sepulcral que él mismo dictó: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!».

Fue beatificado el 29 de abril de 2001, por el papa Juan Pablo II. Nuestra Diócesis celebra su memoria el 4 de enero.

3.1.8      Don Manuel Siurot [46]

Manuel Siurot Rodríguez nace en La Palma del Condado, provincia de Huelva (Andalucía) el día 1 de diciembre de 1872, y falleció en Sevilla, el 27 de febrero de 1940. En 1881, se traslada con su familia a Gibraleón, y a principios de 1887 a la ciudad de Huelva, donde cursó los estudios de bachillerato, que culminó a los 19 años con la máxima calificación.

Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla, contrajo matrimonio en Huelva, en 1901, con Manuela Mora Claros, con quien tuvo a su única hija Antonia. Ejerció durante más de 10 años como abogado en Huelva hasta que, a principios de 1908, decidió cambiar su profesión por la de maestro de niños pobres, colaborando plenamente en las recién inauguradas Escuelas del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas por el beato Manuel González García.

A partir de 1916, tras la marcha del fundador González García a Málaga, Manuel Siurot asume la plena responsabilidad de las Escuelas del Sagrado Corazón, manteniéndolas en funcionamiento hasta su muerte. En 1919 funda el Internado Gratuito de Maestros, en el que hasta 1934 se impartió la enseñanza de magisterio a jóvenes sin recursos, dándoles una formación completa que propiciara la renovación de las enseñanzas escolares.

D. Manuel Siurot fue, entre otras muchas cosas, abogado, magistrado suplente, diputado de la Asamblea Nacional, embajador extraordinario en misiones hispanoamericanas, escritor y periodista con infinidad de artículos publicados en los diarios de Sevilla, Huelva, etc., Obtuvo el Premio Mariano de Cavia en 1926 por su artículo “El triunfo de las carabelas”. Abandonó su carrera jurídica y política para dedicarse a la gran obra social de la educación de los niños pobres.

De Pepita Garfia tomamos los rasgos biográficos que siguen.

Son palabras de M. Siurot: «El niño pobre está ansioso de amores. Su infeliz madre, poseedora del amor más fuerte, por causa de nuestra pésima organización social, vive agobiada de trabajos y necesidades, sin tiempo para dar al niño toda la ración de amores y de besos que la niñez necesita».

Acabados los estudios de Derecho de Siurot, ejerció la abogacía, compaginándola con otras actividades socio-culturales, como católico.

En 1907, acompañó a D. Manuel González a Granada, para asistir a una Asamblea de Acción Social Católica. Se produce en Granada un hecho fundamental en la vida de Siurot: el encuentro con el Padre Manjón y las Escuelas del Ave María, que impactaron a Siurot, convirtiéndose desde entonces en una nueva proyección de su vida.

El diálogo entre D. Manuel González y Siurot es concluyente: Hermano, esto es horrible. Esa barbarie hay que matarla con Maestros que se entreguen con alma, vida y corazón. Pero, ¿dónde están los Maestros, Dios mío?...

Tanto conmovió a Siurot aquel lamento profundo de D. Manuel González, que abrazándose al Vicario le dijo:

                – ¿Me quiere V. aceptar como Maestro?

Y fue así como M. Siurot pasó a Maestro de niños pobres, siendo abogado.

Afirma D. Baldomero Rodríguez en su libro La opción cristiana en su actividad educativa: « Sin duda, la fe profunda de Siurot, el amor a la Eucaristía, la visión cristiana de la vida, la dimensión providencial ante los acontecimientos, era todo una interiorización del modelo comportamental del arcipreste, además de la influencia de una dirección preocupada y continuada, o lo que es lo mismo, consecuencia del "pulimento de almas", como lo llamaba el mismo D. Manuel González».

Hay una estrecha relación entre el amor a los niños y la vida cristiana. Afirmaba Siurot que en el camino de amor a los niños se han dado tres pasajes: una gran simpatía, un gran cansancio y un gran amor y al último pasaje sólo es posible llegar por el amor cristiano. Esta fue la clave que explica -afirmaba D. Baldomero- toda su dedicación a los niños pobres, a través de la enseñanza.

Fueron inauguradas las Escuelas del Sagrado Corazón, en el Barrio de San Francisco, el día 1 de febrero de 1908. Estas Escuelas onubenses, de D. Manuel González y D. Manuel Siurot, estuvieron influenciadas por las del Ave María, de Granada, pero sin embargo, en cuanto a su realización, prestigio y eficacia, fueron obra de Siurot.

Si bien, el "sistema" y la "pedagogía" están basados en el gráfico, que fueron copiados materialmente, sin embargo la actuación pedagógica de Siurot tenía unos principios y otros métodos distintos a los de las Escuelas del Ave María.

Siurot, pues, no imitó a Manjón, ya que fue muy personal y original, simplemente captó parte de la metodología pedagógica del P. Manjön.

Nuestro gran pedagogo onubense aclaraba, al contestar quiénes fueron sus guías: …lo diré pronto y sin ambages ni rodeos: me he valido de Doña Constancia y de doña Experiencia, hermanas de don Sentido Común.

«Todo el "bien al prójimo" de que habla Siurot, tenía un campo muy concreto de realización: los niños pobres… El contacto con tales niños, cuya problemática era reflejo de las deficiencias familiares, no era nada agradable. Amar a los niños pobres suponía amar sus desgracias, necesidades, calamidades e indigencias. Pues a este rango de profundidad llegó Siurot cuando dice que "conociendo íntimamente sus desgracias y pobreza, es como  alcanzó el conocimiento de la vida y de Cristo encarnado en ellas"».

Sus restos mortales reposan en la capilla bautismal de la parroquia de San Juan Bautista, de su pueblo natal, La Palma del Condado.

 

Sección segunda: Enfermería baja

 

3.2.  Cuando el arte y la fe caminan juntos. La pintura de Teresa Peña.

«La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la naturaleza hasta la que se expresa a través de las creaciones artísticas, a causa de su característica de abrir y ampliar los horizontes de la conciencia humana, de llevarla más allá de sí misma, de asomarla al abismo de lo infinito, puede convertirse en un camino hacia lo trascendente, hacia el misterio último, hacia Dios. El arte, en todas sus expresiones, en el momento en el que se confronta con las grandes interrogantes de la existencia, con los temas fundamentales de los cuales deriva el sentido de vivir, puede asumir una validez religiosa y transformarse en un recorrido de profunda reflexión interior y de espiritualidad [...].

«Se habla de una via pulchritudinis, un camino de la belleza que constituye al mismo tiempo un recorrido artístico, estético, y un itinerario de fe, de búsqueda teológica. [...] Simone Weil escribía: "En todo aquello que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de lo bello, está realmente la presencia de Dios. Hay casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, del cual la belleza es un signo. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por esto, cada arte de primer orden es, por su esencia, religiosa". Todavía más cáustica es la afirmación de Hermann Hesse: "Arte significa: dentro de cada cosa mostrar a Dios"» (Benedicto XVI, Discurso a los artistas en la Capilla Sixtina, 21 de noviembre de 2009).

Como muestra de la afinidad y sintonía entre camino de fe e itinerario artístico, de que habla Benedicto XVI, concluimos la exposición sobre el itinerario de la fe a través del arte, con la obra de Teresa Peña, en gran parte depositada en el Monasterio de Santa Clara de Moguer.

Mons. Vilaplana, obispo de Huelva, conoció personalmente a Teresa Peña, durante su pontificado en Santander. «El encuentro con la pintura de Teresa Peña produjo en mí una profunda y grata impresión, porque en ella veía plasmado un sueño que siempre me acompañaba: descubrir artistas modernos de calidad que, al mismo tiempo, fueran profundamente cristianos. La generosidad y la amistad del hermano de Teresa, Juan Ramón Peña, me ha hecho depositario de una buena colección de cuadros que están depositados tanto en el Obispado de Huelva como en el Monasterio de Santa Clara de Moguer».

De Joaquín Luis Ortega hemos tomado el título que sintetiza, como un rotundo eslogan, este capítulo de la exposición: Cuando el arte y la fe caminan juntos.

María Teresa Peña Echeveste nació en Madrid el 31 de Julio de 1935. Diversas circunstancias hicieron que su familia se trasladase de Madrid a la localidad burgalesa de Oña, donde ejerció de médico el padre de Teresa. Allí pasó buena parte de su niñez y de su adolescencia.

A los dieciocho años, llegó Teresa a Madrid para preparar su ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando.

En 1965 se alzó Teresa con la más cotizada de las recompensas en la república de las artes. Ganó por oposición, y era la primera mujer en conseguirlo, el Premio Roma que llevaba aneja una beca para estudiar cuatro años en la Academia Española de Bellas Artes.

Bilbao y Madrid serán después los escenarios principales de trabajo de Teresa, así como un decidido y comprometido retiro hacia lo religioso sin descuidar para nada sus pinceles. Dos ingresos en casas de Religión, una la del Carmelo Descalzo de la Adehuela (Madrid) y otra en la Cartuja femenina de Benifasar (Castellón), fueron realizados por esta mujer pintora y mística, sin que ninguno de los dos llegase a cuajar. No abandonó, sin embargo, la vivencia Religiosa, sino que la orientó decididamente hacia la marginación.

El quiebro de su salud no mermó su intensidad creativa, pero si supuso un retorno a los orígenes: junto con su hermano Juan Ramón, Teresa se traslada al Valle de Mena, en la provincia de Burgos, donde pasó los últimos años de su vida. A principios de 2002, la enfermedad que venía mimando su salud se agravó. Trasladada al hospital General Yagüe de Burgos, los médicos diagnosticaron un tumor cerebral inoperable y de corta resolución. Poco después, moría Teresa el 25 de Julio en Entrambasaguas de Mena.

Reproducimos algunos juicios de críticos de arte sobre Teresa Peña, que avalan nuestro interés por su obra.

«Teresa Peña es una pintora tocada por la verdad, apasionada por la luz y la trascendencia. Mujer de hondo humanismo cristiano, ha aportado una iconografía recia y profunda de acento bíblico con el que ha expresado las realidades trascendentes» (Concha Benavent).

«El compromiso religioso acapara la mayor parte de su obra más madura. Ha sido la artista de asunto religioso de mayor calidad, hondura y emoción entre todos los pintores españoles de su tiempo » (José L. Casado Soto).

«Algo o mucho de profético hay en la producción de Teresa Peña, traspasada de emoción religiosa y de tradición samaritana. Su obra conjuga la ternura con la rabia, el misticismo con la denuncia y la piedad con la rebeldía. Ella pinta desde su experiencia de Dios» (Joaquín L. Ortega).

Nuestro obispo, buen conocedor de Teresa Peña, resume así los rasgos de la persona y espíritu de fe que vibra debajo de cada una de sus obras artísticas, desde los grandes paneles hasta el más pequeño de los apuntes.

    « Tres claves importantes para entrar en la obra de Teresa son las tres pasiones que caracterizaron su vida.

1. Su pasión por la pintura: Teresa es una pintora nata, desde su más tierna infancia, hasta su enfermedad y muerte. La seguridad de sus trazos, el dominio de la luz lo manifiesta.

2. Teresa es una pintora que sufre en con todo lo humano, con los pobres, los marginados, pero sufre con ternura y esperanza.

3. Teresa es una pintora que busca a Dios. Ella misma lo dice:
"Sobre ese vacío del negro, ausencia de todo, trato de iluminar con luz las figuras que emergen. Pero con una luz hecha de amor trascendente, que aun en las situaciones más oscuras de la vida del hombre, le dé una esperanza definitiva de Luz y Amor. Esa Luz esperanzadora, que disipa las tinieblas, no es otra que la Luz absoluta, es decir, Dios"».

Habitualmente se expone una amplia selección de la obra de Teresa Peña, una treintena de sus cuadros, en la Enfermería Baja y Alta del Monasterio de Santa Clara. La visita del monumento, que comienza en plena Edad Media, en el segundo tercio del siglo XIV, y recorre el mudejarismo, la arquitectura cisterciense, el arte del renacimiento y del barroco, viene a concluir en el arte de nuestros días, representado en la pintora cántabra.

En este texto introductorio de la exposición Porta Fidei nos limitaremos a destacar los más significativos para nuestra línea argumental. En primer lugar, los ángeles [47], que nos reciben y nos conducen en su personal itinerario de fe.

La pintora, con los ojos abiertos y el alma de par en par, percibe y se empapa del mundo que le rodea, descubriendo los dramas personales y las alegrías diarias, en medio de una masa impersonal. Pienso que la afición por el cine neorrealista italiano, que tanto le cautivó en su estancia en Roma, ha dejado su huella en la forma de componer sus cuadros, verdaderos fotogramas de una película, la película de la vida. Así lo podemos comprobar en cuadros como Paso de peatones [48]. Otros muchos captan escenas cotidianas, como una charla de bar, o una cola de autobús. Se fija en el dinamismo del deporte, de baloncesto o del ciclismo. Sufre la zozobra de un quirófano. O se enternece en la inocencia infantil o en la caricia de una maternidad. Y se compadece de la soledad de un mendigo [49] abatido en el suelo. Con la misma avidez, en actitud contemplativa, goza de la naturaleza creada, y la transforma en naturaleza poética, en un campo de amapolas, en un borriquillo o en un rebaño de ovejas [50].

Pero su mundo interior trasciende a lo visible y se eleva a lo invisible. En Salmo de paz [51] se pone en manos de Dios Padre. Pero es, sobre todo, a través de Cristo, Dios Hijo encarnado, amante y sufriente, donde encuentra la explicación y el consuelo a su atormentado mundo interior. En Cristo flagelado, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo [52], se abstrae contemplando los desgarros de la espalda llagada. Cristo encuentra a su Madre en la Vía Dolorosa [53] y en Ella busca el consuela de su particular camino de dolor y de fe. De nuevo vuelve a la abstracción en Sangre redentora [54] para poner todo el acento en la eficacia salvadora de la sangre de Cristo derramada para la remisión de los pecados.

Dios Espíritu Santo aparece reiteradamente en las obras de Peña. El Espíritu en forma de paloma se posa en el regazo de María, o asiste al supremo sacrificio de Cristo, en la conmovedora Piedad Trinitaria [55].

Santa María exulta de gozo en la Visitación, cuando lleva en su seno al Mesías que ya comienza a redimir, santificando a su Precursor en el seno de Isabel. Desborda de gozo María y desborda de gozo Isabel.

Finalmente, en este rápido recorrido por el Credo, vivido y representado por Teresa Peña, llegamos a otro de sus temas preferidos: el grito Maranatha [57] ¡Ven Señor Jesús! (1 Cor 16, 22; Ap 22, 17-20). La creación entera, hombres y amapolas, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios (Rom 8, 19). Es el grito de la esperanza, del ansia porque llegue el día en que brille la justicia y se pueda ver cara a cara lo que en esta vida se ha adivinado como en un espejo. Encuentro en la luz: muerte y resurrección, fue el título de la magna exposición celebrada en la Catedral de Burgos.

Terminemos con las palabras de Peña:

« Marana Tha (¡Ven, Seños Jesús!), es el deseo, casi siempre colmado –porque Él dice que está cerca–, de la llegada del Cristo Salvador.

El grito del Marana Tha es el balbuceo de una Jerusalén celeste, que está siempre a las puertas, porque para Él mil años son como un día que pasa, corno el ayer que ya pasó (Sal 90).

Este es el grito de esperanza y júbilo de las multitudes que he reunido en una serie de cuadros. Multitudes envueltas en diversas luces –inspiradas en el Ángel del arco iris–, y vistas desde distintos ángulos, pero siempre alegres y esperanzadas.

Esperanza que nace de la proximidad, por muy lejana que esté, de la venida, cuando Él enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo (Mc, 13, 27)».

* * *

Maranatha es tanto como decir Amén, la aceptación rendida y gozosa de cuanto Cristo nos ha revelado y la Iglesia nos enseña, para nuestra salvación.

Huelva-Moguer, 16 de febrero de 2013, en el Año de la Fe

Manuel Jesús Carrasco Terriza

 

* * *
 

ÍNDICE

PRESENTACIÓN.

PREÁMBULO.

PÓRTICO: PORTA FIDEI.

PARTE PRIMERA: EL ANUNCIO DE LA FE .

1.1. La belleza de la creación habla de su Creador.

1.2. La Sagrada Escritura, autorrevelación de Dios.

1.3. Nuestros Padres en la Fe.

1.3.1. Abraham.

1.3.2. San José .

1.3.3. Santa María siempre Virgen.

1.4. La fe de los Apóstoles en Cristo Resucitado.

1.4.1. Dichosos los que crean sin haber visto.

1.4.2. Confirma en la fe a tus hermanos.

1.4.3. A toda la tierra alcanza su pregón.

1.5. Los Padres de la Iglesia

1.5.1. San Leandro, Patrono de la Diócesis.

1.5.2. Los cuatro Padres y Doctores de la Iglesia.

1.6. El Bautismo, Puerta de la Fe.

1.7. La Profesión de Fe de la Iglesia, el Credo.

1.8. El Magisterio y la Catequesis, guía de la fe de la Iglesia.

 

PARTE SEGUNDA: LA CELEBRACIÓN DE LA FE.

2.1. El Obispo, ministro de los Sacramentos.

2.2. Los Sacramentos de la Iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.

2.3. La Eucaristía, Misterio de la Fe.

2.5. Los sacramentos al servicio de la comunidad: El Orden Sacerdotal y el Matrimonio.

 PARTE TERCERA: EL TESTIMONIO DE LA FE.

3.1. Los testigos de la fe y de la caridad en la Diócesis de Huelva.

3.1.1. San Walabonso y Santa María.

3.1.2. Beato Vicente de San José.

3.1.3. Beata Eusebia Palomino Yenes.

3.1.4. Beata Carmen Moreno Benítez.

3.1.5. Beato Manuel Gómez Contioso.

3.1.6. Santa Ángela de la Cruz.

3.1.7.  Beato Marcelo Spínola Maestre.

3.1.8.  Beato Manuel González García.

3.1.9.  Don Manuel Siurot.

3.2. La pintura de Teresa Peña, la vida de fe de una artista de nuestro tiempo

 

CATÁLOGO DE OBRAS EXPUESTAS

[1] Portada de la iglesia parroquial de Almonaster la Real

[2] Paisaje de mieses doradas

[3] Paisaje con carro

[4] Facsímil del Beato de Liébana

[5] Facsímil de la Biblia de San Luis

[6] Sacrificio de Isaac

[7] San José con el Niño

[8] Madre del Amor Hermoso

[9] Incredulidad de Santo Tomás

[10] San Pedro

[11] San Pablo

[12] San Leandro

[13] San Ambrosio.

[14] San Agustín

[15] San Jerónimo

[16] San Gregorio Magno

[17] Bautismo de Cristo.

[18] Pie de pila bautismal.

[19] Ánfora del óleo de los catecúmenos.

[20] Acetre e hisopo.

[21] La Santísima Trinidad coronando a Santa María

[22] Catecismo para los Párrocos, del Concilio de Trento

[23] Catecismo de San Antonio María Claret

[24] Mitra del Beato Marcelo Spínola

[25] Báculo pastoral de Mons. Muniz de Pablos y de Mons. Cantero Cuadrado

[26] Ánfora del Crisma

[27] Crismeras

[28] Cáliz del Obispo Infante

[29] Copón de Santa Clara

[30] Ostensorio de Santa Clara

[31] Portaviático o Manifestador portátil

[32] El abrazo del Hijo pródigo

[33] Ánfora del óleo de los Enfermos

[34-35] Ornamentos: Casulla y Dalmáticas de Santa Clara

[36] Bandeja de las Bodas de Caná

[37] San Walabonso

[38] Santa María

[39] Beato Vicente de San José

[40] Beata Eusebia Palomino Yenes

[41] Beata Carmen Moreno Benítez

[42] Beato Manuel Gómez Contioso

[43] Santa Ángela de la Cruz

[44] Beato Marcelo Spínola

[45] Beato Manuel González García

[46] Don Manuel Siurot

[47] Ángeles

        [48] Paso de peatones

 [49] Mendigo

 [50] Ovejas

 [51] Salmo de paz

 [52] Agnus Dei. Cristo flagelado

 [53] Jesús encuentra a su Madre

 [54] Sangre redentora

 [55] Piedad Trinitaria

 [56] Visitación

 [57] Maranatha de las amapolas

 

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NOTAS

1. Manuel Jesús Carrasco Terriza,  "La portada manuelina de Almonaster", en Boletín Oficial del Obispado de Huelva, 406 (oct.-dic. 2011) 233-252.

2. Juan Miguel González Gómez, «El sacrificio de Isaac», en Ave verum Corpus, Catálogo de la Exposición, Huelva, Museo Provincial, Córdoba, Publicaciones CajaSur, 2004, pp. 202-203. Juan Manuel Moreno OrtaMontemayor. Fe y Devoción hacia el III Milenio. Brenes (Sevilla), 1999. Catálogo, El sacrificio de Isaac, s.p.

3. Manuel Jesús Carrasco Terriza y Juan Miguel González Gómez, Catálogo Monumental de la Provincia de Huelva, t. II, Huelva, Universidad de Huelva, 2009, pp. 235-236.

4. Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza, Escultura mariana onubense, Huelva, Diputación Provincial, 1981, p. 92.

5. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «La incredulidad de Santo Tomás», en Ave verum Corpus, o.c., pp.  210-211.

6. Fátima Halcón, Francisco Herrera, Álvaro Recio, El retablo barroco sevillano, Sevilla, Universidad de Sevilla - Fundación El Monte, 2000, pp. 191-193.

7. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, Roma, 30 de noviembre de 1989, nn. 18-19.

8. Manuel Jesús Carrasco Terriza,  "Iconografía de San Leandro en Huelva", en Boletín Oficial del Obispado de Huelva, 410 (octubre-diciembre 2012) págs. 251-265.

9. Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza, Catálogo Monumental de la Provincia de Huelva, t. I, Huelva, Universidad de Huelva, 1999, p. 149.

10. Quid petis ab Ecclesia Dei? – Fidem. – Fides quid tibi praestat. – Vitam aeternam:  Ordo initiationis christianae adultorum, 75, ed. typica (Typis Polyglottis Vaticanis 1972) p. 24; Ibid., 247, p. 91.

11. AGAS, Libro de Visitas nº 4. Escacena. Año 1688, mandatos 6 y 8. Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza, Catálogo Monumental de la Provincia de Huelva, t. I, o.c., pp. 234, 238.

12. AGAS, Libro de Visitas nº 6. Escacena. Año 1693. Ibidem.

13. Manuel Jesús Carrasco Terriza,  «Bienes muebles en la Huelva del siglo de Velázquez», en Del siglo de Velázquez. Arte religioso en la Huelva del siglo XVII, Monasterio de Santa Clara de Moguer, Catálogo de la exposición, Huelva, 1999, pp. 43, 134.

14. Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza, Catálogo Monumental de la Provincia de Huelva, t. I, o.c., p. 44.

15. Archivo Capitular Huelva, Patrimonio, Custodia y enseres. Factura de 18 de marzo de 1955.

16. Boletín Oficial del Obispado de Huelva, Crónica Diocesana, Ánforas para los Santos Óleos: BOOH 13 (abril 1955) 189-190. Advertimos que en dicha crónica se atribuye la dedicación de esta ánfora a la Unción de enfermos, aunque consideramos que, por el simbolismo del agua, es más conforme con el uso bautismal.

17. Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza, Catálogo Monumental de la Provincia de Huelva, t. I, o.c., p. 152.

18. Denzinger-Schönmetzer, 20.

19. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «La Diócesis de Huelva (1953-1993)», en Historia de las diócesis españolas. 10. Iglesias de Sevilla, Huelva, Jerez y Cádiz y Ceuta.  Madrid-Córdoba, BAC  - Cajasur, 2002, p. 562.

20. Mario Righetti, Historia de la Liturgia, t. I, Madrid, BAC, 1955, pp. 577-581.

21. Archivo Capitular Huelva, Libro de Actas, fol.  4 vº, acta de 10 de marzo de 1956.

22. Agradezco la información facilitada por Dª. Emilia González, de la Fundación Félix Granda.

23. Félix Granda y Buylla, Talleres de Arte, Madrid, Impr. Blas y Cía, 1911, pp. 203-204.

24. Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces (Mt 7, 15)

25. Antonio Bernat Vistarini, John T. Cull, Enciclopedia de emblemas españoles ilustrados, Madrid, Akal, 1999, nº 1574, p. 760.

26. San Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, Libro 1, 11,4. Edic. castellana: Madrid, BAC, 1958, p. 364.º

27. Los báculos de Granda, con otras piezas de su orfebrería, pueden verse en la fotografía de la vitrina: Rafael Doménech, Exposición nacional de arte decorativo organizada por el Círculo de Bellas Artes de Madrid, Madrid, Bernardo Rodríguez, 1911.

28.  Boletín oficial eclesiástico del Obispado de Pamplona (1928), 411-412.

29. Carlos García Cortés, «La Iglesia compostelana en los siglos XIX y XX», en José García Oro (Coord.), Iglesias de Santiago de Compostela y Tuy-Vigo, tomo 14 de Historia de las diócesis españolas, Madrid, BAC, 2002, pp.433-434.

30. BOOH 13 (abril 1955) 191. ....

31. Manuel Jesús Carrasco TerrizaLa escultura del Crucificado en la Tierra Llana de Huelva, Huelva, Diputación Provincial, 2000, pp. 491-492, lam. 134.

32. Manuel Jesús Carrasco Terriza (Coord.), Ave verum Corpus, Huelva, Museo Provincial, octubre-diciembre 2004, Catálogo de la Exposición, Córdoba, Publicaciones CajaSur, 2004.

33. Mario Righetti, Historia de la Liturgia, o.c., t. I, pp. 505-513. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «Cuerpo de Cristo, arte y vida de la Iglesia», en Catálogo Ave verum Corpus, o.c., p. 55.

34. María José Vilar, «La actuación en Ceuta de Ildefonso Infante, Administrador Apostólico, y la agregación de esa Diócesis a la de Cádiz, a través de una documentación vaticana inédita (enero-marzo 1877)», en Trocadero (2004) 167-189. José Antonio Díaz Roca, Vida y semblanza de Fray Joaquín Infantes Macías, Moguer, Fundación Municipal Cultura, 2007.

35. Mario Righetti, Historia de la Liturgia, o.c., t. I, pp. 505-520. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «Cuerpo de Cristo, arte y vida de la Iglesia», en Catálogo Ave verum Corpus, o.c., p. 55.

36. Juan Miguel González Gómez, El  Monasterio de Santa Clara de Moguer, Huelva, Diputación  Provincial, 1978, pp. 157-158.

37. Mario Righetti, Historia de la Liturgia, o.c., t. I, pp. 520-522. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «Cuerpo de Cristo, arte y vida de la Iglesia», en Catálogo Ave verum Corpus, o.c., pp. 61-62.

38. Juan Miguel González Gómez, El  Monasterio de Santa Clara de Moguer, Huelva, Diputación  Provincial, 1978, pp. 142-145. Id, «Ostensorio gótico. Monasterio de Santa Clara de Moguer», en Catálogo Ave verum Corpus, o.c., pp. 390-391.

39. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «Cuerpo de Cristo, arte y vida de la Iglesia», en Catálogo Ave verum Corpus, o.c., p. 56.

40. BOOH 13 (abril 1955) 191. ...

41. Juan Miguel González Gómez, El  Monasterio de Santa Clara de Moguer, o.c., pp. 151-154.

42. Manuel Jesús CARRASCO TERRIZA, Precedentes históricos de la Diócesis de Huelva, tesis de licenciatura, Facultad de Teología, Universidad de Navarra, 1982, págs. 110-114. Cfr. SAN EULOGIO, Memorialis Sanctorum; De vita et passione SS. Virginum Florae et Mariae, PL 115, 731-818; 835-842.

43. Manuel Jesús Carrasco Terriza, «Iconografía de San Leandro en Huelva», BOOH 410 (octubre-diciembre 2012) pp. 260-261.

44. Fray Baltasar de Medina, Crónica de la santa provincia de San Diego, de México, México, 1682, caps. XVII-XX.  María Luisa Díaz Santos, El beato ayamontino Vicente Ramírez de San José, Huelva, 1985.

45. Agradezco a Pepita Garfias el texto de esta y de las siguientes biografías, tomados de su espacio radiofónico La pizarra de Pepita Garfias, en COPE Huelva, primer trimestre de 2013.

46. Tomamos la información de la web de las Hijas de María Auxiliadora: http://www.fmacam.org.